Un artículo en la más prestigiosa revista financiera del mundo usa el término de inepto político para calificar a nuestro gobernante. Un hecho nada usual en el periodismo serio y ponderado que ejerce este medio. Una falta de respeto dice el oficialismo. Podremos concordar que esa respuesta es bastante débil, por decirlo de alguna manera. El respeto, cuando se reclama antes de ameritarlo en los hechos, sólo puede terminar en un patético desmedro adicional.
Algunos acusan a The Economist de comunista o, al menos, de izquierdista. Quienes así opinan sólo demuestran que no han leído o comprendido el semanario. Sin comentarios. Las sonrisas sardónicas de la Concertación (o lo que queda de ella) eran previsibles y tampoco aportan nada nuevo al escenario.
Sólo queda, a mi juicio, la sana costumbre de leer el artículo y apreciarlo en su mérito. Si usted hace eso, estimado lector, probablemente encuentre un cierto grado de justificación de un término inusualmente fuerte para calificar a un mandatario.
Pero eso es lo académico, a lo que pocas personas tienen cabal acceso y menos aún, un real interés. Tratemos de recoger la opinión de la calle, el día a día.
Si leemos los titulares o nos sumergimos en el mundo de las redes, encontraremos una amplia variedad de sucesos que no encuentran una lógica explicación política para el normal de los sufridos ciudadanos de este país.
No entendemos por qué, la bandita del Magallanes sufre, por primera vez en un centenar de años, el exilio de las gradas de su actual estadio, el pacífico Santiago Bueras. Y que este hecho esté relacionado de alguna oscura manera, con el accionar de las barras bravas. Sobre todo, cuando desde el gobierno anuncian (una vez más) el fin de la violencia en los estadios.
No entendemos que médicos diputados que denuncian una cierta situación de salubridad en la Posta Central sean amenazados por el ministro de querella ante la justicia. Nos parece recordar que para cumplir –bien o mal– su función fiscalizadora, ellos gozan de fuero parlamentario.
No entendemos que un ministro trate de posicionarse en la campaña presidencial con la asistencia a todo accidente que ocurra, por lamentable que sea.
No entendemos lo ocurrido con Aysén y aquella negociación de tobogán que conduce a la renuncia de un ministro. Sospechamos que el conflicto se encuentra en estado de crisálida y que renacerá pronto con renovados bríos.
No entendemos que un alcalde desafíe a la Corte de Apelaciones en lo que parece un intento subversivo de independizar una determinada comuna.
No entendemos por qué la anunciada, denostada, temida y misteriosa reforma tributaria tenga una formulación tenebrosa y no cristalice de una vez en un proyecto concreto que la ciudadanía pueda conocer y discutir.
No entendemos por qué la ley de pesca es un misterio que ha desaparecido de las noticias. Sospechamos que en el fondo, hay algunos aspectos, cuando no los principales, que rehúyen la luz del día.
No entendemos que un accidente de aviación sea objeto de una investigación tan brumosa que sea preciso invocar el secreto militar y que ello cause la caída de un general. Sospechamos que no será el único.
No entendemos que un país como el nuestro, que figura en buenos lugares en los diversos ranking que nos comparan con el vecindario, no sea capaz de generar una política educacional coherente que interprete a las mayorías ciudadanas. Que tras un año de manifestaciones, la respuesta del gobierno se limite a un programa vacilante e insuficiente que en sus líneas generales apunta más bien en la dirección de las minorías.
No entendemos el desarrollo del problema con las etnias que, en lugar de enorgullecernos, parecen avergonzarnos. Ni los vaivenes de la discriminación.
No entendemos que este país no logre generar una política de energía y medio ambiente. Isla Riesco, HidroAysén y otros proyectos repudiados y discutibles parecen actuar por el peso de la inercia y esperan el momento preciso de infiltrarse en nuestras normativas durante un momento de distracción.
La ciudadanía ha encontrado su propia respuesta a tanta duda. Se han volcado a los calles, tocan las cacerolas, se toman los caminos. Invariablemente, se encuentran con un gobierno que ha hallado en la represión su principal, cuando no su único argumento.
El arte de gobernar es complejo y difícil. Se hace mediante la política, ese desprestigiado atributo de las personas con vocación de servicio público. Durante la dictadura trataron de enseñarnos que la política era un asunto turbio y corrupto. Hay una enorme cantidad de conciudadanos, especialmente entre los jóvenes, que piensan de esa forma, lamentablemente. La política bien entendida es, por el contrario, una noble actividad humana. Para desempeñarla de buena manera se requiere, justamente, de cierta aptitud política.
A la luz de lo dicho, en verdad uno se pregunta si no es preciso y oportuno el vocablo empleado por The Economist.
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ptorrealba
Estimado Pedro,
Una consulta: los que «No entienden», pueden explicar por qué día a día el rating se carga al reality….
Saludos
Orcax2000
Nada mas que decir. que con vergüenza aceto el termino utilizado!!!