Los albores del siglo XXI (y en especial esta década del 10 que nos tiene tan conectados) nos han enfrentado de golpe ante realidades que antes podríamos haber considerado como “normales” pero que, a la hora de revisarlas, derivan en respuestas desoladoras que dan como señal un pasado fundado en un pacto social inexistente, en una clase política preocupada de buscar en la quintaesencia de su ombligo las soluciones que el país le exige con urgencia y con un futuro que no nos es prometedor.
Sin ir más lejos, las miles de hectáreas que en la Araucanía antes lucían verdes por el progreso ganado a sangre y fuego por el Ejército de Chile hoy lucen de verde oscuro manchadas con los dólares del desangramiento forestal provocado por los pinos eucaliptos como plaga. ¿El futuro? Un viajero del 2030 que se encuentra con cientos de cerros y colinas deforestadas y sin nada que los cubra. El esqueleto de la tierra está desnudo.
Esto nos conduce a una pregunta fundamental: ¿Alguien le preguntó a las comunidades si querían pinos que les secaran el agua con que se alimentan y alimentan a la tierra en su casa? ¿Alguien propuso una alternativa viable de inversión en el lugar? ¿Alguien les comentó de algún camino que no fuera precisamente el más “fácil”?
Sin darnos cuenta y de modos insospechados, la sociedad actual se está cuestionando todo, aspecto que para los grupos de poder en todo aspecto son peligrosos. Los conductores del poder político, los orientadores de la moral y los sostenedores de la billetera nacional y mundial no ven con buenos ojos este momento clave en la historia de la humanidad.
Espero me disculpen la siguiente reflexión con tintes filosóficos. Hoy vivimos, gracias a los puentes virtuales, como un todo único indivisible que ve materializada la idealizada relación entre cuerpo y alma: mientras el primero se queda aquí en la tierra haciendo las actividades cotidianas que impone el orden que como sociedad hemos adquirido para nuestro funcionamiento; el segundo se queda en la red, en el mundo virtual, donde expresa tras una máscara (contenida en un avatar, muchas veces lejana de la realidad) las ideas, opiniones e informaciones que nacen en un momento determinado.
Esta alma que se expresa a su vez nos ha permitido conocer qué se esconde detrás de la manejada (por siglos) opinión pública. En 140 caracteres podemos ser hermanos que no nos hemos visto en años o enemigos declarados en una guerra sin cuartel. Esta alma que ha intentado expresarse como cuerpo a través de toneladas de manifestaciones en miles de formas hoy encuentra un nuevos canales de opinión: Facebook y Twitter, los principales.
Conocer mucho de la opinión pública en una red que pone de igual a igual a gobernantes y gobernados no debe ser visto como un símbolo de debilidad; muy por el contrario, como el puente hacia la formulación de un nuevo pacto social en el que sean consideradas nuestras inquietudes, dejando atrás aquel viejo principio del siglo XIX que plantea que escuchar a las masas y darles lo que necesitan es “demagogia”.
Pero en vez de escuchar a la gente nuestros gobiernos hacen oídos sordos con un traje soberano a las voces que reclaman su atención y piden a gritos desesperados desde los subterfugios del orden social un nuevo contrato, un nuevo acuerdo, una nueva conversación.
Por ello el eje es, desde distintas perspectivas, buscar soluciones viables al problema de la participación en Chile. Porque siempre es posible que gobernantes y gobernados nos sentemos a la mesa a conversar, dar vuelta el país y retornarlo hasta los tiempos en que nuestros “Padres de la Patria” lo soñaron entre cuatro paredes, hasta los momentos en que sus hijos cuestionamos las bases del ordenamiento establecido.
¿Cómo hacer que el 10% de la población nacional según el censo y el 5% de la población nacional que tiene acceso a la red participe constantemente en procesos de consulta de políticas públicas, de mejoramiento de la calidad de vida desde el Estado como consultor, de organizaciones y grupos intermedios, de forma permanente y efectiva? ¿Cómo hacer que ese 10% y ese 5% sea efectivamente escuchado? ¿Cómo garantizar la participación de todos sin exclusión desde que somos capaces de integrarnos a la “Res Pública”?
Porque desde mi parecer no nos encontramos ni en la época contemporánea ni en la sociedad posmoderna, sino que en una crisis de civilización que se arrastra (si le situamos una fecha) desde principios del siglo XX, cuando se pensó por primera vez (más por una reacción de los grupos de poder que por verdaderas y firmes convicciones de igualdad social) en el socialismo de Estado y políticas tan básicas como el salario mínimo o la reducción de la jornada laboral.
Porque esta época partió cuestionando el funcionamiento del sistema educacional (al menos en Chile) y fue el puntapié para traspasar esa barrera y llevar el análisis a la esencia de la nación políticamente organizada, a la tributación de los diversos sectores sociales, al futuro medioambiental, entre muchos otros.
Porque los indignados de la década del 10, desde mi perspectiva, son el reflejo de una crisis de civilización que busca desesperadamente un nuevo pacto con los gobernados. La diferencia es que ningún ilustrado con algo más de influencia lideró esta etapa. Porque esto, señores, nació del alma que encontró una nueva expresión en la realidad virtual.
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2 Comentarios
gabmarin
«Las miles de hectáreas que en la Araucanía antes lucían verdes por el progreso ganado a sangre y fuego por el Ejército de Chile». Increible que en 2011 aún se escriban cosas tan decimonónicas como esa frase.