El COVID-19 llegó a Chile, y con toda la fuerza posible. Al 20 de abril, el Gobierno contabiliza un total de 10.507 personas contagiadas, 139 fallecidos y 4.476 personas recuperadas. Lo cierto es que la actual administración está desplegando una cantidad importante de recursos humanos, técnicos, políticos y sanitarios para enfrentar la emergencia sanitaria, además de declarar Estado de Catástrofe hace algunas semanas. Medidas que, naturalmente, están sujetas a cuestionamientos relativos a inmediatez y efectividad.
El 03 de marzo se dio a conocer el primer caso de COVID 19 en Chile. La noticia se da a conocer a comienzos de dicho mes, en donde se esperaba una resurrección del estallido social ocurrido en octubre del año pasado, el que tuvo sus semanas de menor participación en el mes de febrero. Considerando lo anterior, las opiniones de varios analistas, expertos y de la población en general, coincidían en una proyección compartida: el estallido social retomaría su accionar y estrategias en marzo, mes en donde vuelven la totalidad de los estudiantes de enseñanza básica, media y superior a sus labores.La movilización social vio reducido su margen de maniobra y tuvo que adecuarse al nuevo contexto nacional: distanciamiento, cuarentenas preventivas y otras medidas restrictivas que terminaron por apagar la efervescencia revolucionaria de la población
Los primeros días del mes presenciamos nuevos episodios de evasiones masivas en el Metro de Santiago, por lo que los manifestantes mostraban destellos de rearticulación y organización. No obstante, la fecha que sepultó la resurrección del estallido social fue el 03 de Marzo. Poco a poco, y de manera efectiva, la televisión y los demás medios de comunicación comenzaron a dejar de lado las noticias relativas a la movilización social y se enfocaron 100% en la emergencia sanitaria que comenzaba a azotar al nuestro país.
Es necesario detenerse acá y recordar que los medios crean y modifican la realidad y, quizás lo más importante, son generadores de opinión pública. Por supuesto, el giro informativo de los medios funcionó a cabalidad: la movilización social pasó rápidamente a segundo plano para darle total y absoluta tribuna a la emergencia por el nuevo coronavirus.
No quiero bajarle el perfil a la gravedad de la emergencia sanitaria que está viviendo nuestro país y gran parte del mundo. Lo que quiero transmitir es que la movilización social vio reducido su margen de maniobra y tuvo que adecuarse al nuevo contexto nacional: distanciamiento, cuarentenas preventivas y otras medidas restrictivas que terminaron por apagar la efervescencia revolucionaria de la población. Las medidas adoptadas por las autoridades podrían ser las adecuadas o no –lo que queda sujeto a discusión, como mencioné-, pero la verdad es que llegaron en un momento en que la población pondría nuevamente en tensión el Gobierno de Piñera. Chile no es la excepción de este escenario: en parte de Europa y Ecuador, entre otros, habían protestas sociales importantes, las que se vieron rápidamente aplacadas por la actual emergencia sanitaria.
Después de varias semanas y meses, el Gobierno de Piñera no pudo controlar a la población movilizada con las medidas impulsadas, anuncios y políticas públicas. El COVID-19 resultó ser el mejor aliado de un Gobierno políticamente debilitado. Un respiro en medio de tiempos tormentosos. Todos los esfuerzos políticos, técnicos, administrativos y sanitarios están puestos hoy en superar la emergencia sanitaria.
¿El COVID-19 resultó ser un tanque de oxígeno para el Gobierno de Piñera?
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