Ayer, en un bar con nombre de escritor angloparlante, conocí a un grupo de jóvenes unidos por la impotencia de no poder votar ni opinar sobre un asunto que influye directamente en sus vidas; sobre un asunto que juzgan esencial para el devenir de nuestro país, sobre una cuestión en la que se juegan palabras que debieran ser intocables en una sociedad sana: decencia, honor, trabajo bien hecho, espíritu amateur y pasión por el deporte.
Está por ocurrir un desastre, me dicen, y no es posible que tomemos palco frente a ello. En una de las elecciones más truchas de las que se tenga memoria, una lista armada entre gallos y medianoche, diez días antes de la elección, pretende tomar el mando de la ANFP. O algo menos que eso, algo más pedestre y vulgar: sacar “como sea”, a Harold Mayne-Nicholls. El sustento de esta iniciativa incluye accionistas de equipos pésimamente administrados, dirigentes defenestrados por manejos turbios, presidentes de clubes capaces de faltar a su palabra por un cheque a fecha y un gran poder en las sombras cuya sola mención hace a los mayores de 30 años constatar si aún traen su billetera consigo: Miguel Nasur Allel.
Con tales antecedentes, no fue fácil encontrar un caballo de Troya –o tonto útil– para que pasaran colados semejantes especímenes. Como ningún hombre de fútbol está dispuesto a destruir porque sí la gestión de Harold, por más llamados que reciba de Piñera, tuvieron que recurrir a un español que hasta hace doce meses, según propia confesión “no sabía ni que se jugaba de a once por lado”: Jorge Segovia.
Pero los muchachos con los que hablé –entiendo que hay varios otros grupos organizándose– no querían centrar su alegato ni en la persona de Segovia (cuyos antecedentes de persecución laboral y acoso fundamentalista que la prensa ha recogido en los últimos días bastarían para inhabilitarlo como figura pública) ni en el hecho de que Piñera esté detrás de esta lista opositora (en su calidad de accionista de Colo-Colo, o de presidente, o de ambas cosas a la vez) ni en la certeza de que si se va Harold también lo hace Bielsa (porque no quieren transformar sólidos argumentos en un chantaje emocional).
Las razones del grupo “El hincha con Harold” son otras. Dicen ellos, todos nacidos mucho después de 1962, que la roja de Bielsa por primera vez les hizo sentir orgullo de su selección, porque juega al ataque en todas las canchas, porque sus jugadores corren como nunca se había visto, porque no se inventan enemigos externos ni hacen trampa, porque creen en el trabajo en equipo antes que en algún destello individual producto del azar.
Lo que es claro es que detrás del éxito alcanzado hay un trabajo bien hecho, serio, que incluye muchos otros aspectos que la roja de todos –infraestructura, fútbol femenino, seriedad institucional– pero que encuentra en ese equipo el correlato perfecto de sus postulados.
Los muchachos están convencidos, y son varios. Armaron un grupo de Facebook (El Hincha con Harold), una cuenta de Twitter (@firmesconharold) y se manifestarán en los estadios durante el fin de semana, y en Quilín y el centro de Santiago a partir del martes.
Saben que esto no lo decidirá la ciudadanía, sino un conjunto de Pymes de segundo orden, que se mueven por algo más bajo incluso que la codicia. Pero saben también que el fútbol es de los hinchas, porque ellos son los que lo financian, en el fondo, y que la ciudadanía motivada, reunida de manera espontánea y libre, puede hacer maravillas.
Está visto. La próxima semana se define si seguimos pintándole la cara a los rivales con Bielsa, o una mafia tan antigua como el fútbol mismo nos pinta la cara a los hinchas.
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