Lentamente se fue imponiendo en el debate político-público del país la idea de la Asamblea Constituyente. Que se haya instalado en la discusión no implica que genere consensos y que el país, sus actores y su élite dirijan sus esfuerzos hacia su implementación. Al contrario: mientras para algunos ello “implica un salto al vacío”, para otros es la solución a la crisis “en la política” que se ha instalado en el seno de la sociedad chilena. Como en la mayoría de los temas del país no hay consensos ni acuerdos entre los actores. Una Constituyente sin consensos mínimos es inviable políticamente.
Se ha escrito mucho sobre lo conveniente y lo inconveniente de llamar y realizar una Constituyente. Sin duda, formará parte de los programas presidenciales del próximo año. Será esta coyuntura la instancia en la que se definirá el destino de la Constituyente y la estrategia política que se imponga. No olvidemos que en Chile prima el pragmatismo y el cálculo político.
La coyuntura actual está dominada por una doble crisis; la que se manifiesta “en la política” y la que se genera “en el modelo económico”. Mientras la primera se expresa a nivel de la representación, de la participación y de legitimidad política, la segunda se expresa en la desigualdad y en el abuso del capital.
El diagnóstico común y ampliamente difundido en la oposición y en amplios sectores del oficialismo es que la actual crisis “en la política” requiere, para su solución, reformas políticas de largo alcance. Aquí empiezan las diferencias. Para el gobierno la respuesta tiene que ver con su agenda política, centrada en la participación –voto voluntario, inscripción automática, primarias, elección directa de Cores, iniciativa de ley, etcétera-; y para la oposición, se relaciona con el cambio al binominal y con la asamblea constituyente.
Por lo menos, hay un amplio consenso en que hay que impulsar reformas políticas. Eso ya es algo.
Sin embargo, las grandes diferencias aparecen cuando se confunde medios con fines o forma con contenido. Aquí, las estrategias políticas son diversas –y hasta opuestas- no sólo entre gobierno y oposición, sino también entre las distintas oposiciones existentes. Nuevamente, las divisiones de Chile se hacen evidentes.
En esa encrucijada, las estrategias oscilan entre la Constituyente y la Reforma amplia de la Constitución. En este punto se materializa la confusión entre forma y contenido. Mientras la forma tiene que ver con el método que se usa para fundar el nuevo orden político –en el contexto de un nuevo ciclo-, el contenido se relaciona con el tipo de cambios políticos a impulsar.
La solución, por tanto, tiene que ver con los contenidos que se van a proponer para resolver la “crisis en la política”; es decir, con las reformas políticas concretas se van a impulsar y con el modelo político se va diseñar para los próximos veinte, treinta o cuarenta años. Lo relevante son los fines y no los medios; el contenido y no la forma.
¿Acaso para cambiar el binominal se requiere de una Constituyente? ¿Acaso para nacionalizar los recursos naturales se requiere una constituyente? ¿Acaso para asegurar educación, salud y pensiones de calidad y garantizados constitucionalmente se necesita una Constituyente? ¿Para eliminar el rol subsidiario del Estado se requiere una Constituyente? ¿Acaso, una Constituyente va a solucionar el desgano ciudadano, sus tendencia hedonistas y su deseo de comprar y consumir? ¿Acaso va cambiar la correlación electoral de fuerzas y los comportamientos electorales? ¿Va a conducir a que la derecha baje su piso electoral, que oscila en torno al 45%? ¿Va terminar con las tensiones y divisiones que han dominado por siglos a la sociedad chilena?
Lo que sí es evidente es que el país requiere reformas políticas profundas y que hay que fundar un nuevo modelo de convivencia socio-política que no sólo haga posible que la diferencia se exprese y pueda resolverse de manera institucional, sino también que la mayorías pueden implementar su proyecto.
Para el gobierno la respuesta tiene que ver con su agenda política, centrada en la participación –voto voluntario, inscripción automática, primarias, elección directa de Cores, iniciativa de ley, etcétera-; y para la oposición, se relaciona con el cambio al binominal y con la asamblea constituyente.
En definitiva, se puede lograr lo mismo por medio de una reforma constitucional profunda. Lo único que se necesita es voluntad política y consensos mínimos. Justamente, el patrimonio del que Chile carece y que a lo largo de siglos ha conducido a que mucha sangre corra por nuestra tierra.
Por ello, discutir y centrar el debate en que la actual Constitución tiene una base ilegitima no sólo no tiene sentido político, sino tampoco viabilidad. Ello no permite avanzar. Esa discusión es tan torpe como ponerse a discutir sobre el origen –también- ilegitimo del modelo de desarrollo. No olvidemos que ambos fueron impuestos por el pinochetismo a punta de bala y sangre. No porque un sector social haya impuesto su visión del mundo por medio de la fuerza; hoy, los vencidos de ayer deban obrar de la misma manera. De hecho, en el juego democrático eso no vale.
La discusión, por tanto, debe tener un giro. Y ese cambio, está orientado por tres preguntas: ¿Cómo generar unidad, consensos y gobernabilidad para construir otro Chile?; ¿cómo se pasa de la agenda individual a la colectiva?; y ¿cómo se genera una mayoría social y política para avanzar hacia un Chile inclusivo?
Si no hay respuestas, Chile seguirá condenado a la desconfianza y a la guerra interna. ¿Se puede desconocer que nuestro país tiene como estado natural de convivencia el conflicto y sus desbordes recurrentes?
Lo importante, por tanto, es que hay que impedir que la “crisis en la política” se transforme en una “crisis de la política”. Y para ello, hay que avanzar hacia un nuevo pacto político y definir el método a usar para abrir el nuevo ciclo político: ¿Asamblea Constituyente o Reforma Constitucional?
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Foto: Claudius Prößer / Licencia CC
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R.A.
Para las tres preguntas del artículo, a saber:
¿Cómo generar unidad, consensos y gobernabilidad para construir otro Chile?; ¿cómo se pasa de la agenda individual a la colectiva?; y ¿cómo se genera una mayoría social y política para avanzar hacia un Chile inclusivo?
La respuesta es la misma:
La creación de una Cámara Ciudadana…
Lo único observable a las tres preguntas es que están formuladas desde la parafernárica visión de la política, cosa que se demuestra por el uso de las siguientes palabras:
«Unidad, consensos, gobernabilidad, agenda colectiva, mayoría social y política, Chile inclusivo»…
Todas ellas utilizadas en los mecanismos de la basura política, esa que todos conocemos, que aparenta decir mucho para quienes se crean el cuento, pero, que en realidad no dice ni significa nada para quienes reflexionan en ello…
Además, en relación a lo dicho en las preguntas, cabe también preguntarse ¿cuál es el otro Chile que desea construir quién?…
A mí me parece que hay una diferencia notable entre hablar de vaguedades alusinatorias de orden político que no dicen nada, asociadas a una MAFIA que sólo ama a su bolsillo, y metodología sujeta a procedimientos…
Es decir, si algún perejil de la mafia política y económica dice «unidad», que diga cómo logra unir al agua y al aceite… Si dice «consensos», que explique con qué herramienta los consigue y de qué forma participa el pueblo de ello… Si dice «gobernabilidad» que por favor argumente la diferencia entre una democracia verdadera y la dictadura que tenemos de los distintos carteles de la mafia política y económica… Si dice «agenda colectiva», que la detalle para estudiarla y procurar complementarla… Si dice «mayoría social y política», que resuma en torno a qué temas los piensa de esa forma, porque rayas al lote en un voto no son precisamente la mayoría que buscamos… Si aburre con lo del «Chile inclusivo», que fundamente entonces cómo habre las grandes alamedas al tránsito libre de todos los ciudadanos de la patria, por las calles de la democracia…
Camilo Navarro O.
«¿Acaso para cambiar el binominal se requiere de una Constituyente? ¿Acaso para nacionalizar los recursos naturales se requiere una constituyente? ¿Acaso para asegurar educación, salud y pensiones de calidad y garantizados constitucionalmente se necesita una Constituyente? ¿Para eliminar el rol subsidiario del Estado se requiere una Constituyente? … «.
La respuesta a todo lo anterior es: «SÍ». O ¿Acaso habrá un consenso político institucional para avanzar en estas materias. Difícil cuando el poder constituido y los poderes fácticos dependen de la mantención de las actuales condiciones.
El jodido binominal y los quórum contramayoritarios bastan para impedir todo cambio sustantivo. Veinte años de reformas que no cambian el fondo así lo demuestran. Esta Constitución está hecha con enclaves para garantizar su perpetuidad (así hoy es posible que una minoría política como la UDI ejerza un poder de veto).
Ahora, aquello de: «No porque un sector social haya impuesto su visión del mundo por medio de la fuerza; hoy, los vencidos de ayer deban obrar de la misma manera», ¡Francamente me parece incomprensible! Una Asamblea Constituyente no pretende imponer por la fuerza sino someter los diversos proyectos políticos a la voluntad del único soberano legítimo: todos los chilenos.
La necesidad de cambio profundo ya no resiste parches. En el marco de esta institucionalidad solo están garantizadas las reformas gatopardo: aquellas que cambian algo para que todo siga igual. ¿Reforma o Asamblea Constituyente? La respuesta me parece obvia: Asamblea Constituyente.
La Asamblea Constituyente es un marco que de seguro no arreglará todos los problemas de Chile, pero sí resolverá el fundamental, cual es que la soberanía está secuestrada en una institucionalidad que es antidemocrática en su origen pero también en sus contenidos. No hay salida a partir de ella, eso es inviable.
La élite política sigue estirando el chicle apostando a la reforma parcial y gatoparda. Pero es cosa de tiempo. La evidencia internacional muestra que cuando los procesos sociales y los movimientos se fortalecen, estos rebalsan al poder constituido y terminan por llevar a cabo la Asamblea Constituyente.
Muchos países que la realizaron recibían loas a su institucionalidad política, luego cuando estalló el descontento se apostó a la reforma en el marco de las institucionalidades vigentes. Ninguna de ellas contemplaban mecanismos formales para convocar a AC pero, sin embargo, la incontenible soberanía política de sus ciudadanos la terminaron por realizarla.