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Conservadores enfermos

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El día jueves de esta semana se armó una trifulca bastante grande en las redes sociales. Una vez más, a Teresa Marinovic. La Licenciada en Filosofía y columnista de El Mostrador, conocida por sus conservadores y polémicos escritos, no tuvo mejor idea que lanzarse contra la homosexualidad, calificándola como una “enfermedad, dolorosa, pero enfermedad”, complementando esta última idea con la afirmación de que la eliminación de la homosexualidad como enfermedad en los manuales no fue producto de la ciencia sino del lobby gay (he aquí el vínculo del debatido tweet)

Los insultos por parte de los twitteros nacionales no se hicieron esperar y las respuestas desinteresadas e irónicas por parte de Marinovic, tampoco. Para ella responder y recibir dichos comentarios ya pasó a ser deporte. Más allá de entrar a discutir el tenor de las reacciones (que creo todo ser humano decente concuerda en que deben ser expresadas con respeto y reciprocidad de términos) quisiera que entráramos en el fondo del asunto: ¿está en lo correcto la columnista? ¿Es la homosexualidad una enfermedad?

Esto implica hacerse cargo de la definición de enfermedad. El diccionario de la Real Academia de la Lengua Española la define como “alteración más o menos grave de la salud”. Por su parte el diccionario de Medicina Espasa Calpe la define como la “alteración patológica de uno o varios órganos, que da lugar a un conjunto de síntomas característicos”.

En el fondo la idea es clara: para que algo sea considerado enfermedad debe alterar el normal estado de la salud. Bajo este concepto es comprensible que Marinovic crea que la homosexualidad es una enfermedad, pues con esa aseveración nos da a entender que el estado normal de la salud mental es que al hombre le guste la mujer y a la mujer le guste el hombre. Cualquier cosa que se desvíe de ello para Marinovic es una enfermedad.

Sin embargo esta postura fue abandonada hace mucho tiempo, particularmente por el aporte de diversos especialistas en la materia que optaron por separar la ciencia de las ataduras religiosas. Teresa plantea que esto se debió no a un enfoque científico sino a un lobby homosexual. Habría sido la política la responsable de su supresión de “los manuales”, no la ciencia. Este punto es bastante curioso, particularmente por su imprecisión, y esto es porque si la homosexualidad pasó a ser una enfermedad en algún momento fue sencillamente porque el poder político así lo quiso. De hecho, cuando el poder político religioso ya no pudo hacer uso de su fuerza a diestra y siniestra para suprimir a la diabólica conducta homosexual, optó por pasar de lo religioso a lo médico, un astuto tránsito conceptual del “endemoniado” hacia el “enfermo”. Así, las clases poderosas y ricas, que repudiaban al homosexual porque así también lo ordenaba su dios, tendrían una gran herramienta de control y tal como diría Foucault “el médico toma posesión de las instituciones destinadas a la custodia del loco, imponiéndole su propia cultura y garantizando a la vez, el encierro”.

Por ello es lógico entender que la homosexualidad fuese considerada una enfermedad, la medicina crecería en un contexto en el que dicho comportamiento era repudiado religiosamente y por ende la moral, dominadora de las clases más poderosas, arrastraría a la ciencia como un buen perro faldero, incapaz de contradecir sin exponerse a la pérdida de recursos, o incluso, a la aplicación de sanciones.

Pero con el pasar del tiempo el enfoque de la homosexualidad pasa a ser mucho más científico (y humanitario), especialmente desde que la idea de la separación Iglesia – Estado comienza a cobrar fuerza. Recién en el último tercio del siglo veinte vendría a iniciarse un proceso que culminaría en la eliminación de la “homosexualidad como enfermedad” dando paso a la “homosexualidad como opción de vida”. Para más remate (y tristeza de la moral victoriana) se establecerían ciertos elementos neurobiológicos que determinarían (o al menos incidirían) en la tendencia sexual de carácter homosexual lo que debilitaría, casi al punto de la inexistencia, la postura de que la homosexualidad es una enfermedad.

Por eso aseverar que la homosexualidad no es enfermedad simplemente gracias al lobby político es desconocer el contexto histórico y el progreso científico. Si alguna vez hubo lobby político, nunca fue para dejar de considerarla una enfermedad, todo lo contrario.

La homosexualidad no es una enfermedad, evidencia histórica y científica aclaran la idea. Ahora bien, usted podrá optar por desconocer la evidencia científica y estará en su más pleno derecho de hacerlo, sin embargo dicha conducta no sería racional. Desconocer la evidencia sería una locura, una anormalidad mental, y en tal caso es justo preguntarse quiénes son realmente los enfermos.

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Foto: Gay memorial, Berlin. Kiss detail – parrish Licencia CC
 

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Comentarios

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02 de abril

¿ Y si el equibocado eres tu? , ¿y si todos tus argumentos latamente detallados son eso….buena retorica pero no la verdad?, porque podemos pensar diferente pero de eso a creer que pensar distinto a mi postura es anormalidad mental , es precisamente rasgo de un ego sobrealimentado y …..anormal.

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