En los 20 años de gobierno de la Concertación, los chilenos han mejorado ostensiblemente su calidad de vida; hoy acceden al consumo mediante los más variados sistemas de crédito, desarrollan emprendimientos y sienten que el futuro está en sus manos, lejos de la protección del Estado.
En estos años se ha transformado Chile. Durante los gobiernos concertacionistas se hizo una contribución a la prosperidad del país, convirtiéndolo en uno de los períodos más exitosos de la historia de nuestra República.
En materia macroeconómica se dieron grandes pasos. El país ha podido insertarse internacionalmente de manera exitosa. Somos un proveedor mundial de productos, aunque con escaso valor agregado.
Los logros son una realidad efectiva. Pero debemos reconocer que algo pasa en nuestra sociedad: la gente no percibe en su vida cotidiana el progreso que nos muestran los indicadores económicos y sociales.
Sabemos con certeza que se han dado todas las garantías posibles –casi hasta la exageración – a las iniciativas empresariales. Nunca antes los grupos económicos han obtenido tanta rentabilidad con sus inversiones. Ni se había concentrado en forma tan impúdica el poder económico.
Esto indica que la Concertación se ha preocupado sistemáticamente de la iniciativa privada que, si bien, produce emprendimientos innovadores, riqueza, desarrollo y empleo, también produce una desigualdad obscena.
Nunca nos habíamos hecho cargo con tanta convicción de la pobreza de este país. Esta lucha ha tenido gran reconocimiento internacional, a pesar de los intentos por desacreditarla. Por primera vez, desde el principio de nuestra historia, la gran mayoría de los postergados ingresó al sistema, a la sociedad.
Las políticas sociales de los gobiernos concertacionistas son ejemplo de programas de apoyo que mejoran la calidad de vida de los ciudadanos y entregan oportunidades a quienes más lo necesitan.
En esta tarea, la Concertación se despreocupó de los sectores sociales medios, con todas sus variables y diferencias. Nos olvidamos de aquellas familias chilenas que viven de un sueldo, del emprendimiento individual, de la iniciativa privada, esos que viven en la inseguridad por un lado y en la exigencia de movilidad por otro. La Concertación descuidó a aquellos que mejor representa: los que no golpean las puertas del Estado en busca de subsidios.
Todo esto es muy contradictorio, es doloroso, brutal, pero real. La clase media hace rato nos quiere hablar de su rabia, de su resentimiento y su dolor. Los líderes de hoy deben escuchar su clamor y hacerse cargo de sus demandas.
No se debe temer a la injerencia del Estado en nuestra sociedad. No podemos comprarnos el discurso de la derecha, que todo lo transforma en activo rentable. El mundo, ante la actual crisis, nos está diciendo más Estado responsable, menos mercado depredador, más regulación ante el abuso de los poderosos, más participación ciudadana.
No es posible que las rentabilidades sean para el poder económico, unos pocos, y las pérdidas las asuma toda la sociedad. Darle al mercado tanto poder es quitárselo a la gente, a nosotros, todos los chilenos. El Estado debe dejar de ser un mero espectador, volver a incidir en las actividades que construyen al país, debe transformarse en un actor relevante en la conducción económica, política y social de nuestra sociedad.
En definitiva, no le temamos a una sociedad de garantías que se haga cargo de las desigualdades. Para producir cambios, para reconstruir una sociedad de ciudadanos y no de consumidores, debe recomponerse la oposición, abrir los espacios de participación, provocar la ansiada renovación, dar paso a las nuevas generaciones, ampliar a mirada hacia el centro y la izquierda buscando nuevos aliados.
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Foto: Square eyes / Licencia CC
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