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Cómo «no» se hacen cambios estructurales

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En Chile muchos piden que el gobierno no ceda a las presiones de “la calle”. Pero nadie dice nada cuando el mismo gobierno cede a las presiones de aquellos cuyos intereses son tocados con las reformas propuestas. Se dice que el gobierno no debe dejarse “pautear” por los movimientos sociales, pero resulta que en el mundo entero los gobiernos se dejan “pautear” por el FMI.

Los cambios sociales (en realidad cualquier tipo de cambio) de por sí, no son buenos ni malos. Lo que se debe evaluar es por qué se buscan  y cuáles son las posibles consecuencias de dichos cambios. En una sociedad tan desigual e injusta como la chilena, es un imperativo moral pensar en la necesidad de introducir modificaciones que apunten a reducir la desigualdad y redistribuir la riqueza. Está claro que el gobierno de la Nueva Mayoría fue electo con la clara misión de llevar a cabo esta tarea. Cambios que, para muchos de nosotros, son insuficientes pero que apuntan en la dirección correcta. Es decir, lo propuesto por la Nueva Mayoría representan un buen primer paso.

Por ello, el acuerdo al que llegó el gobierno con la oposición en el Senado por la Reforma Tributaria es una pésima señal, porque ese primer paso  tan esencial se está reduciendo a un leve  movimiento de pies. Es una pésima señal porque demuestra falta de convicción y comprensión acerca de la urgencia social que vivimos en Chile. Los cambios estructurales que se habían anunciado para el país, y por los que muchos chilenos votamos, parece que serán menores de los esperados.

Hay lecciones importantes en todo esto. La principal es que la forma en que la Nueva Mayoría está operando en su afán por buscar el dialogo y el consenso son muestras paradigmáticas de cómo “no” se hacen los cambios estructurales en una sociedad. Si queremos tener alguna idea de cuál es la manera en que se hacen cambios en una sociedad hay que mirar, ver y observar cómo se han hecho cambios en otros países.

Veamos el ejemplo de Francia. Allá (al igual que en muchas partes de Europa) se está desmantelando el Estado de Bienestar. En ese país, hoy se están llevando adelante duros recortes sociales que sólo traerán más pobreza y miseria a sus ciudadanos. A pesar de la absoluta falta de consenso que existe en la sociedad, el cambio estructural avanza a pasos agigantados (rebaja de impuestos a las empresas, congelamiento de pensiones, etc.) Se opone la izquierda francesa y se oponen los más importantes sindicatos, pero los gobiernos permaneces incólumes. Es decir, ante un escenario de efervescencia social y de una gran oposición política, ¿cómo reaccionan los gobernantes? Lo primero, y lo más evidente, es que los cambios se imponen igual. No se hace lo imposible por llegar a un consenso. Por el contrario, se hace lo imposible por imponer los cambios que ellos estiman necesarios. Esta es la típica conducta que hemos visto de parte de los gobiernos en Inglaterra, Italia, Grecia, España y Portugal. Una y otra vez los gobiernos imponen cambios estructurales a pesar del rechazo popular y de la oposición de ciertos sectores políticos. Los que están en el poder no dudan. A ellos no les tiembla la mano. No flaquean. Al contrario, son fuertes y decisivos. Llevan adelante estos cambios y hacen recortes sociales porque tienen la convicción (convicción errada, pero convicción al fin y al cabo) de que esas reestructuraciones son necesarias. Es decir, tienen una visión de dónde quieren llevar sus países y hacen lo necesario para llevarlo hacia allá. Y lo hacen con “aplanadoras” y “retroexcavadoras”.

Los gobiernos de esos países hacen los cambios a pesar de la oposición social y política,  porque saben que si buscaran consensos con la mayor cantidad de partidos políticos posible, los cambios estructurales no se llevarían adelante. A lo más, se producirían cambios menores, meros ajustes. Pero cómo ellos, en sus mentes, entienden que ajustes y cambios menores son insuficientes entonces saben prescindir del consenso. Todo esto, sumado a las exigencias y fuertes presiones del FMI, hace que los cambios al Estado de Bienestar se produzcan contra fuego y marea.

Volvamos a Chile. Aquí los cambios que se quieren introducir son opuestos a los que se están imponiendo en Europa, pero en términos de profundidad son equivalentes. Desmantelado el Estado de Bienestar en Europa, esta nunca será la misma. Y en Chile, producidas las reformas que se plantearon en un inicio, nosotros no seremos los mismos. Entonces, ¿cómo se buscan introducir cambios estructurales aquí? ¿Tienen nuestros líderes la misma resolución, la misma convicción y la misma fuerza que los líderes de las democracias más avanzadas? Como demuestra el reciente acuerdo entre el gobierno y la derecha chilena, la respuesta es “no”. Aquí nuestros líderes son más débiles. Buscan y se esfuerzan por lograr consensos cuando no los necesitan y se justifican aludiendo a la importancia de los consensos en si mismo. Todo esto es aún más reprochable considerando que aquí en Chile, a diferencia de Europa, los cambios propuestos ya cuentan con la aprobación de la mayoría de la ciudadanía que votó y eligió este gobierno.

En Chile muchos piden que el gobierno no ceda a las presiones de “la calle”. Pero nadie dice nada cuando el mismo gobierno cede a las presiones de aquellos cuyos intereses son tocados con las reformas propuestas. Se dice que el gobierno no debe dejarse “pautear” por los movimientos sociales, pero resulta que en el mundo entero los gobiernos se dejan “pautear” por el FMI. ¿Y quién se molesta por eso? Los poderosos prefieren, claramente, las pautas del FMI a las pautas de la ciudadanía. Y después se declaran democráticos.

Lo que queda en evidencia (y que tan bien demostró Naomi Klein en la “Doctrina del Shock”) es que donde sea que se impone la agenda neoliberal que tanto defienden RN y la UDI, ésta siempre se impone contra la gente, no con la gente. Siempre se impone por la fuerza, alejado de los consensos y los diálogos (es cosa de recordar como en Chile se impusieron cambios estructurales a punta de fusil). No pretendo con esto validar que en el Chile de ahora se puedan introducir cambios estructurales a través de la fuerza y sin respetar las minorías. No. Lo que pretendo es demostrar que introducir cambios en un país requiere de convicciones, fuerza, decisión y “cojones”.

Lamentablemente en Chile un inserto en un diario criticando la Reforma Tributaria parece provocar miedo y temor en los gobernantes. Pareciera que con eso basta es para que de pronto aparezcan las dudas y se debiliten las convicciones. En nuestro país basta que algunos poderosos hablen e insinúen consecuencias negativas para que a muchos en la Nueva Mayoría les tiemblen las rodillas y les tiritan los dientes.

No debemos olvidar que en nuestro país los cambios propuestos buscan construir un país más justo. Buscan redistribuir riqueza, hacer que los que tienen más aporten más. Estos cambios buscan ofrecer la posibilidad de una vida digna a todos los chilenos. Es lo opuesto de lo que ocurre en Europa. Allá se están usando las aplanadoras para liberalizar la economía y desmantelar los sistemas de protección social. En Europa se desmantela el Estado de Bienestar sin consensos. Pero lo hacen porque están motivados por la convicción de que obran cómo se deben obrar (o la hacen porque están siendo “pauteados” por el FMI). Allá se excluye a la izquierda y a los movimientos sociales sin pensarlo dos veces. Pero en Chile, inexplicablemente, nadie ese atreve a excluir a RN o la UDI. ¿Por qué será? ¿Qué explicación puede haber? ¿Por qué no se puede avanzar sin ese sector político?

La respuesta, pareciera ser, es que en el gobierno buscan acuerdos porque tienen temor. Tienen miedo. Están llenos de inseguridades. Se están poniendo el parche antes de la herida. La gracia y el atractivo del consenso consiste en lo siguiente: en caso que los cambios propuestos no resulten, la culpa se reparte entre todos. Si algo sale mal, todos somos responsables. Es una manera muy astuta de eludir responsabilidades y de hacerle el quite al liderazgo.

Con este consenso la responsabilidad ya no recae solamente sobre la Nueva Mayoría. De resultar mal las cosas, ahora la derecha también tendrá algo de culpa. Es decir, si todos acordamos en qué cambios se deben hacer, entonces todos nos hacemos responsables de sus consecuencias. ¿Y por qué la derecha se suma al consenso? No lo hacen porque quieran compartir las responsabilidades de un posible fracaso sino que lo hacen porque saben que el consenso logrado va implicar que los cambios que en un inicio parecían tan profundos ya no lo serán. La derecha gana porque le pusieron freno a la reestructuración. Y la Nueva Mayoría gana porque tiene con quien compartir las culpas en caso que los cambios resultan mal.

Es una movida política bastante astuta, pero demuestra una falta de valentía y liderazgo que no habla bien de nuestros líderes políticos.

TAGS: #NuevaMayoría Política de los consensos Reformas

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