Aun siendo colocolino me ha parecido sumamente positiva la polémica nacida este fin de semana, respecto de que los miembros de dicho plantel entraban a la cancha “con miedo”. No porque este modesto sociólogo sea masoquista (al menos no más que el promedio) sino porque, creo, puede ser ilustrativo respecto a nuestra sociedad (capturada aún por un modelo basado en el miedo), y de la clase política que nos gobernó y aspira nuevamente a hacerlo.
Con la amplia cobertura mediática de aquellas declaraciones, raudamente aparecieron a desmentirlo otras voces del equipo. Y claro, era lógico que le salieran al paso con premura, pues las características simbólicas y psicológicas que se relacionan con el fenómeno del “miedo”, son significativamente negativas para el deporte de alta competencia.
Respecto de lo simbólico en deportes, pues para todas esas personas que confunden la interpretación con el objeto que la inspira, al conceptualizar el deporte como “guerra”, presupone “gallardía” a toda prueba por parte de quienes componen “la escuadra”. Por lo tanto, en dicho contexto el conjunto esta minado en uno de sus principales recursos: la “moral de la tropa”, y se pueden vencer grandes y pequeñas batallas con carencias de tecnología y medios materiales, pero difícilmente (si es que es posible) en ausencia de “moral”.
Psicológicamente a su vez, es tanto o más problemático, pues las características del miedo relatado por Benítez no son meramente un leve amedrentamiento, sino que se acercan a lo que se conoce como “estrés postraumático”. Un proceso caracterizado porque: 1) Se reexperimenta constantemente de manera involuntaria el hecho traumático original; 2) Se evita el recuerdo de la situación, cada vez que se viene una imagen o incidentes similares al hecho de origen; y 3) Aumento de activación psicológica: una hipervigilancia casi paranoica pues sienten inseguridad respecto si se repetirá el hecho original.
Como podrá apreciarse, no es un estadio psicológico deseable, o un mensaje semiótico digno de ambición, aquel relacionado con el miedo para alguien que va a someterse en una contienda, y como ya hemos recordado la conceptualización “belicista” del deporte, quizás también sea bueno recordar lo que decía Clausewitz: “La guerra es la continuación de la política por otros medios” y en consecuencia, visualizar también los posibles efectos del miedo, ya sea para un match de 90 minutos, o para un gobierno de 4 años.
Es interesante, pero a fines de agosto, Mirko Macari en el programa radial “Podría Ser Peor”, definía a la generación del golpe como “una generación muerta de miedo”. Con ello, el lúcido analista se refería a que el núcleo central que gobernó cuando la Concertación estuvo en el poder (Escalona, los ex MAPU, el “Gute”, etc.), es una generación derrotada por el golpe de Estado, y traumada a su vez, poderosa (y en parte justificadamente) por las violaciones a los derechos humanos que significó sus 17 años de gobierno. Dicho núcleo sabe que ganar las elecciones no significa necesariamente llegar al poder, de tal manera que consideran la llegada a La Moneda meramente como la posibilidad de interlocución con quienes sí tienen la sartén por el mango: las 7 familias y sus capataces, los militares.
Es sugestivo, en dicho contexto, que lo referido por Macari en relación a la Concertación (perdón “Nueva Mayoría”), se ajusta también a los “componentes” del estrés postraumático. Efectivamente, todo lo que saliera del cuidado manejo de la agenda de esta camarilla concertacionista y que pudiera vulnerar el orden de la “democracia de los consensos”, pareciera hacerles revivir nuevamente el hecho traumático original (1er componente del estrés postraumático). Por ejemplo, cuando en los 90, y no existiendo condiciones subjetivas ni objetivas para un golpe de Estado, el presidente Frei invocó razones de Estado para detener el proceso investigativo del caso “Pinocheques” que llevaba el Consejo de Defensa del Estado, o en la desarticulación/cooptación de todo movimiento y/o liderazgo social que fuera por los márgenes de la transición pactada, pues cualquier reminiscencia del “Avanzar Sin Transar” de los 70’s les hacía imposible el evitar el recuerdo de la situación (2do componente), por lo que era preferible invertir el propio ADN histórico-político, y devenir claramente en un “Transar sin Avanzar”, que dar eco a las aspiraciones sociales no operacionalizables a través de los acuerdos de la “Alta” Política de la transición.
Como bien saben los psicólogos deportivos (especialmente de Colo-Colo), el “miedo” es particularmente complejo porque trastoca, distorsiona nuestros juicios sobre la realidad, de tal manera que es muy probable que aun cuando los colocolinos vayan ganando y a pocos minutos de finalizar el partido, se detonen nuevamente los temas de manejo de la presión ya explicitados anteriormente, y ergo los oponentes, por muy modesto que sea el equipo rival, se conviertan en verdaderos entes amenazantes, tal cual una fémina víctima de violación ve a todos los hombres como potencial amenaza. De la misma manera, la Concertación pierde la posibilidad de hacer lecturas “verosímiles” de la realidad, y hay que recordar que es en base a esos diagnósticos (errados) es que se desarrollan pronósticos y en consecuencia acciones y líneas políticas coherentes con ellos.
La Concertación en La Moneda -mas no en el poder-, renunció al empoderamiento legítimo (el basado en el poder constituyente de la ciudadanía), y en su defecto asumió una forma pervertida de empoderamiento: a través de la identificación con el agresor, es decir a través del Síndrome de Estocolmo, y es así como se entiende que en una coalición donde hubo incluso ex ministros de Allende, se termine extremando el modelo neoliberal.
Es así, por ejemplo, que desde septiembre figuras prominentes de la Concertación como el ex presidente Lagos, la candidata Bachelet, etc., han salido a tratar de explicar las determinaciones tomadas en base a esos diagnósticos errados, es decir justificar lo injustificable: primero el rol jugado por el ex general Cheyre, y luego la instalación, y perpetuación, de las cárceles VIP para condenados por crímenes de lesa humanidad, y así suma y sigue.
La Concertación en La Moneda -mas no en el poder-, renunció al empoderamiento legítimo (el basado en el poder constituyente de la ciudadanía), y en su defecto asumió una forma pervertida de empoderamiento: a través de la identificación con el agresor, es decir a través del Síndrome de Estocolmo, y es así como se entiende que en una coalición donde hubo incluso ex ministros de Allende, se termine extremando el modelo neoliberal y defendiendo a raja tabla al dictador en su detención en Londres, desperdiciando de esta manera una oportunidad histórica para entender la justicia internacional y las violaciones a los DDHH (es decir, una vez más: mal diagnosis/prognosis en política internacional), así como también para otorgar a los familiares de detenidos desaparecidos y otras víctimas del régimen, el “alivio simbólico” de ver al “motor inmóvil” de la dictadura, juzgado en Europa por lo que no se puede aun juzgar en su propio país (también mal diagnosis/prognosis en política interna). Hipervigilancia: 3er componente.
¿Qué nos depara el futuro en relación a todo ello? Respecto de Colo-Colo, desconocemos el trabajo intra-camarín y con psicólogos deportivos que se esté llevando a cabo, pero el fin de semana sabremos si tuvo o no el efecto esperado. Respecto de la Concertación (o Nueva Mayoría), esto es algo diferente, pues sus componentes de campaña hablan por ello: cada vez las proclamas de los movimientos sociales como educación pública gratuita y de calidad, y (sobre todo) la Asamblea Constituyente se van convirtiendo paulatinamente en más excéntricas, es decir, alejándose de los círculos concéntricos del poder al interior del comando bacheletista, ocupado por economistas (nuevamente) neoliberales y por la misma camarilla que les respalda desde bambalinas, pues independiente de las grandes diferencias entre la candidata y la camarilla concertacionista, ambos están unidos por el pánico del trauma ocasionado por el golpe.
Como colocolino, es de esperar que Colo-Colo retome pronto su altura, pues de no ser así, el choque de este triste presente con su brillante historia, hacen prever que aquellas perspectivas frustradas se expresen de alguna manera potencialmente “sustantiva” en el futuro cercano. Respecto del porvenir de nuestro país post-elecciones, es bueno también preguntarse si la contrastación entre las expectativas presentes de nuestra cada vez más desconfiada y demandante sociedad chilena versus las futuras líneas políticas a desarrollar por la Nueva Mayoría (hasta ahora pobre y tácitamente expresadas en un “No-Programa” de Gobierno), lo hará de manera diferente.
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Fotografía: «El Miedo es un Mentiroso», Jeremy Neal.
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Gustaffson
Me honras con tus palabras, Miguel.
Te envio un abrazo desde Arica
miguel.h.carrasco
Magistral comparación entre dos instancias que corriendo paralelas, tienen como denominador común un mismo elemento «el miedo». La vaguedad con que la Concertación o «nueva mayoría» para parecer algo distinto a lo que son y siempre van a ser. En ese intento queda en evidencia el vacío de contenidos y la certeza, que al igual que ayer, seguirán administrando el mismo modelo, maquillado y enchulado para hacerlo parecer distinto. Escuchar al Sr. Arenas resulta reveladora la intención de hacer creer a la gente que este nuevo proyecto es, supuestamente de todos y para todos, cuando en realidad lo es para los mismos de siempre. Como especie, somos los únicos que tropezamos dos veces con la misma piedra……….
Gustavo , felicitaciones por tu magnífico artículo, sin duda un gran aporte para la reflexión de un tema actual y trascendente.