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Desde agosto de este año me encuentro viviendo fuera de Chile por motivos de estudios. Es mi segunda vez en el extranjero, pero este viaje ha estado marcado por la presencia de Chile en mi vida diaria a través del uso de Twitter.
Twitter es una herramienta web 2.0, es decir, una herramienta cuya base es la interacción en tiempo real entre personas de distintas partes del mundo utilizando una conexión a internet y una interfaz determinada, en este caso, un rectángulo en el cual se pueden escribir 140 caracteres. Esos mensajes pueden ser leídos por cualquier persona (followers o seguidores en términos de Twitter) y se pueden seguir los escritos de las personas que quiera, excepto si ellas no quieren ser leídas abiertamente; para este efecto existe un “candado”, lo que significa que podré leer esos mensajes sólo si el autor me autoriza. Twitter es, entonces, una plataforma web 2.0 gratuita y de amplia penetración a nivel mundial, al menos desde los dos últimos años, aunque oficialmente comenzó el año 2006.
La riqueza de Twitter está tanto en lo que uno es capaz de decir, que debe ser atractivo para otros, como en las personas a quienes uno sigue. Así, hay personas que sólo siguen a amigos cercanos y se enteran, por lo tanto, de lo que sus amigos hacen cotidianamente; y hay otros, como yo, que seguimos básicamente ideas y noticias. Mi timeline (el conjunto de mensajes que producen las personas a las que sigo) está formado principalmente por personas que difunden información de medios alternativos y tienen miradas críticas sobre la realidad.
Desde que estoy lejos de Chile, Twitter se ha convertido en la forma más rápida de informarme ya sea de las réplicas del terremoto o las conversaciones de programas como Tolerancia Cero, pasando por la serie de moda (Los 80 es comentario obligado de mi timeline los domingo), hasta los más recientes detalles del acontecer politico y noticioso. Adquiere particular relevancia y dinamismo la contingencia política expresada en las tensiones y errores del gobierno, el comentario ácido o inoportuno de algún legislador o simplemente el artículo de El Mercurio que sacó ronchas a nivel político el día domingo.
Seguí detenidamente cada día de encierro de los mineros, todo el proceso de rescate y la post-farándula desarrollada en torno a ellos. Nada nuevo bajo el sol si pensamos en la extensa, profunda y casi perversa cobertura que los medios de prensa y el gobierno dieron a este episodio. Lo que sí puede ser interesante es que paralelamente se desarrollaba una huelga de hambre de 34 comuneros mapuche. Dicha huelga tuvo nula cobertura en la prensa, al menos hasta el día 50 de la misma. Sin embargo, a través de Twitter me enteré y denuncié esta situación de manera casi obsesiva. Todos los días mi timeline y muchas otras personas tanto de Chile como del extranjero, denunciaban el silencio cómplice de los medios. Fue tal la presión, que finalmente los periodistas, que eran día a día bombardeados por los twiteros, terminaron colocando el tema en sus pautas informativas.
Si no fuera una usuaria intensiva de Twitter no habría sabido de la huelga de hambre de los presos mapuche; tampoco de la huelga de trabajadores de Farmacias Ahumada; ni me hubiese enterado de la falta de quórum en el parlamento para aprobar una comisión investigadora sobre relaves mineros. Eso, entre muchas otras cosas y detalles que escapan al espacio y tiempo de este texto.
Veo que día a día Twitter tiene más personas interesadas en utilizarlo no sólo como una ventana de exhibición de la cotidianeidad, sino más bien como una herramienta de ejercicio de ciudadanía, de opinión, de crítica y de control del poder político. No es ahora indiferente que algo se comente en Twitter, porque tiene tal rapidez de difusión, que puede convertirse en la peor pesadilla de aquellos que creen que Chile y sus habitantes duermen plácidamente conectados al televisor.
Larga vida a Twitter.
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