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Chile, su enfermedad de base y el coronavirus

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Chile padece una enfermedad hace mucho tiempo. Entre sus síntomas podemos destacar los siguientes: un Sistema de Salud Pública carente de recursos e insumos básicos y largas listas de espera; un Sistema educacional bastante segregado, con resultados desiguales en sus pruebas estandarizadas -que también están en entredicho como instrumentos de medición- y una educación superior cada vez más en crisis; un Sistema de Pensiones que asegura bastante poco la Seguridad Social; y una democracia debilitada con escándalos de pagos ilícitos en campañas, tráfico de influencias, leyes hechas a medida (Ley de Pesca), etc. En fin, todos estos síntomas dan un diagnóstico evidente: Chile presenta una crisis de legitimidad en su sistema institucional. En nuestro historial clínico presentamos un episodio crítico el pasado 18 de Octubre, dando cuenta que algo andaba mal. La enfermedad se agudizó y se hizo más notoria. Pasaron las semanas y el Acuerdo por la Paz y una Nueva Constitución fue un remedio que se recetó el 15 de noviembre para poder tratar esta grave enfermedad. Se ofrecía un cauce institucional, no muy invasivo, para dar fin a la célula más dañina: la Constitución de 1980. Primer paso: el Plebiscito.

En ese contexto, el pasado 26 de abril esperábamos un domingo eleccionario, con la ciudadanía en las calles camino a sus locales de votación para concretar aquel plebiscito que explicitara la necesidad de una Nueva Carta Fundamental. Pero el curso natural de las cosas no fue como lo pensamos desde un inicio. Nos arribó una pandemia que ha azotado a todo el mundo, y es que el coronavirus además de colapsar el sistema de salud, distanciarnos socialmente y afectar nuestros modos de vida, impidió seguir al pie de la letra la ruta constitucional trazada en el Acuerdo, en donde finalmente se decidió postergar la Consulta para octubre de este año. Sin embargo, el pasado domingo no pasó desapercibido en el mundo político, y comenzaron a surgir ciertas declaraciones en sentido de poner en duda la realización del Plebiscito en octubre, supeditándolo, casi, al avance o estado de gravedad que tenga la pandemia Covid-19 a futuro.

Comencemos por el propio Presidente de la República, quien afirmaba en CNN que “quizás la recesión económica va a ser tan grande, va a poner tantos desafíos a todos los países, incluyendo a Chile, que este es un tema que quizás se va a volver a discutir” refiriéndose al plebiscito. A esto hay que sumarle lo dicho por el Ministro del Interior, Gonzalo Blumel, quien sostuvo que tendrá que evaluarse nuevamente el plebiscito, si aplica el caso, por la emergencia sanitaria que se vive en Chile. Las palabras de ambos tuvieron eco en el mundo político, y si bien hay quienes respaldan sus dichos, en general existen reparos frente a sus declaraciones. Lo que sí quedó en evidencia es que existe una voluntad del Poder Ejecutivo de supeditar o subordinar la realización del plebiscito en un determinado contexto crítico del coronavirus. Una voluntad bastante incoherente con el actuar que han tenido en otras materias, por ejemplo insistiendo en el retorno a clases presenciales; lo mismo ocurre en los empleos del sector público decretando la vuelta a las labores presenciales. Para qué hablar del silencio que han tenido sobre la rapertura de los malls. Es decir, por un lado afirman que tendría que evaluarse la posibilidad de llevar a cabo las elecciones en caso de que, o sea muy grave la crisis sanitaria, o sea muy grande la recesión económica que provoque el virus, pero paralelamente ordenan que la gente vuelva a sus trabajos presenciales, que los niños y adolescentes retomen las clases, y los malls reabran sus puertas. Algo no calza.

Pero vayamos a lo medular ¿es el coronavirus una razón para suspender el plebiscito? Aquí no hay grises. No lo es. La actual pandemia tiene, además de sus efectos biológicos, entre sus efectos macrosociales, el distanciamiento social que tanto golpea a las personas y que les impide reunirse con los demás. Impide ir normalmente al supermercado, a las tiendas, a la feria, a reunirse con amigxs, a clases, al trabajo, etc. Pero atención con la palabra utilizada en la oración anterior: normalmente. Es que claro, no es que no se pueda hacer todo eso, sino que se tiene que hacer de forma distinta a como lo hacíamos antes, por eso ya no es normal. Ejemplo de ello es que se establezcan cuarentenas totales, que el comercio no esté operativo al cien por ciento, que las clases tengan que hacerse en modalidad online, y también el trabajo adopte una versión llamada “teletrabajo”, etc. Los modos de vida han cambiado y se han ajustado al contexto de la pandemia. Todas las personas han adaptado sus formas de vivir, y van reordenando el modo de realizar los objetivos que tenían previstos desde antes del Coronavirus. El entramado social y económico necesita que se siga con la producción, a pesar de la distancia social, y por eso ha adaptado sus medios.

En esa línea, también existe un entramado social y político que, antes de la pandemia, estableció como una prioridad y necesidad la realización de un Plebiscito que definiera -institucionalmente- si se requiere o no una Nueva Constitución. La sociedad chilena tenía un objetivo este 2020 -el Plebiscito- y es menester adaptarlo también al actual contexto, mas no suprimirlo. Existen objetivos que las personas han debido suspender de sus prioridades, pero hay unos que no, y esos son los esenciales. Entonces ¿es esencial para la sociedad chilena el plebiscito para una nueva constitución?.

Evidentemente el plebiscito para una nueva Constitución es esencial para una sociedad como la chilena, la cual desde el pasado 18 de octubre dejó en claro la necesidad de un cambio institucional. Todas las falencias del sistema institucional chileno siguen ocurriendo con o sin Coronavirus. El pueblo dio cuenta de una enfermedad crónica que solucionar: crisis de legitimidad – crisis de las instituciones. Y la forma de tratar esa enfermedad fue dar una ruta constitucional que tiene como punto de partida el Plebiscito que originalmente sería el 26 de abril, pero de pronto apareció el Coronavirus y todas sus implicancias.

El Plebiscito es esencial para poder seguir el cauce institucional a la crisis institucional que padecemos, la cual no tiene por qué seguir esperando. Es más, con el coronavirus se han acentuado los problemas de desigualdad y los abusos

El Plebiscito es esencial para poder seguir el cauce institucional a la crisis institucional que padecemos, la cual no tiene por qué seguir esperando. Es más, con el coronavirus se han acentuado los problemas de desigualdad y los abusos. Los trabajadores se han visto desvinculados de sus trabajos, de hecho son ellos quienes están pagando el costo de la crisis sanitaria, es de sus fondos de Seguros de Cesantía que están solventando sus gastos. Para qué referirse a las y los trabajadores informales. Por otra parte, el sistema de salud ha tenido a los funcionarios fabricando sus propios insumos para prevenir la pandemia, evidenciando la falta de recursos, a lo que debe sumarse la situación de las personas más vulnerables, quienes tienen menos acceso a la salud y, en consecuencia, son las más propensas a no recibir una atención a tiempo. En cuanto a los precios de los utensilios de aseo, en un comienzo se dispararon, demostrando el pequeño rol que tiene el Estado para regular estas materias. Claramente las prioridades del manejo de la Pandemia han sido las económicas por sobre las sanitarias. La desigualdad existente en Chile se ha exacerbado con el Coronavirus. El virus ha discriminado, no se le puede pedir distanciamiento social a comunas como Puente Alto que tiene sectores como Bajos de Mena (precisamente el primer foco de contagio de dicha comuna) en donde sus habitantes viven hacinados. No se puede pedir distanciamiento en las cárceles. Menos se puede pedir distanciamiento en las largas filas de trabajadores a las afueras de las AFC. Los ejemplos son muchos, y la desigualdad y abusos siguen a la orden del día.

Por eso no se puede aceptar que el coronavirus impida que se realice el Plebiscito. Supeditarlo al estado de crisis que tenga la pandemia, además, tiene el peligro de que quienes tienen el manejo de ella, la manipulen para provocar un escenario que haga insostenible la realización de la elección en octubre. Lo que sí puede afectar es su forma: podrán disponerse horarios de votación por edades para no colapsar los locales de votación, establecer un límite de personas que ingresen al local de votación, medidas sanitarias extremas para las personas que serán vocales de mesa y apoderados, etc. Es decir, se deben tomar todas las medidas tendientes a prevenir contagios. Es totalmente posible que se lleve a cabo la votación en esas condiciones. En un mismo acto estaríamos combatiendo el Coronavirus y nuestra enfermedad de base.

El coronavirus no es una razón para seguir aplazando el Plebiscito. Como se dijo, la realización de éste es una prioridad esencial para la sociedad chilena, que no está dispuesta a seguir postergando. Por otra parte no se puede pecar de hipocresía en usar esos argumentos para frenar el avance del fin de la Constitución de 1980, siendo que por otro lado no se dice nada respecto a la reapertura de los centros comerciales, malls, vuelta a clases y trabajos presenciales, etc. Si se quiere medir con la misma vara todas las medidas tomadas en razón del Covid-19, entonces también debieran aplazarse las aperturas de esos Malls o los retornos presenciales a trabajos y clases. Pero la realidad no ha sido así, y como se ha intentado una, rotulada así por el propio gobierno, “Nueva Normalidad”, con mayor razón debe realizarse el Plebiscito en octubre próximo ¿O acaso es mas esencial activar medidas económicas por sobre la decisión de nuestro Pacto Social?

Nuestro diagnóstico tiene una Crisis Institucional, que sumada al Coronavirus nos puede terminar liquidando, y por eso no hay que fiarse de ninguna. No por combatir el Coronavirus vamos a dejar de centrar nuestra atención en la Crisis Institucional. El Covid-19 no debería impedir a la sociedad chilena avanzar con el tratamiento de su enfermedad crónica. Si así ocurriese, podríamos correr un grave peligro: sobrevivir al Coronavirus, pero no a nuestra Crisis Institucional.

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