El año 2008, tras la caída de Lehman Brothers, se escribieron ríos de tinta sobre la vuelta de Keynes y el principio del fin del capitalismo. Nada de eso se ha cumplido; todo lo contrario: el capital se ha hecho más poderoso que nunca y define a través de agencias de riesgo si los Estados son o no seguros para colocar las inversiones.
Pero no sólo los mercados, también los gobiernos con clases políticas cortoplacistas en la gran mayoría de lo que lo que se llaman países desarrollados, vivieron felices mientras había dinero y endeudarse no parecía una amenaza.
Hoy, cuando la crisis económica destroza como un cáncer a Europa, modelo global de unión política, económica y social, y con Estados Unidos viviendo en la línea del fracaso, los viejos modelos desarrollados se nos caen, y nosotros somos incapaces de ver lo que tenemos tan a la vista.
Si algo debemos aprender del análisis comparado de las sociedades, es que deben ser capaces no de copiar fielmente políticas públicas, sino analizar las decisiones tomadas por otros y aprender de ellas para aplicarlas de acuerdo con su propio contexto. Porque Chile es un país en construcción, un modelo que aún no toma las decisiones más importantes y ha construido sobre cimientos viejos lo que requiere pilares que sean capaces de transformar el modelo, para que éste le brinde a sus ciudadanos y ciudadanas un verdadero lugar para vivir mejor.
Estamos en un punto de inflexión, pero si no hacemos algo hoy, mañana será tarde y sufriremos como los europeos los males de tomar decisiones equivocadas y no ser capaces de adaptarnos al futuro. Vivimos en un país que ha creado un modelo de éxito falso, que se cree rico, la gente gasta y malgasta, porque encuentra en los bienes materiales las satisfacciones superfluas que no encuentra en sus vidas.
Los medios para alcanzar los fines que nos han dicho que deberíamos alcanzar son falsos, ya lo dijeron los prisioneros, aquellos famosos doce juegos. Entonces la gente se frustra, se resiente, va alimentando la destrucción de la cohesión social, que se manifiesta de manera violenta, en la delincuencia que crece y florece. Nos preocupamos por los medios para combatirla sin hacer nada por poner medios y recursos para transformar el modelo que la gesta.
Con miedo, en Chile vivimos con miedo: miedo a educarnos, a enfermarnos, a transportarnos, a caminar por las calles, a compartir de verdad con otros. Nos encerramos en edificios llenos de equipamientos para salir lo menos posible a la calle, preparados para los codazos de la hora punta.
Las regiones abandonadas a la buena voluntad del centro, que crece sin ningún tipo de planificación más que el mercado que construye para vender sin saber cómo se pagará mañana. Todos nos tendremos que venir a vivir a Santiago, porque las oportunidades en las ciudades de provincia están rotas si no eres parte de la mano de obra de la empresa de turno. Regiones gobernadas por el caudillo político local y la empresa que alimenta sus campañas. El arte, la cultura, el deporte, el medioambiente son meras referencias en las memorias de la responsabilidad social empresarial, sin fomentar un real desarrollo local basado en el buen vivir de las personas.
Chile, con una clase política absolutamente deslegitimada, con una democracia enferma por el cuoteo y la poca coherencia de sus “líderes”, han perdido toda chance de que alguien les crea. No tenemos políticos (o tenemos muy pocos) sino ingenieros electorales preocupados por ganar para cobrar el bono, que no es más que una serie de cargos para llenar.
Con la crisis económica no ha regresado Keynes, sólo se ha fortalecido el mercadeo salvaje, el modelo de casino que denunciaba Cohn-Bendit y que tiene hoy no sólo amenazado a los mercados de los Estados europeos, sino también a las millones de personas que lucharon y sufrieron por tener un Estado del Bienestar.
Seamos inteligentes en observar la historia y las decisiones de otros, para construir un Chile sin miedos, que garantice las oportunidades a todos y todas. Ello requiere avanzar desde abajo y no con parches desde arriban que sólo reproducen la desigualdad de las últimas décadas.
Requerimos de una clase política coherente, comprometida y apasionada. Necesitamos ciudadanos dispuestos a trabajar unidos para todos y no por separado. No es una tarea fácil, pero no por ello dejaremos de quererlo y de esforzarnos.
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Foto: Cristian Master / Licencia CC
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