El centro quedó huérfano de candidato. Por lo menos eso se escucha desde que el domingo, pasadas las 20 horas, se fueron ajustando las piezas de las primarias de los bloques dominantes al estado en que hoy las encontramos.
En la Alianza el electorado eligió a Pablo Longueira como abanderado del 17 de noviembre. Como ya varios han apuntado, el “centro social” al que aludió en reiteradas ocasiones el exministro de Economía no fue precisamente el que le dio el triunfo con un 51,37 % (414.380), dejando a su contendor en un 48,62 % (392.221). Fue la elite económica (a estas alturas no está claro si intelectual) que vive en Las Condes, Vitacura y Lo Barnechea, la que menospreció en las urnas al heredero de Sergio Onofre Jarpa y dejó en un primer lugar al intérprete póstumo de Jaime Guzmán. Así lo consignan los escuálidos 21.159 votos de diferencia entre Longueira y Allamand, de un universo de 801.801 electores. Cifra que se parece bastante a los 21.548 que obtuvo el candidato UDI, a contrapelo de lo que ocurrió en el resto del país, en esas tres comunas. Dejaremos pendiente en este análisis, por ahora, la votación de Velasco en esos distritos.
En la Nueva Mayoría ganó por lejos Michelle Bachelet. Ni los más optimistas se esperaban un 73,05 % de las preferencias, con 1.561.563 votantes. En el segundo lugar quedó Andrés Velasco con un 13 % (278.056), tercero Claudio Orrego con un 8,89 % (189.582) y cuarto José Antonio Gómez con un 5,06 % (108.222).
Es así que la pregunta que muchos se hacen hoy es qué es el centro. Y luego de identificarlo, si éste salió realmente a votar este domingo 30 de junio. Porque los medios, ciertos dirigentes políticos y algunos analistas nos han querido convencer que el resultado de las primarias deja dos vigentes a candidatos de los polos; una candidata de izquierda y uno de derecha, y no dos de “centro” como supuestamente habría sido en la contienda Frei-Piñera. Y así, de a poco, instalar la idea de que es necesario tender hacia la moderación.
Extraño esto del centro. Porque cuando vivimos en un país desigual como Chile, el sentido común me dice que centrarse significa convertirlo en uno más igualitario. Cuando la salud, la previsión y la educación no son un derecho garantizado, como se exige desde distintos ámbitos, ser de centro debiera ser volver las cosas a su justo cauce. Radical es el modelo injusto y antidemocrático como el actual, que tuvo que ser impuesto mediante una dictadura.
Esta apreciación, relacionada con cómo se construyen los significados en la sociedad, es relevante para entender el rechazo o adhesión que concitan determinadas ideas. En nuestro Chile ser de centro desde hace rato que es una moda. A pesar de que personalmente me carga, porque en la práctica significa mantener el statu quo, algo para nada loable si uno se pega una vueltecita más allá del mundo televisivo.
Volvamos a Velasco. Precisamente fue él quién se quedó con los votos de Allamand en Las Condes, Lo Barnechea y Vitacura. En todas ellas superó a Michelle Bachelet. Ahí está el centro del que nos han hablado tanto en este tiempo. Y, perdónenme, pero eso no es centro. Eso es centro derecha, porque es ciudadanía que valida este modelo económico al cual hay que hacerle serios cambios para que podamos aspirar al apelativo de sociedad. Sociedad no son muchos seres humanos ni consumidores viviendo juntos. Tiene un significado mucho más profundo. Donde, por ejemplo, quienes tenemos más posibilidades aportemos para que las tengan quienes no las han tenido. Equidad en el ahora y también intergeneracional.
En nuestro Chile ser de centro desde hace rato que es una moda. A pesar de que personalmente me carga, porque en la práctica significa mantener el statu quo, algo para nada loable si uno se pega una vueltecita más allá del mundo televisivo.
Y es probable que el revuelo causado por la votación de Velasco no tenga tanta relación con el número, sino esencialmente porque representa en una parte importante a quienes tienen, a nivel de mandos medios privilegiados, el control económico de nuestro país. Mucho profesional, mucho empresario, mucho ciudadano que se cree eso de la meritocracia, y que considera que si a él le dejan casarse con quien quiera y fumar marihuana en sus ratos libres, da lo mismo que el sistema neoliberal esquilme a millones todos los días. Total, a él sí le alcanza para pagar buena educación, buena salud, buena previsión (un buen casorio y buena yerba). Y aunque adhiero a la causa del matrimonio igualitario y el derecho al autocultivo de la cannabis, la lejanía comienza sobre considerar si el resto de lo que ocurre en nuestra sociedad está bien o mal, incluida la mejor y más democrática forma para resolver el gran nudo pendiente de la transición: la legitimidad y los contenidos de la Constitución.
Como el correo de un profesional de derecha que me llegó la víspera de las primarias. Su principal argumento para votar hoy por Michelle Bachelet era, en corto, que el gobierno actual le restringió un beneficio social.
Mi respuesta fue:
“Perdón, pero ¿el voto de quien escribe es esencialmente por un motivo personal, individual, que puede ser que le ocurra a mucha otra gente pero que recién lo tomó en cuenta cuando le tocó a él? Es por eso, precisamente, que me ha decepcionado no Michelle Bachelet en particular, pero sí el mundo político que la rodea. El individualismo y la falta de visión colectiva. El ‘sólo me interesa cuando me afecta a mí’. Si el articulista así piensa, no me representa”.
Ese es el centro al que tanto se alude. Y ese centro, debo decirlo, no me interesa. Porque ese centro es sólo la cara pasiva de esta sociedad neoliberal, materialista y del beneficio individual.
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