Roxana Miranda, la candidata presidencial del Partido Igualdad, no es moderna. Y para justificar esta aseveración quisiéramos introducirnos brevemente en el concepto de modernidad. Dicho término se utiliza como faro del progreso humano y si bien su sentido original pudo haber sido solo uno, hoy existen casi tantos significados como emisores lo empleen.
La modernidad, para el caso de este análisis, sería el triunfo definitivo de la razón por sobre la tradición. Una sociedad moderna es una sociedad no-tradicional. Es una sociedad en la que la verdad última la tiene la ciencia, expresión y experiencia máxima del triunfo de la razón. La ciencia propone un método, que a través de su operacionalización estricta, se puede llegar a la verdad, verdad que es indiscutida. “Esto está probado científicamente”, decimos, y eso nos da la tranquilidad para usarlo, decirlo o confiarlo.
Lo tradicional, en tanto, es lo que se repite de generación en generación, también como una verdad, pero sin ninguna prueba de por medio, es lo que se denomina el “sentido común”. Lo tradicional no pretende buscar pruebas, las cosas “son” y ese “son” al igual que la verdad aprobada por la ciencia, es indiscutible. Si tomamos ambos conceptos por separado no habría problemas, el problema comienza cuando ambas nociones conviven al mismo tiempo, ya que, una de ellas es más poderosa que la otra.
La modernidad tiene la connotación de la civilización, la tradición de la barbarie, la modernidad viene de la mano del colonizador, del poderoso; la tradición del colonizado. ¿Quién sabe entonces lo que necesita el colonizado? El moderno, obviamente. Y así fue durante la historia, el moderno tenía la pólvora, el tradicional solo piedras. ¿Y quién ganó la batalla? Esta idea de la modernidad se impuso en occidente y occidente la impuso y la trata de seguir imponiendo en el “no-occidente”. Es así como lo tradicional se fue desprestigiando y solo es admirable cuando se traduce en telares coloridos o costumbres exóticas, que claramente se pueden analizar desde la razón. Esta idea penetró en el habla cotidiana y la modernidad ya no es solo progreso o civilización, se puede evaluar desde un punto de vista valórico y calificarla de evidentemente “buena”.
Entonces, todos los discursos se apropiaron de este concepto, y es por eso, que desde hace décadas queremos y nos proponen una educación moderna, o nos advierten que tenemos una economía moderna o el sistema de salud más moderno o el sistema de transportes más moderno, o los edificios más modernos, o las carreteras más modernas y también los centros comerciales más modernos y los autos que vemos por las calles son también los más modernos, así como el sistema de telecomunicaciones, y los artefactos electrónicos que podemos comprar, el diseño de ropa y de arquitectura. Todo, absolutamente todo es moderno, o debería ser, porque moderno es bueno y no representa necesariamente un estilo artístico, es moderno porque triunfó sobre la barbarie y sobre lo irracional. Y no tenemos derecho a elección, pues la tiranía del discurso nos ha convencido a nosotros mismos que está bien que sea así y que, además, debemos seguir modernizándonos. Y entonces ocurre lo más inesperado. En una campaña presidencial, una de las candidatas aparece con un discurso que no es moderno. Y que, peor aún, niega que esa modernidad sea buena. Que esa modernidad, que nos prometió el desarrollo, en realidad no cumplió. Es como si opinara el bárbaro, es como si lo sentaran al lado del rey colonizador antes de acribillarlo y le dieran la oportunidad de estar a su nivel, de decir todo lo que piensa y que le represente el hecho que lo que hace es una intromisión grosera, que no lo necesitan y que debería irse.
Esa es Roxana Miranda sentada en el set de televisión debatiendo con los otros candidatos, fieles representantes, cual mas cual menos, de la modernidad. Ella es la irracional, la que no ve ninguna lógica en las explicaciones de causa-efecto que los demás plantean, la que cuestiona las cifras económicas que lo que hacen es mostrar promedios o generalizaciones, pero no individuos ni realidades diversas, la que no entiende de millones de pesos o de dólares, porque nunca los ha tenido y tal vez porque no imagina como sumar, multiplicar o dividir esas cifras exorbitantes, la que no se acomoda con estrategias comunicacionales aprendidas en el norte y en otro idioma, porque para ella los pobres y mestizos que ahora aparecen 20 minutos en la televisión son sus vecinos que ve todos los días, y no solamente para las elecciones; porque cuenta historias de experiencias desconocidas para los tecnócratas- universitarios, como que muchos adultos mayores pegan sus placas dentales con adhesivos comerciales pues no tiene acceso a la salud dental, y eso parece un cuento fantasmagórico que está buenos para la literatura, pero no para dirigir un país; como que cosió ella misma su vestido para ir al debate televisivo y no fue al centro comercial con grandes tiendas por departamento donde se interna el pueblo para mirar o comprar lo que le ofrece la modernidad. Roxana no es moderna. Y tampoco lo son los miles o millones de pobladores que se han quedado al margen de la modernidad. Los miles o millones de pobladores “irracionales” que viven de sueños (que por cierto no son racionales). Roxana ha venido a refregarnos que somos aun bárbaros o que hay muchos de ellos, pero que no estamos bien como bárbaros, pues no vivimos en un mundo de bárbaros, vivimos en un mundo que nos exige ser modernos y que las soluciones a los problemas los plantea desde la modernidad. Roxana zamarrea nuestra supuesta modernidad y nos recuerda que no ha triunfado aún y que en su lucha por imponerse ha dejado muchos al margen, que los vencidos no han muerto, que están ahí y que a pesar de todo aún tienen voz… y voto.
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servallas
Pienso que tienes razón, hay en ese panel de candidatos una voz diferente, ajena a lo que acostumbramos. Muchas figuritas de la TV la han mostrado como una suerte de cenicienta, de la voz apagada del pueblo. Tal como dices, es la no modernidad, lo que no se ha podido traer a esta modernidad tan vilipendiada, pero que es también la realidad.
Hay mucho trabajo por hacer de cualquiera de los otros candidatos que salga electo, hay mucho que hacer en educación, educar al pueblo es quizás lo más fundamental, enseñarle a pensar, a comparar escenarios, a hablar, a reflexionar, luego el camino hacia su propio desarrollo es cosa personal. Alli hay otra verdad, muchos, quizás demasiado pueblo, les gusta el camino fácil, se niegan a crecer, a desarrollarse, a contribuir al colectivo, prefieren quedarse comodamente esperando que la comida, el vestido y la casa les llegue por arte de magia, así son terreno fértil para el populismo, para el manoseo y el aprovechamiento de mentes inteligentes pero llenas de maldad.