Hace no muchos días, el intendente del Bío Bío señaló que el hecho de que un 65% de los hijos que nacieran en Chile lo hicieran fuera del matrimonio hacía que hubiera más menores manifestándose en las calles con odio y “con tendencia al anarquismo”. En fechas similares, el presidente del Colegio de Profesores expresó que, por su ascendencia judía, el ministro del interior era proclive a aplicar políticas de seguridad afines a la del Estado israelita. El presidente de la CUT, para no ser menos, manifestó que, como consecuencia de las enseñanzas de los profesores de filosofía, muchos alumnos salían a la calle a tirar piedras. El presidente de Renovación Nacional ha señalado en más de una oportunidad que si permitimos el matrimonio homosexual después vendría el matrimonio con animales. Podría seguir dando ejemplos, en fin: un alcalde sugirió que el carisma de Camila Vallejo se debía a que estaba medio endemoniada, El Mercurio lleva días afirmando que los alumnos con buena PSU no se involucran en el movimiento estudiantil y los malos sí lo hacen, sugiriendo con esto que las protestas no son cosa de iluminados.
En todas las frases anteriores existe una afirmación cierta a la que se le añade un efecto o consecuencia falaz, estableciendo una causa verdaderamente estúpida. La trampa argumentativa es añeja, y esconde los peores propósitos imaginables. Se podría llegar a probar, por ejemplo, que en la comunidad mapuche existe un mayor porcentaje de consumo de alcohol que en la no mapuche, dándole sustento empírico a uno de los comentarios más odiosos que se escuchan en nuestras calles. ¿Qué se podría concluir con eso? ¿Que sus demandas no deben ser escuchadas? ¿Que sus dirigentes son poco serios? ¿Qué hay que cerrar las botillerías en la región del intendente que explica la actitud de las personas en razón del vínculo de sus padres?
Hace no muchos años, destacados académicos de la Universidad de Harvard establecieron que los hombres son más inteligentes que las mujeres. Se supone que hicieron estudios serios y lo concluyeron “científicamente”. No es tan importante la veracidad de esa afirmación como lo que se pretende a partir de ella, las “consecuencias normativas” que se quieran incorporar. ¿Entonces las universidades debieran privilegiar en su matrícula a los hombres? ¿Entonces si me pongo a discutir con una mujer tengo siempre la razón? ¿Entonces el voto de la mujer debiera valer menos?
Varios políticos han recordado, a propósito del ambiente convulsionado de estos días, que “en el pasado esos niveles de desencuentro nos llevaron a los lamentables hechos de 1973”. Aquí el argumento es: si siguen en esto se va a venir un Golpe de Estado, no digan que no les avisé, pórtense bien porque si nos hacen enojar… ya saben de lo que somos capaces. ¿Quiere decir eso que de la efervescencia pública se sigue el bombardeo de la Moneda? “Vuelvan a estudiar y a trabajar para pagar la tarjeta Presto, estábamos tan bien así, sean razonables”. Cuando se escucha a estos pregoneros de la muerte es muy difícil no imaginar a un hombre que, tras una discusión enrabiada, le levanta el brazo a su mujer diciendo: “no vuelvas a hacer eso, no me hagas pegarte”. La culpa es de ella por hacer eso que no debe, por poner en tela de juicio aquello que no se puede discutir.
La realidad se puede mirar desde distintos ángulos y ninguna de esas miradas merece censura. Es difícil incluso jerarquizar los distintos puntos de vista que surgen a partir de un mismo hecho. Lo que preocupa es cuando se justifican barbaridades a partir de una mirada que posa de desapasionada, objetiva, irrefutable. Sigo pensando en Manuel Gutiérrez, y su destino tan triste. “Cómo se le ocurre salir a pasear en medio de una protesta con su hermano en silla de ruedas”, han dicho varias personas. ¿De salir a la calle con un discapacitado se sigue que es razonable la muerte de quien empuja su silla? ¿Manuel se las andaba buscando? Supongamos que el ministro de salud tiene razón y muchas de las huelgas de hambre de los estudiantes han sido poco rigurosas. ¿Entonces su compromiso es menos noble? ¿Entonces merecen seguir en escuelas mucho peores que las de otros menores igual de ciudadanos que ellos? ¿Entonces sería mejor si perseveraran hasta comprometer su integridad?
Menos grotescamente, el domingo en Tolerancia Cero, Sebastián Piñera ocupó esta forma de hilar frases de modo exasperante. “No queremos un Estado docente, sino una sociedad docente”. ¿Eso se concreta en terminar de destruir la Universidad de Chile o en construir bibliotecas en las poblaciones? Vaya a saber uno. Durante la campaña presidencial dijo varias veces que era “pro vida”, por lo que estaba en contra de toda forma de aborto. ¿Será que los que no pensamos como él seremos “pro muerte”? Vaya a saber uno. Ni siquiera sé qué ocurra luego de terminar de escribir estas palabras. “Cuando acabe este verso que canto / yo no sé, yo no sé, madre mía / si me espera la paz o el espanto”, diría Silvio. Vaya a saber uno.
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