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Apreciado Francisco,
Bien sabemos que los discursos utilizados por la Concertación, ya instalada la democracia, apuntaban a evidenciar los horrores que se habían cometido en dictadura. Sin indicar con el dedo más allá de los actores visibles ni tampoco profundizar en los hechos, y dejando que la justicia actuara aún sabiendo que ésta se encontraba en una dudosa posición desde el régimen, dejaron que las instituciones comenzaran a recobrar su independencia y funcionaran como tales.
En la oposición, con el tiempo se comprendió que defender el patrimonio de la dictadura no era el mejor aval para constituirse en un sector político válido democráticamente, así es que comenzaron poco a poco la búsqueda de una posición que les acomodara y les permitiera, desde ahí, captar la atención de ese nuevo Chile que se estaba construyendo. Hasta que lo encontraron.
Veinte años después, Francisco, la derecha de nuestro país echó mano al silencio consensuado que pactaron con la Concertación cuando la transición política de 1989 ya era un hecho.
Ese silencio que permitía “comenzar” de nuevo no sólo impidió que se dijeran las cosas en su real magnitud durante 20 años; también frenó que se pusieran sobre la mesa reformas radicales para cambiar la Constitución del 80 y promover con mayor facilidad leyes para educación, salud, trabajo y las libertades individuales, entre otros.
En definitiva: se evitó agitar las aguas y así poner en riesgo la estabilidad que se esperaba alcanzar para reconstruir Chile después de un período devastador. La misma petición de silencio, percibo, que solicita el oficialismo a la oposición para con la reconstrucción post terremoto del 27 de febrero.
Cuando se comienzan a develar frases como “no hicieron nada en 20 años”, “¿por qué no lo hicieron antes?”, “la Concertación no tiene autoridad moral para exigir”, sólo demuestra que tal vez haber pactado esa inmovilidad durante un largo período le permitió a la Alianza por Chile adoptar el discurso que utilizó la Concertación para recobrar la democracia, y así mantenerse en el poder.
Esa movida maestra producida por un vacío voluntario, se puede convertir en un error garrafal.
Porque adoptar un discurso no necesariamente significa que exista convicción en él.
Basta con apreciar declaraciones tales como: “que se apure el despido de funcionarios públicos”, del senador Espina (RN); o las palabras del Presidente de RN, Larraín, que vincula homosexualidad con pedofilia y zoofilia; o el apoyo que le entregaron los Presidentes de los partidos de la coalición oficialista a las palabras que emitió el embajador Otero. Dicho sea de paso, es precisamente esa honestidad la que nos permite perfilar al político chilensis para darnos cuenta que el actual gobierno responde más que a un proyecto colectivo, a cumplir con aquel anhelo gremialista de ser gobierno.
Francisco, creo en que el conglomerado del arcoiris actuó de buena fe. No puedo pensar de otra forma frente a una derecha que no sintió asco de perder la decencia al apoyar la dictadura militar. Y tampoco siente asco de haber pasado en banda 17 años de corrupción. Partiendo por el asesinato sistemático de compatriotas, pasando por la desaparición forzada, la desarticulación de familias, hasta la privatización autoritaria de empresas estatales. Tal como nos cuenta María Olivia Monckeberg en su libro “El saqueo de los grupos económicos al Estado de Chile”.
El discurso que la Concertación silenció tiene que ver precisamente con eso, Francisco. Con no haber evidenciado enérgicamente cuáles fueron las consecuencias reales de la dictadura. Cómo se destruyó la identidad, cómo se instaló el temor colectivo en la sociedad, y a partir de ahí la desconfianza ciudadana. Incluso con nuestro vecinos. Cómo perdimos la capacidad de organizarnos, de tener sueños colectivos. Cómo ese pacto de hombres y mujeres que fueron capaces de derrocar una dictadura, de movilizar un país, una coalición que no guardó silencio frente a los horrores, permitió que con un apretón de manos las convicciones pasaran a un segundo plano. Cómo se postergó así lo prometido a sus ciudadanos.
Tampoco para esto hay respuestas claras.
Eres profesor de historia, y más que nadie debes saber que esa manía política de promover que la misma se debe dejar atrás y avanzar, hace que ahora haya una derecha que sin vergüenza habla de corrupción. Curiosamente, aquellos que la instalaron a destajo no sienten pudor al indicar con el dedo a quienes son la consecuencia de un acuerdo entre “damas y caballeros”.
Sin pasar por alto que los casos de corrupción son válidos para ambos lados, lo claro es que la derecha, en nuestro país, para alcanzar el poder está dispuesta a todo. A todo.
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