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Carlos Larraín, el patrón

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Carlos Larraín debe ser el gran protagonista de estos últimos días en los encuentros y desencuentros de la Alianza. Su voz despectiva y tu tono de viejo oligarca nacional ha aparecido -al igual que en los últimos casi diez años- constantemente en la discusión y en la maquinación de propuestas dentro del sector. Esto, tal vez, lo hace porque no quiere que lo pillen volando bajo quienes se encuentran debajo de su escala social y moral. Mal que mal él es Larraín y, si quisiera, podría estar cortando la gran cantidad de hortensias que colman su jardín, en vez de estar dedicado a temas tan poco honrosos como el tejemaneje de una coalición que, seamos sinceros, más se sustenta en el empresariado que en la política.

Pero no. Prefiere estar al servicio de Chile, o mejor dicho, de su Chile. Ése que construyeron sus antepasados, y en el que solamente los  buenos hombres de apellidos vinosos, o de cierta historia familiar, circulaban por los pasillos del poder luego de llegar de esos fines de semana en que se dedicaban a descansar toda su bondad en sus tierras. En esas merecidas tierras que eran para ellos como la metáfora perfecta de una sociedad virtuosa: es decir, un feudo en el que el poder de decisión de sus integrantes estaba sometido a lo que los patrones, los adultos y los que realmente sabían cómo funcionaba este país, pensaban. Porque,  al igual que las vetustas monarquías europeas,  creían haber recibido casi como una herencia divina el manejo de los otros, los morenitos, los ignorantes: los peones.

En don Carlos el concepto de democracia nunca ha sido muy bien aceptado por lo mismo; lo encuentra algo desordenado, espantoso y parte de una especie de post modernismo bastante atroz. No le parece que quienes tengan que gobernar sean elegidos popularmente porque qué sabe esa masa media ambigua que llaman pueblo. ¿Quiénes son sus antepasados? ¿Qué han hecho por la estabilidad del país? ¿De dónde vienen y hacia dónde irán si es que ellos, los patrones les  indican el camino? No lo sabe. No lo entiende y no pretende entenderlo. Para él y los suyos la construcción social de manera vertical ha sido bastante más interesante, menos bulliciosa, y sin tanta chimuchina como la que se ha desbarrancado en el último tiempo. Es más efectivo, según su percepción,  dar algunos fuertes golpes de poder desde arriba antes de recibir pequeños y desestabilizantes golpecitos desde abajo. Así lo supo siempre, y así lo entendieron los militares, quienes a lo largo de la historia han defendido sus intereses en pro de un orden y una institucionalidad que, en el fondo, solamente ha beneficiado a los suyos, a quienes deben comandar el poder según ese supuesto, y ficticio, mandato divino según el que creen regirse.

Es por lo anterior, que el presidente de Renovación Nacional ha manejado su ejercicio político dando pequeños golpes desde arriba, desde su posición, incluso para manejar  a sus aliados y  a sus pares, a quienes no encuentra lo suficientemente alcurniosos para respetarlos. Y es por esto, y muchos otros factores, por los que la derecha está en la situación en que se encuentra. Don Carlos con sus constantes arranques de personalismo, e interés hacia su persona y lo que él -y su casta por supuesto- encuentra necesario para el orden de esté-su-país.

Es por esto, que sin ningún pudor, ha roto toda clase de pactos ya sea con el Presidente como con sus aliados de la UDI. Ha llegado, también,  hasta el punto de manejar voluntades en la oposición proponiéndoles acuerdos con cierto aspecto reformador que no son más que la perpetuación de un sistema. Ha sido capaz de presentar hasta a Chahuán- ¡Sí, Chahuán!- como posible carta presidencial de su partido, y todo con tal de mantener lo que a él le parece bien, porque así lo enseñaron desde chico; así fue criado para mantener sus principios, y el de su estrato social, por sobre lo que los demás desde una lejanía democrática intentan proponer.

En don Carlos el concepto de democracia nunca ha sido muy bien aceptado por lo mismo; lo encuentra algo desordenado, espantoso y parte de una especie de post modernismo bastante atroz. No le parece que quienes tengan que gobernar sean elegidos popularmente porque qué sabe esa masa media ambigua que llaman pueblo. ¿Quiénes son sus antepasados? ¿Qué han hecho por la estabilidad del país?

Pero lo que más le molesta a don Carlos, es que a él- ¡qué se han imaginado!- le impongan algo. Por lo mismo no dará su brazo a torcer con la Evelyn, hasta que ella llegue arrodillada ante él con la cabeza gacha y el ego desinflado, porque a él nadie le preguntó si la quería como candidata y eso, como patrón que es, lo  encuentra último.

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1 Comentario

Elber Galarga

Mucha afirmación, poca argumentación, y peor, nada de fundamentos. Mal.
Sí, mal que haya llamado a Chahuán ¿pero realmente toda una columna sin sentido para decir «no me gustó»?
Honremos el espacio que se nos entrega para expresarnos.