No deja de ser creativo el ejercicio que realizó Diego Schalper al hallar en la fundamentación de Gabriel Boric, sobre el aborto, una concepción ideológica neoliberal similar a la que el Diputado critica en sus adversarios, lo que evidenciaría -concluye Schalper- la incoherencia entre sus propias convicciones y sus juicios públicos. No obstante, a pesar de la laudable creatividad del columnista, más que hallazgo estamos frente a semejanzas sólo superficiales.
El planteamiento liberal, en sentido clásico, aboga por una sociedad que reconozca la autonomía que todo ser humano tiene para vivir de acuerdo a sus propias convicciones, en razón de que no existiría respuesta única (o verdadera) a la pregunta “cómo debemos vivir”. Deriva, por tanto, en la defensa de un Estado que no ejerza coacción a sus ciudadanos por hacer uso de su autonomía. La autonomía sólo podría limitarse, socialmente, cuando dicho ejercicio rompa el principio de igualdad en que se fundamenta el liberalismo.Boric, y la mayoría de las izquierdas modernas, desarrollan su marco de acción política en un amplio espectro, pero que encuentran su límite en la dignidad de la persona. La izquierda debe, en defensa de la libertad y la igualdad, mirar siempre con desconfianza a quienes, nos prometen la maximización del bienestar, aunque el costo sea la libertad y la igualdad.
El principio de igualdad se sostiene en la premisa de que todos, como miembros de la especie humana, somos iguales en racionalidad, discernimiento moral y por tanto, dignidad. Ninguno posee conocimiento directo de las verdades últimas de la vida social; nadie podría entonces imponer sus propias respuestas a la pregunta “cómo debemos vivir” más que a sí mismo.
El ejercicio de autonomía rompe el principio de igualdad cuando sobrepasa los límites de aplicación en la persona titular, afectando a terceros. El tercero afectado pasa a convertirse en “un medio” para los propósitos del primero, forjando una relación asimétrica, moralmente cuestionable. La construcción de una democracia liberal, como proyecto político, supone ampliar al máximo posible la esfera de decisión del individuo, limitando -mediante el poder estatal- aquellos espacios de imposición de valores que en su seno puedan darse.
El liberalismo, en sentido clásico, tiene en su fundamentación el imperativo moral kantiano del tipo: “obra de tal modo que uses la humanidad, tanto en tu persona como en la persona de cualquier otro, siempre como un fin al mismo tiempo y nunca solamente como un medio”.
Estos principios, que bien pueden fácilmente aplicarse, y por tanto defenderse, cuando las decisiones recaen sobre materias ineludiblemente personales (sexualidad, aborto, consumo de drogas, eutanasia, etc.), se vuelven difusas y de difícil aplicación al tratarse de materias sociales o agregadas, como son las relaciones económicas que se dan en una sociedad o los impactos medio-ambientales que conllevan los distintos métodos productivos, por ejemplo. Pretender un análisis de la imposición de valores en cada individuo afectado, a fin de entenderlos de manera agregada, para observar y concluir cierta configuración económica o medio-ambiental, resultaría a lo menos una labor tediosa.
No obstante, para nuestra ayuda, existen corrientes de pensamiento que en su definición encierran la renuncia al imperativo moral en que el liberalismo se sostiene, y de ahí el deber de todo liberal a mirarlas con reservas. La más importante, por su relevancia hoy en día, es el consecuencialismo, que en su derivada económica se ha denominado utilitarismo. Este último defiende ciertas decisiones por sus resultados o fines, entendiéndose como resultado deseable -o moralmente válido- el que genere satisfacción al mayor número de personas. Hay dos grandes implicancias en el utilitarismo 1) presupone la posibilidad de calcular los beneficios, en términos de satisfacción, que una decisión tiene. Maximización de la riqueza, por ejemplo, y 2) cuando el beneficio calculado es mayor al costo, no caben objeciones morales. Así, por ejemplo, será válido moralmente someter a condiciones de esclavitud a un cinco por ciento de la población, desconociendo su dignidad y utilizándolos como simple “medio”, si como resultado se obtiene la satisfacción de una proporción mayor.
Proyectos utilitaristas
Los últimos siglos nos han mostrado dos proyectos políticos-económicos que podrían denominarse utilitaristas, alejándose ambos del imperativo moral que sostiene al liberalismo clásico: El totalitarismo y el neoliberalismo. Ambos proyectos someten la voluntad del individuo a proyectos de terceros; en la colectividad, en el primer caso, y en la catalaxia, en el segundo. Ambos reducen el espacio de decisión del individuo al mínimo, aumentando en contrapartida el espacio de decisión del tercero. Ambos juzgan moralmente las decisiones por sus resultados o fines; el primero en términos de la construcción de condiciones materiales de existencia igualitarias y el segundo en términos de maximización de la riqueza, sin reparar en los medios que se han utilizado para tales efectos.
Aborto, neoliberalismo y Boric
El proyecto de aborto que se discute en el parlamento no es de raíz liberal. No reconoce un espacio de autonomía decisional, por la dignidad como persona que tiene quien vive el embarazo, que la facultaría para vivir de acuerdo a sus propias directrices morales. El proyecto supone la coacción del estado sobre quien decida abortar, en todos los casos, a menos que demuestre la existencia de una de las tres causales taxativas, y sólo en tal evento, la coacción del estado se suspende. Es, por tanto, una ley que suspende excepcionalmente una visión de vida impuesta a toda la sociedad (la protección del que está por nacer), sólo acreditándose haber padecido una situación dramática.
El proyecto tampoco funda la suspensión de la coacción estatal en el hecho de acreditarse un resultado que maximice el beneficio del mayor número. No tiene una raíz utilitarista. No existe una defensa de la autonomía de la mujer a ultranza, sin importar los medios que conlleve su decisión (la muerte del que está por nacer). Si esa fuere su raíz, no sería necesario acreditar causales, sino mera conveniencia económica.
Boric, y la mayoría de las izquierdas modernas, desarrollan su marco de acción política en un amplio espectro, pero que encuentra su límite en la dignidad de la persona. Esa dignidad ha revalorizado la estrecha relación que tiene la liberal y la igualdad; sólo en una comunidad de hombres iguales es posible vivir la libertad. La izquierda debe entonces, en defensa de la libertad y la igualdad, mirar siempre con desconfianza a quienes proponen la imposición de valores creyendo tener la respuesta “verdadera” a la pregunta “cómo debemos vivir”, y mirar siempre con desconfianza a quienes, bajo argumentos utilitaristas, nos prometen la maximización del bienestar, aunque el costo sea la misma libertad e igualdad.
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