En una entrevista, Felipe Morandé, un tipo bueno que comete errores como cualquiera, dijo que si Alberto Arenas renunciara como ministro de Hacienda y asumiera en ese puesto “alguien como José de Gregorio”, se restablecería la confianza que el mercado necesita para que el país vuelva a crecer. A juicio del ex ministro de Piñera, Arenas no cuenta con la autoridad intelectual ni académica. Otros articulistas y empresarios también creen que la solución es la salida de Arenas. Con acierto, El Mostrador redactó, en un título, de qué se trata todo esto: “Sí es personal: establishment económico apunta a Arenas como el obstáculo para reactivar la economía”.
Hay dos lecturas que uno puede hacer de lo que está ocurriendo. Por una parte, a partir de qué son las confianzas. Por la otra, qué tiene que ver Arenas con ellas.
Confianza = transacción
La palabra confianza y su hermana precaria, la desconfianza, han resurgido en el discurso público. Es la muletilla que la derecha económica ha utilizado para hacer notar su propio descontento. ¿Quién dijo que sólo las masas pueden manifestar su descontento? No, señor. Los empresarios también tienen su corazón y late deprisa cuando un negocio puede arruinarse por el hambre tributaria de un gobierno que Chile no merece. En las mesas de mantel largo, el lenguaje es de por sí normativo y paternalista: es la patria —no el Estado— la que “merece” un mejor gobierno, ante la cual hay que “cuidar” lo que tanto ha costado construir, por lo que se exigen medidas “sensatas”. El tono, consciente o no, es de superioridad social. Algunos pueden confundir aquello con superioridad intelectual o académica. No lo es. Es social. Son los mismos que no necesitan a un intérprete inglés-español para reírse con una ironía del británico Niall Ferguson. ¡Oh dear!
Las confianzas son, para traducirlo en este contexto, el mecanismo lingüístico para señalar una transacción. No se le puede pedir a un empresario, sobre todo a uno grande, actuar de otro modo que no sea transando. Su vida prospera sobre la base de buenas negociaciones. Sin buena muñeca no se genera riqueza, adonde sea que ésta termine. (El talento está en ser tan buen negociador como ciudadano—y buen cristiano, si viene al caso—, pero todos sabemos cuán escasos son los talentosos). El deterioro de las confianzas, por lo tanto, tiene un subtexto muy simple: “Señora Bachelet, dígame que ahora la van a cortar con hacerme ganar menos plata”.
No se puede culpar a priori a ese empresario por dejar de invertir. Sería como pedirle a un burócrata que admita que el trámite que él efectúa es innecesario. Entonces la Presidenta, cuyo sentido de la realidad es más fuerte que las palpitaciones revolucionarias que quisieran quienes creen que la historia empezó con ellos, activa su cláusula de moderación. Y así Arenas, dispuesto a la inmolación por su líder, acata y se traga los sapos. Es la lógica de un soldado. De ese modo se entiende que entre en escena Rodrigo Peñailillo, el ministro del Interior, el lugarteniente. Rostros nuevos para prácticas ya conocidas: todos parten al rescate de la terminología concertacionista y sacan del baúl una expresión que nunca oxidó: “Tender puentes”.
Para ciertas mentes de la derecha económica, ni Arenas ni Peñailillo merecen —merecen— guiar los destinos de la nación. Sienten que no están preparados (jamás lo estarán). Ambos resultan, a su vista, extraños. Ex-tra-ños La razón puede ser ésta: nunca, desde 1990, ha habido una dupla en Interior y Hacienda que no haya salido de alguno de los colegios prestigiosos o al menos haya estado emparentado con alguien de un círculo dorado. Germán Correa, primer ministro del Interior con Eduardo Frei Ruiz-Tagle, fue el único caso hasta ahora, pero el experimento duró seis meses. Que Correa fuese doctor en Sociología por la U. de California, Berkeley, no era lo sustantivo. Que Arenas sea doctor en Economía por la U. de Pittsburgh tampoco es gran cosa, parece. En ciertas mentes, obtener un doctorado no da entrada para un palco de honor en la ópera. El problema sí es personal con Arenas: ¿Qué otro ministro de Hacienda concertacionista ha provenido antes de fuera de la élite?
La mala memoria
A Peñailillo se le soporta sólo porque es el claro delfín de la Presidenta. Pero no hay que pedir tanto con Arenas, pensarán en algún café de El Golf. Los críticos se solazan cuando desde las propias avenidas de la Nueva Mayoría cuestionan al ministro. Que ya no es creíble, dicen en esa vereda, debido a su acuerdo transversal con la derecha por la Reforma Tributaria. Como si el ministro se mandara solo. Como si no entendieran que es Bachelet la atada a la realidad. Viene el diputado Pablo Lorenzini y dice que a Arenas le sobra manejo técnico pero le falta el político. Mala memoria. El mismo parlamentario, ocho años atrás, decía que era Arenas quien, con su astucia negociadora, suplía el déficit político del entonces novato ministro Andrés Velasco.
La mala memoria es una característica de la política. ¿Alguien recuerda los primeros meses de Bachelet 1.0? ¿Alguien recuerda el fuego amigo contra el mismo Andrés Velasco? ¿Cuántas veces Bachelet blindó a Velasco tal como lo hace ahora con Arenas? El apocalipsis zombie también se iba a desatar entonces. Mire usted en qué terminó.
Nada de lo anterior implica que Arenas no cometa errores. Tal vez el mayor yerro fue creer que esto podía ser como el partido de Alemania contra Brasil en la reciente Copa del Mundo. Es decir, que a los dueños de casa (léase, del capital) se les podría salir a golear como si nada. También se equivocó con buena parte del entramado de su reforma, varios de cuyos defectos fueron detectados por unos y otros menos por él. La miopía parece un efecto secundario del poder, pero al menos tiene tratamiento para el que reacciona.
Lo importante es enemigo de lo transitorio. Y lo importante es que habrá reforma, que Chile seguirá siendo un buen negocio y que el principio de realidad de Bachelet evitará que el Puente de la Confianza se desplome. Arenas, para estos efectos, se las arreglará para cruzarlo igual que sus antecesores.
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