Estamos ante las celebraciones de un nuevo fin de año. Celebramos el comienzo del ritual de un regreso del gran ciclo “eterno” de nuestro planeta. Aquì, abajo, con los pies bien en la tierra, hemos tratado de aportar un grano de arcilla para el pensamiento y la lengua política y cultural de una alternativa de modo de vida, que reconoce lo latinoamericano como una necesidad, como el ancho del panorama donde caben muchos voces.
Decimos que la palabra sumak kawsay de la lengua kichwa amazónica ecuatoriana -traducida convencionalmente como buen vivir-, y la palabra análoga aymara andina suma qamaña -traducida como vivir bien-, cada una a su manera, expresan una experiencia de vida y una convivencia en lo que se llama una “armonía” dentro de la comunidad humana y con la Naturaleza (entendida como la integridad de elementos del territorio que se habita). Ambas se derivan de una tradición ancestral de estos pueblos indígenas; han alcanzado una vigencia histórica reciente por su introducción en los procesos políticos y constitucionales de Ecuador (2008) y Bolivia (2009).
Se proponen estos nombres como inspiración para imaginar una alternativa latinoamericana de mundo, específicamente frente al predominio de las ideologías del desarrollo económico de la cultura occidental moderna. Considerando además las dificultades aparentemente insolubles que el “desarrollo” parece encontrar entre nosotros para convertirse aquí en un proyecto social efectivo y justo.En algún pasado, se dice, habría sido posible una experiencia de “vida en armonía con la naturaleza”, pero ella habría desaparecido como consecuencia de cinco siglos de colonización y aculturación europea.
La procedencia y modos de introducción en la contingencia histórica de estos nombres es bastante compleja, y envuelve incluso debates acerca de su origen. Se ha hablado de nombres “desnudos” en tanto se constata su persistencia, pero se ha perdido su sentido. En algún pasado, se dice, habría sido posible una experiencia de “vida en armonía con la naturaleza”, pero ella habría desaparecido como consecuencia de cinco siglos de colonización y aculturación europea.
En el momento de su aparición constitucional la palabra sumak kawsay mantenía un sentido como “vida en plenitud”, pero no tenía un significado comunitariamente reconocido -escriben los académicos Ana Cubillo y Luis Hidalgo-. En el ámbito aymara del suma qamaña, agregan, se habría constatado su presencia solamente en algunos rituales ancestrales como el del matrimonio.
Hay quienes hablan de una “palabra usurpada”. Ella habría sido planteada y usada políticamente desde una herencia de la cosmovisión indígena, sin que esto haya significado un correspondiente reconocimiento práctico en cuanto a las reivindicaciones socioeconómicas de esos pueblos en las sociedades modernas latinoamericanas.
Respecto del suma qamaña, políticos próximos al gobierno de Evo Morales en Bolivia han hablado de un socialismo comunitario, mientras en Ecuador de Rafael Correa se ha hablado de un socialismo del sumak kawsay -un “biosocialismo republicano”.
También se ha escuchado de estos nombres la tesis de una “utopía por construir” -así con A. Acosta y E. Gudynas. Ellos los proponen como el inicio e inspiración constitucional de procesos sociales contemporáneos de “transformaciones profundas” en lo cultural, político y económico (antiextractivistas). En estos procesos cabría una participación especial de los pueblos indígenas -a través de organizaciones y asociaciones de pueblos indígenas-, e incluiría, además, otros grupos ciudadanos como los sindicalismos, los campesinos, los estudiantes, los ambientalistas, los feminismos, los empresarios (“progresistas”), y grupos católicos ligados a la teología de la liberación. En esta pluralidad -y plurinacionalidad- la forma adecuada pasa a decirse como “buenos vivires” o “convivires”.
Esta recreación de instituciones ancestrales, sobrevivientes a la conquista y colonización, fortalecida por los que podemos llamar principios filosóficos derivados de la cosmovisión andina, se habría convertido en una nueva bandera de lucha para reivindicaciones como la interculturalidad, la autodeterminación, la defensa ecológica de los territorios, y, como hemos dicho, la plurinacionalidad.
Hay otros intelectuales y líderes políticos que juzgan estos nombres como consignas de un fenómeno social irruptivo, para el cual las cosmovisiones indígenas, centradas en el concepto de “armonía”, asumen un valor tanto de aspiración utópica como de cotidianidad vital. Se menciona la divulgación, en Ecuador, a principios de los años 2000, liderada por los trabajos de Carlos Viteri, un indígena de lengua kichwa del Sarayaku, que introdujo la noción en las Universidades y en sectores de las elites urbanas.
La deriva histórica de los movimientos sociales que lograron el gobierno y las nuevas constituciones de Ecuador y Bolivia, ha significado tanto la popularización de estos nombres como dudas frente al grado en que son una efectiva inspiración de las políticas públicas estatales. El trato de estos gobiernos con nuevas formas de extractivismo, por ejemplo, ha significado las protestas de los movimientos indígenas y ciudadanos.
Actualmente se observa una lucha por la conservación de la capacidad movilizadora del programa del buen vivir. Y, en el horizonte, notamos su reaparición conmovedora en el inédito, histórico y jamás antes experimentado proceso constituyente de Chile.
Comentarios
31 de diciembre
Nuevas palabras : aun faltan algunas…
el kûme mongen en mapudungun
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