La Nueva Mayoría surgió como un pacto electoral para apoyar el programa de Michelle Bachelet. O también, si usted lo quiere, como una manera de seguir aliando a la centroizquierda sin que fuera necesario llamarle Concertación. Para ello había que ir más allá y agregar a otro partido que le diera más legitimidad a este nuevo-viejo pacto, por lo que apareció el PC para entregar un poco de sustento programático e ideológico a algo que no era más que la vieja fórmula de la época transicional, pero ahora con ideas un poco más reformistas que en años anteriores.
«Una vez que la Presidenta dejó de ser esa máquina de buenos atributos ante los ojos de esta sociedad cada vez más consumida por la lógica de las encuestas, lo cierto es que todas las diferencias se agudizaron.»
Todo sonaba bastante bien. Parecía que había intenciones de cambiar lo que muchas veces en el pasado se quiso perpetuar. Ahora había más conciencia dentro del conglomerado de que se había cometido errores voluntarios y se había pecado al acomodarse y engolosinarse con las ideas del adversario sin siquiera sonrojarse. Esta autocrítica parecía evidente en varios salvo, claro está, en las cabezas de esos viejos concertacionistas que siempre vieron a la Nueva Mayoría como algo peligroso si es que ellos no estaban vigilando y apagando el motor de las retroexcavadoras imaginarias.
Con estos vigilantes creadores de la Concertación encima, quedó claro que no todos al interior de esta débil nueva coalición estaban seguros de lo que se estaba haciendo. Las discusiones y las entrevistas que estos autodenominados próceres daban en diarios de derecha quejándose de una revolución que sólo vivía en sus cabezas, comenzó a mostrar lo poco consistente de este nuevo-viejo oficialismo.
Pero no solamente eso. En materia legislativa, por otro lado, se evidenció que incluso los que decían tener convicciones no tenían muchas ganas de hacer lo que decían querer. El trabajo político del gobierno se fue desinflando al no darse cuenta intencionalmente de la mayoría que tenían en el Congreso. Muchas veces prometieron una rapidez que ni ellos mismos querían cumplir, y su poca estrategia política alimentó no sólo a un Chile Vamos sin propuestas reales que tiene a un mal ex presidente liderando sus encuestas. También nutrieron a un sector como el Frente Amplio que, si se hubiera sido lo suficientemente inteligente convocándolos, se habría sumado a sus filas para hacer un recambio sustentable en el tiempo en la izquierda.
Pero nada de eso sucedió. No hubo visión de futuro ni menos la idea de continuar un proceso de cambios. En cambio, en vez de asegurar un proyecto claro y convocante que fuera de la mano con los tiempos legislativos, muchas veces se aceleró lo que no se quería acelerar y se mandaron reformas que eran más bien una mezcolanza de miedos, de apuros y de poca sustancia ideológica, al contrario de lo que nuestros imaginativos medios decían.
¿Cuál fue el error? Parece más que evidente: haberse unido todos tras un rostro sin antes preguntarse si es que realmente había ansias de realizar el cambio que muchos electores querían. No hubo nada de eso, creyeron que la cercanía de Bachelet, que sustentaba su entonces incombustible popularidad, podría opacar cualquier diferencia y volverla una anécdota. Pero el caso es que eso no ocurrió. Una vez que la Presidenta dejó de ser esa máquina de buenos atributos ante los ojos de esta sociedad cada vez más consumida por la lógica de las encuestas, lo cierto es que todas las diferencias se agudizaron. Y los que no querían reconocerse como la derecha de este pacto, salieron del clóset atacando sin compasión a sus compañeros.
Pero tal vez esto no sea lo más grave. Lo más complejo es que no se ha aprendido nada. Hoy, como si nada de lo anterior hubiera pasado, la Nueva Mayoría se cuelga atrás de otra sonrisa. No tan popular ni experimentada como Bachelet, pero que lleva entre sus “atributos” la credibilidad, aquella cualidad que suena muy necesaria a nuestros oídos, pero que si no va acompañada de nada más no es algo ni positivo ni negativo. No es nada, sólo una poco elegante manera de retrasar una muerte que se ve cercana una vez que termine este gobierno.
Por esto es que podríamos concluir que Alejandro Guillier, con sus discursos acomodados a la situación en que se encuentra, será el que le dará el golpe de gracia a esta Nueva Mayoría que agoniza y patalea por sobrevivir aunque sepa de la gravedad de su estado. Ya que, aunque diga enarbolar ideas progresistas y de continuidad, lo cierto es que no se sabe cómo logrará su objetivo, menos ahora que no queda muy claro qué es lo que rescata o no de este gobierno. Pero esto último no es solamente un error suyo porque, seamos sinceros, ninguno de los que pensamos desde la izquierda lo tenemos muy claro hoy en día.
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