Hace un par de semanas intenté esbozarlo. “Sí, lo tengo claro. En el Congreso he visto a parte de la Nueva Mayoría apoyar el extractivismo y poner trabas a la democratización. Y tengo diferencias en muchos planos con ellos. Pero igual no me pierdo. Alejandro Guillier por lejos no es lo mismo que Sebastián Piñera”.
La frase, lanzada en una plataforma social, generó un fuerte debate pero no con quienes no tengo mayores sintonías en términos de visión de sociedad. La controversia no estuvo allí. El intercambio estuvo con quienes comparto ese horizonte hacia el que muchos queremos avanzar, camino para el cual se requiere equipamiento, planificación y un sur definido (así decimos algunos en el austro). No vaya a ser que nos perdamos en el trayecto.
En esa planificación se incluyen las tácticas y estrategias. En muchas de las cuales también nos diferenciamos con acompañantes de derrotero, pero tal divergencia no nos convierte necesariamente en adversarios. Porque sí, en la acción política existen los adversarios, los que tienen otra agenda. Otro objetivo final. Fin legítimo quizás, pero que no es el propio.
La controversia fue si votar o no en segunda vuelta por Alejandro Guillier. Esto, previo a la definición del Frente Amplio. Y en muchas ocasiones el argumento contuvo el concepto del mal menor.
Por un lado quienes consideraban que esta sería la última vez que lo harían, que preferirían al abanderado de la Nueva Mayoría en rechazo a la posibilidad de la asunción -por segunda vez en una década- de un gobierno de derecha liderado por Sebastián Piñera. Por el otro, los que no estaban dispuestos a hacerlo, rebelándose ante el chantaje –real- de muchos quienes no han hecho siquiera el intento de hacerse cargo de los propios errores y claudicaciones.
Profundizo.
A mi entender al programa de la Nueva Mayoría le falta claridad sobre la necesidad de un nuevo pacto socioambiental. La pugna entre capital y vida social, e incluso control de los medios de producción, sigue siendo la fundamental matriz de pensamiento, donde la naturaleza solo sirve como despensa y, luego del proceso productivo, como vertedero. Así las cosas, todas las opciones de sociedad serán insostenibles, ya que tales son los ejes de nuestra inarmónica relación con el planeta, con este planeta creador de vida.
Y que me perdonen, pero en la declaración que el Frente Amplio hizo pública también aún solo se lee lo social, con mención alguna a lo ambiental. Pero aún así, el programa que lideró Beatriz Sánchez avanza años luz de lo que tenemos, sin que me represente en un 100 por ciento. Porque, en realidad, tal anhelo no es materializable. No es posible la completa representatividad y en eso parte de la acción política es entender cuáles son los propios esenciales, cuáles los accesorios. En este sentido, la propuesta de Beatriz Sánchez era todavía para mí un “bien”.
Estas acciones son parte de la historia de la humanidad y sería utópico plantearlo, además de irresponsable intentar imponerlo. Lo que muchos pedimos es construir un sistema, una institucionalidad, un entramado, que enfatice, exacerbe la otra cara de estas monedas.
Hoy por hoy, Guillier tiene la oportunidad de convertirse, para muchos, no en un mal sino un bien. Menor, quizás, pero bien al fin y al cabo.
Muchas de sus propuestas apuntan algo en la dirección correcta en términos de ir desmercantilizando la sociedad, que no significa quemar los billetes ni fundir las monedas. Tampoco eliminar el interés individual, el mercado ni la competencia. Eso nos acompañará hasta el fin de nuestros días. Es más, existe desde antes que Jesús entrara al templo a expulsar a los mercaderes, si se me permite el cristiano ejemplo.
Otras, en menor medida eso sí, se orientan a desartificializar la relación con la naturaleza. Que tampoco quiere decir dejar de impactar totalmente el mundo que nos rodea, respirar para no emitir CO2 ni dejar de comer para no matar otros seres vivos.
Estas acciones son parte de la historia de la humanidad y sería utópico plantearlo, además de irresponsable intentar imponerlo. Lo que muchos pedimos es construir un sistema, una institucionalidad, un entramado, que enfatice, exacerbe la otra cara de estas monedas. Que se construya desde la subsidiariedad del mercado y la intervención ecosistémica, en el sentido que ellas sean solo las segundas opciones luego de agotar las primeras. Y no, como hoy, donde son las principales -y en algunos casos únicas- alternativas, porque la economía hay que moverla sí o sí.
Es este sentido común el que es preciso modificar. Uno en el cual hay ciertas luces en la propuesta de la Nueva Mayoría, pero todavía escasas para convertirse con claridad en el coyuntural bien menor, uno que apunte con convicción en la que, muchos creemos, es la correcta dirección.
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