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Alcohol y ley del tránsito: prohibir o prevenir, esa es la cuestión

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Cuando de adultos se trata, prohibir pocas veces me ha parecido la mejor forma de prevenir o solucionar problemas sociales.  No se confunda: lejos estoy de ser una liberal consumada, comparto plenamente la necesidad de regular las libertades individuales para garantizar el bien común y el respeto a los derechos de quienes se encuentran en una situación de mayor vulnerabilidad, pero la prohibición en reemplazo de la política pública me suena casi irremediablemente a censura, a fracaso de medidas adoptadas de manera participativa y consensuada.
 
Es por esto que aunque sin duda comparto la preocupación por disminuir la gran cantidad de accidentes de tránsito provocados por el alcohol, esto de la “Tolerancia 0” establecida por las modificaciones a la Ley del Tránsito no las tiene todas conmigo. Al revisar estadísticas me parece incierta la real eficiencia y eficacia que pueda tener esta nueva normativa en la disminución de los accidentes de tránsito y menos en el problema mayor que tiene que ver con la relación que los chilenos tenemos con el alcohol.
 
Según estadísticas publicadas en 2011 por la Comisión Nacional de Seguridad de Tránsito (CONASET), durante 2010  hubo un total de 57.746 accidentes de tránsito, de los cuales 4.561 tuvieron como causa basal la ingesta de alcohol de quien conducía. Ello equivale a un 7,8% del total. Ahora bien, de este porcentaje, un 82% corresponde a personas que manejaban en estado de ebriedad (con indicador superior a 1 en la alcoholemia) y un 18% bajo influencia del alcohol (indicador entre 0,5 y 0,9). La diferencia entre ambos grupos es enorme, lo cual hace pensar que sería necesaria una medida focalizada a un grupo claramente con mayor prevalencia y de lo cual esta iniciativa no se hace cargo. ¿No bastaba más bien mantener la norma y aumentar la fiscalización?
 
Otro dato: del total de accidentes ocurridos en 2010, un 6,8% tiene como causa basal conductas inapropiadas por parte de peatones, es decir solo un punto menos que los causados por ingesta de alcohol en los conductores. ¿No estaremos con esta medida aumentando peatones “imprudentes”, tan solo desplazando el problema? ¿Por qué no lanzar de manera conjunta medidas para abordar también estas causas?
 
A propósito de abordar el tema de manera articulada, en enero de 2010 se publicó el documento de trabajo de un Comité Interministerial que durante el gobierno de Bachelet  tuvo como tarea abordar de manera amplia el desafío de reducir la ingesta de alcohol en el país y hacerse cargo de sus consecuencias sanitarias y sociales: la “Estrategia Nacional sobre Alcohol”. El documento tiene dos prólogos: uno firmado por el ministro de salud de esa administración, Álvaro Erazo, y a continuación otro firmado por el actual secretario de estado, Jaime Mañalich. Este último afirma que “el trabajo preparatorio de los años anteriores para que Chile llegue a contar con una política de país dirigida reducir el consumo riesgoso de alcohol, está en la dirección correcta y esta Administración la asume como tarea propia”. Gran noticia para abordar un desafío complejo y que por cierto requiere mucho más que un gobierno para conseguir logros.
 
Es de suponer entonces que la ley de “Tolerancia 0” forma parte de ella. ¿O no? Porque distinto es asumir como ciudadana una nueva norma a ciegas, que hacerlo de manera informada y entendiendo que es parte de una estrategia mayor, transversal, intersectorial, que va siendo evaluada paso a paso y que ha incluido instancias de participación ciudadana en sus diversas etapas. Pero, ¿quiénes la discutieron? ¿Qué estudios comparados avalan que la medida tendrá buenos resultados en nuestra realidad local? ¿Qué otras medidas acompañan la nueva norma para que en vez de manejar la gente elija otras formas de transportarse luego de fiestas o haberse conversado un tinto?
 
La causa es noble, por cierto. He estado, estaría y seguiré estando dispuesta a sacrificar gustillos personales para ser responsable al respecto. Lamentablemente, tengo muy cerca dramas en que la mezcla de exceso de alcohol y volante en mano han  devenido en pérdidas y dolor. Pero por lo mismo me atrevo a decir que hace falta bastante más que una ley y en la ley bastante más que penas en relación a grados de alcohol para disminuir el número y gravedad de este tipo de accidentes. Legislar es solo una parte si queremos generar un cambio sustentable.
 
Aunque está lejos de ser una muestra representativa, recién estrenada la Ley he sido testigo de algunos efectos no deseados –y probablemente inesperados- de ella. Solo tres ejemplos:
 
1. Pareciera estar implícito que si el que maneja no toma nada, quienes no conducen lo tiene que hacer como dios Baco manda. Dicho en otras palabras, se subentiende que sería un desperdicio inhabilitarse como chofer por un par de copas de vino, así es que si no se maneja fácilmente la consigna puede ser “a tomar a tomar que la próxima me toca a mí manejar”.
 
2. Otro efecto de la nueva legislación se pedalea al son de Freddy Mercury (“I want to ride my bicycle, I want to ride my bike”…). Mucha gente hace rato usa la bicicleta como medio de transporte en la ciudad, y sinceramente brindo (sin manejar claro está) por ellos y por el coraje de circular sobre dos ruedas en esta ciudad que no les tiene el menor respeto. Pero a partir de la nueva ley, me he topado con varios que sin tener experiencia en la ciencia que es transportarse en bici, no han encontrado nada mejor que estrenarse en las pistas con varios grados de alcohol en la sangre, de noche y sin casco, para evitar el control al volante.  Un verdadero peligro para ellos y para quienes eventualmente pudieran atropellarlos o intentar evitar hacerlo.
 
3. Finalmente, lo que podríamos llamar “la tercera vía”: en más de una ocasión, lo que se busca al tomar algo es simplemente un efecto físico, no importando mucho si se logra a punta de vino,  unas cuantas cervezas o piscola. Cuando ésta es la motivación existen otras formas de llegar a un estado similar y marcando 0, 0 en una alcoholemia, con otro tipo de sustancias y riesgos similares a la hora de manejar.
 
Con lo anterior no quiero decir que haya que seguir prohibiendo esto y aquello, sino todo lo contrario: si estamos frente a un problema serio y multicausal, amerita una estrategia mucho más amplia y coordinada, que al menos en el papel existe. He comprendido en estos días lo indispensable que resulta la integralidad de las políticas públicas y las medidas que la acompañan, algo que echo de menos en el abordaje a  un tema tan sensible como este. Porque otra cosa sería estar anunciando esta medida junto con la extensión horaria del Metro, con regulación a la publicidad de bebidas alcohólicas, programas educativos en materia de conducta vial, o incluso con iniciativas de emprendimiento e innovación que incluyan alianzas comerciales entre transportistas y bares.
 
Como la ciudadana de a pie que soy, me pregunto si más allá de revisar cifras internacionales se habrá hecho antes de elaborar y promulgar esta ley un estudio sobre los efectos deseables y no tanto que esta medida puede tener en nuestra realidad. También me pregunto de paso en qué irá la mencionada Estrategia Nacional sobre Alcohol, ¿realmente se habrá implementado? ¿Se habrá evaluado? (Parece que terminando de escribir esta columna me voy a hacer unas cuantas solicitudes de acceso a la información)
 
Cuando hablamos de ser conductores responsables, estamos apelando una vez más al hecho cierto que no estamos solos en el mundo y nuestro objetivo final  se relaciona no con una cacería de brujas, sino con nuestra capacidad de generar una cultura de cuidado hacia nosotros mismos y hacia los y las demás. Para buscar y dar solución a estos problemas necesitamos también medidas que apunten a crear conciencia y sentido de responsabilidad en cada uno de nosotros, para que nuestros actos estén basados más que en imposiciones externas, en convicciones con el impulso que genera lograr una meta común.
 
* María Ines de Ferrari es Directora Ejecutiva de Corporación Participa
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28 de marzo

«Cuando de adultos se trata»,,,, ahi esta el problema. durante mas de un siglo el asunto del alcohol ha sido un tema de «libertad personal» por decirlo de una manera, en la que queda todo al criterio del «adulto». No importa que se diga hasta la saciedad que gran parte de la violencia intrafamiliar en este pais tiene como una causal el consumo de alcohol, no importa que se ponga una restriccion de que no se vendera alcohol a menoes de edad porque sabemos que esa norma no la respeta nadie, no importa que se diga hasta el cansancio que cuando conduzca no beba… Nada, ningun intento de razonar o de dialogar ha surtido efecto en todos estos años. Nada. Ni siquiera el que sea de dominio publico que somos el pais en donde el alcoholismo es el principal problema de salud, en donde los abstemios somos una rareza, ha servido para que los «adultos» entiendan que nadie dice «no beba nunca en la vida» sino que «moderese, sea responsable». En este pais hay muchisima gente que tiene mas de 18 años pero de adulto no tienen ni una pizca, que estan mas obsesionados por «sus» derechos que sus obligaciones hacia los demas, que no enseñan a sus hijos el problema que es el consumo de alcohol. Ir a Bellavisa el fin de semana es penoso, crios de 14 años totalmente borrachos vomitando en la calle, ir al Parque O’higgins estos dias es una vergüenza…. Yo lo siento mucho, pero llevamos demasiado tiempo intentando convencer a los «adultos» sobre los efectos del alcohol, pidiendoles que sean responsables y no lo han sido. Asi que ahora que acaten la ley (por deficiente que sea) porque no es una norma restrictiva ni tampoco atentatoria contra ningun derecho humano, es una que pretende impedir que adultos totalmente irresponsables destruyan su vida y la de otros por haber bebido mas de la cuenta

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