Si la encuesta del CEP inquietó con razón al Presidente Piñera y sus ministros respecto de la insuficiente aprobación ciudadana a su labor, los resultados de la encuesta mensual de Adimark GfK correspondiente a julio son como para que se alarmen.
Una caída del 52% al 46% en la aprobación al Mandatario y un aumento de la desaprobación de 34% a 40% en comparación con la medición de junio son, sin duda, signos de que las cosas van mal para un gobernante que generó altas expectativas sobre su gestión y que, además, ha estado especialmente pendiente de los sondeos para tomar decisiones y ha realizado un gran esfuerzo mediático desde que asumió.
La aprobación al gobierno mostró un descenso aún mayor respecto de junio: de 57% a 49%. De todos modos, la cifra está por encima del apoyo al Presidente, lo que marca un contraste respecto de lo ocurrido en los gobiernos anteriores, cuando las encuestas mostraban que el Mandatario contaba con mayor apoyo que su equipo. Este no es el caso.
En cuanto a la forma en que el gobierno está enfrentando los problemas nacionales, las cifras más negativas de la encuesta de Adimark se refieren a transporte (30% aprueba y 61% desaprueba) y salud (31% aprueba y 60% desaprueba).
Piñera va demasiado apurado por la vida. De eso no hay duda. Sigue prisionero, al parecer, de la dinámica del hombre de negocios que toma decisiones sobre la marcha para no desperdiciar las oportunidades. No pocos de sus errores se deben precisamente a ese impulso, lo que a veces descoloca a sus propios ministros. Quizás, debería detenerse un poco, escuchar a otra gente, reflexionar sobre las prioridades de su gobierno y concentrarse en las formas de lograr buenos resultados. Le conviene despreocuparse del espectáculo y demostrar eficacia en lo que hace.
¿Está dispuesto a dialogar de veras con la oposición? ¿Le interesa en serio producir amplios acuerdos? Sí es así, debe demostrarlo en los hechos.
Está demostrado que a Piñera no le ha reportado dividendos dedicarse a disparar contra el gobierno de Michelle Bachelet por esto o aquello. Los ciudadanos entienden que debe abocarse a resolver los problemas y no a desprestigiar a su antecesora, sobre todo si habla de unidad nacional.
De todas maneras, la oposición debe medir sus pasos. Los partidos que la integran están recién aprendiendo a desempeñarse fuera del gobierno y necesitan recuperar la credibilidad que perdieron. Su objetivo no puede ser, por así decirlo, “la derrota del gobierno”. En un régimen presidencial como el que nos rige, ello sólo podría asociarse al debilitamiento extremo de la gobernabilidad que pusiera al país al borde de una crisis institucional. En los regímenes parlamentarios, como los de Europa, el relevo antes de los plazos establecidos no es traumático, y se resuelve con la convocatoria a elecciones anticipadas. Pero no estamos en tal situación. Necesitamos respetar y hacer respetar el marco constitucional.
La oposición, entonces, debe actuar con altura de miras, porque eso es lo que le conviene al país. O sea, tener una actitud de crítica y de cooperación al mismo tiempo. Debe oponerse con firmeza a lo que corresponda, denunciar todo lo que sea necesario, pero apoyar lo que vale la pena. Esto supone capacidad propositiva: no basta con decir no: hay que proponer algo mejor en cada caso.
Pese a los deficientes resultados de las encuestas, la situación del gobierno de Piñera podría mejorar. Hasta la llegada de la primavera ayuda a los gobiernos. En el caso de nuestro país, se prevé que la economía siga su marcha ascendente y que mejore la situación del empleo, lo que obviamente será valorado por la población. Por supuesto que muchos de los frutos que empezará a cosechar este gobierno se deben a la siembra de los gobiernos anteriores. Es muy sólida la matriz económica que heredó, lo que se aprecia, por ejemplo, en el hecho de que la inversión extranjera fluye abundantemente hacia nuestro país.
Los avances del país no son ni pueden ser concebidos como “derrotas” de los opositores. Si a Chile le va bien, si se afianzan los logros de los últimos años, si se crean nuevos puestos de trabajo, si la protección social se consolida, si se consiguen acuerdos para mejorar la educación pública, debemos entender que se trata de victorias de todos. Hay que dejar atrás la desprestigiada fórmula de “tanto peor, tanto mejor”, que tradicionalmente ha animado a los opositores.
No se trata de ingenuidad, sino de buena voluntad. Los ciudadanos rechazan las reyertas y valoran el entendimiento, porque entienden que ello es lo mejor para Chile. Lo anterior no implica proclamar la unanimidad como principio, sino velar por el interés colectivo. Las controversias son consubstanciales a la vida en democracia, por lo que nadie debe asustarse por ellas. Sólo cabe desear que sean significativas para el país y no únicamente para ganar espacio en los medios de comunicación.
La Concertación necesita mostrarse como una fuerza seria y congruente que, junto con cumplir sus obligaciones de fiscalizar y criticar al gobierno, está dispuesta a colaborar con las iniciativas que favorezcan el progreso nacional y a levantar propuestas constructivas en cada área. Eso será apreciado sin duda por los ciudadanos.
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