Estamos en presencia de un momento extremadamente sensible y, a su vez, histórico para nuestro país: se instaló la intolerancia ante hechos que nos huelen mal como ciudadanos. Así es. Fenómeno que colisiona con el proceso coyuntural en el que nos encontramos situados, que me atrevería a denominar como “la desnudez del poder y la élite”.
En los vertiginosos tiempos que corren, cuando ya casi no queda un segundo para detenerse a discurrir, existe un puñado de personas articuladas, desde las nuevas plataformas tecnológicas de comunicación, o simplemente desde la calle, o ambas, dispuestas a advertir críticamente cualquier situación que consideren anómala en su más amplio abanico de posibilidades y aristas.
Esta cosmovisión me agrada. Sé, como muchos, que la historia de las movilizaciones sociales no surge en Chile desde 2011 en adelante. ¡Qué duda cabe! Sin embargo, siento que aquel año marcó un punto de inflexión que perdura hasta nuestros días. Otros podrán afirmar, con cierta razón, que desde 2006 -con la denominada movilización de los pingüinos- el paradigma social empezó a cambiar, pero, en mi impresión, es en 2011 cuando las reivindicaciones estudiantiles, medioambientales y políticas, cobran mayor fuerza y producen los cambios actitudinales más llamativos que perduran hasta nuestros días en el comportamiento nacional.Son múltiples acontecimientos que se han suscitado, pero todos con un binomio común: poder económico-elite política. La ciudadanía lo sabe y está más atenta que nunca ante tales conexiones.
Así las cosas, hoy por hoy, octubre de 2014, la intolerancia o indignación de la opinión pública pasa, básicamente, por el vilipendiado acto de lucrar y la constante animadversión hacia el poder. Estos conceptos que se friccionan, cruzan buena parte de los hechos noticiosos que se nos informan diariamente. ¡Y cómo iba a ser de otra forma! Por ejemplo, hace algunas semanas nos enteramos de la hebra política del caso FUT, el denominado “Pentagate”.
El caso de las presuntas boletas falsas para la obtención de financiamiento hacia las distintas campañas políticas, fundamentalmente las de la Unión Demócrata Independiente (UDI), marcó, nuevamente, otro punto de inflexión en la percepción de la ciudadanía hacia la élite política y empresarial. Generó un manto de desconfianza tal, que el camino para las futuras elecciones y su financiación será, al menos, bastante complejo. La clase política ha quedado desnuda frente a los ojos de la calle. Sus intenciones y maquinaciones, si bien no son sorpresivas, explicitadas causan un rechazo obsceno. Pero más allá de ese repudio, también ha quedado manifiesta la sombría dicotomía de los políticos con las grandes empresas. Entonces, resulta preocupante que el debate gire en torno a las filtraciones de la información, a si hubo o no delito, pero es el aspecto clave de la dependencia y el servicio de la clase política al poder de la élite económica lo que debería asustarnos y deprimirnos. ¿Para quiénes trabajan algunos honorables en el Congreso?
Y no nos quedamos sólo en la esfera política porque, hace una semana, pudimos conocer la histórica -concepto que también cruza esta columna- sentencia del Tercer Tribunal Oral de Santiago en contra del emblemático sacerdote de Los Legionarios de Cristo, John O`Reilly, en la cual se le condenó por haber cometido abusos sexuales, entre 2010 y 2012, a una ex alumna del Colegio Cumbres, ubicado en la comuna de Las Condes. La expectación periodística ya se acumula para el próximo 11 de noviembre, fecha en la que se conocerá la decisión definitiva de la sentencia.
Acá, nuevamente, nos encontramos con el poder económico presente, pero vinculado a la fe y su respectiva fuerza coercitiva que se extiende para “no dejar ver el bosque”. Mención honrosa para la visita del timonel UDI, Ernesto Silva, al ex alcalde de Providencia, Cristián Labbé, tras ser acusado de asociación ilícita en directa vulneración de los derechos humanos durante la dictadura militar.
Son múltiples acontecimientos que se han suscitado, pero todos con un binomio común: poder económico-elite política. La ciudadanía lo sabe y está más atenta que nunca ante tales conexiones. ¿Se verá transformado el escenario político y social de nuestro país en un futuro mediato? Lo que estamos en condiciones de aseverar, por ahora, es que la calle ha despertado y sus ojos se han aguzado. La clase política deberá, entonces, estar a la altura de aquel interés general, porque lo que antes era un desfile en transparencias, hoy es un completo exhibicionismo del poder.
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