“Parece que realmente ganó el No. Al menos yo lo tengo bastante claro”, sentenciaba el ex General Fernando Matthei (miembro de la junta militar de Pinochet y padre de la actual alcaldesa de Providencia), mientras cruzaba raudo los silenciosos patios de La Moneda. No quedaban dudas, ni siquiera un cansado y frustrado Cardemil (subsecretario del Interior) podía dilatar lo evidente con sus agónicos y retrasados cómputos. Lo cierto era que el miércoles 5 de Octubre de 1988 y con una participación del 97,53% (más de 7 millones de sufragios), el pueblo chileno votó para acabar con la permanencia en el poder del oxidado dictador, alcanzando el 55,99% de los votos.
A 30 años de aquella gesta, ¿qué pasó con la alegría? Llegó –sin dudas– pero caducó. Antes de ahondar en ello, urge recalcar que Pinochet no entregó el poder voluntariamente, ni mucho menos tuvo vocación democrática, sino todo lo contrario. El dictador fue el último en sumarse al golpe de Estado y el último también en reconocer su derrota en el plebiscito del 88. Lo cierto es que no tenía intención alguna en entregar el poder. La idea de plebiscitar su permanencia no surgía por voluntad propia, sino de su fraudulenta Constitución aprobada ilegalmente en el 80. El mismo día del plebiscito y ante el inminente triunfo de la opción “No”, Pinochet elaboró documento extraordinario que le confería poderes de emergencia para anular la votación, el cual no tuvo efecto, pues los miembros de la junta se negaron a firmar.
Por otra parte su eterno aliado, Estados Unidos, había revelado públicamente intención del dictador de realizar un autogolpe si perdía las elecciones. Los créditos que antes fácilmente se le otorgaban para acabar con el comunismo, ahora eran negados. Incluso el Presidente. Reagan dos días antes del plebiscito, escribió a Pinochet: “Nada podría arruinar de forma tan duradera su imagen en Chile y el mundo entero como el autorizar o permitir actos de extrema violencia o iniciativas ilegales que conviertan en una farsa su promesa solemne de un referéndum libre y justo”. Pinochet estaba solo, en un rincón y ya no podía seguir aferrándose al poder.
“Chile, la alegría ya viene” era el slogan para acabar con la dictadura cívico-militar de Pinochet. Y así fue, se derrotó a Pinochet. Algunos plantean soberbiamente, que la alegría jamás llegó. ¡Pero si terminaron las muertes, tortura y desapariciones sistemáticas! ¿De verdad no es un motivo para estar alegres?; agentes del Estado ya no degollan, no lanzan cuerpos al mar, no aplican electricidad en genitales, no rocean combustibles para encenderte fuego ni tantas otras atrocidades. Esa “Alegría” era la primera fase del proceso; es decir la unificación de fuerzas y conciencias para derrocar una de las dictaduras más violentas y crueles de Latinoamérica que se prolongó por 17 años y que dejó un saldo de 28.000 torturados, 3.197 asesinados y más de 1.100 detenidos desaparecidos. Ese fue el primer eslabón, misión cumplida; se derrocó a Pinochet y no con un simple lápiz, un jingle pegajoso y simpático ni con la organización de algunos políticos (pinganillas como los llamó Paulsen hace algunos semanas), sino a punta de barricada, paros nacionales, organización y resistencia popular, en donde no sólo se arriesgaba la vida propia sino además la de familias completas.
Ante tanto horror y atrocidades, había que evitar que se prolongara aún más y esa era la única alegría a priori; lacónica y efímera –es verdad– pero épica.
Ante tanto horror y atrocidades, había que evitar que se prolongara aún más y esa era la única alegría a priori; lacónica y efímera –es verdad– pero épica. Caducaría en algún momento, pues no podíamos quedarnos en ese primer nivel, debíamos ascender a la siguiente etapa de manera rápida; la conquista, es decir la recuperación de los sueños interrumpidos por el golpe y los derechos arrebatados por la dictadura, en eso fallamos, en especial la Concertación y su irrestricta pleitesía a las leyes y poderes del Neoliberalismo. Se acabó con el exilio, el extermino, la persecución, el maltrato y los asesinatos. Sin duda la alegría si llegó.
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