Sin duda uno de los hechos que ha marcado la vida reciente de las personas en este país ha sido la revuelta popular de octubre del 2019. Una jornada absolutamente caótica que, guste o no, dio paso a un proceso constituyente inédito en Chile y en el mundo.
Las causas de la revuelta han sido ampliamente discutidas sin obtener quizás un consenso claro como sucede con este tipo de fenómenos. En esa tarea, algunos han interpretado que la ciudadanía estalló contra un sistema completamente injusto con una multiplicidad de demandas. Inclusive, hay una especie de entendimiento dentro del mundo de la izquierda que la revuelta popular abrió un periodo de transformaciones progresistas para el país, donde el proceso constituyente es la base que permitirá consagrar un proceso de avances legislativos y también socioculturales.
Es ahí donde me permito dudar, más no negar, de si el proceso abierto con la revuelta nos conducirá a un país política y socialmente más progresista o, por el contrario, la «reacción» evitará ese proceso y terminará por consolidar (o por qué no, profundizar) el aparente modelo de sociedad injusto motivador de la revuelta.Estamos ante un momento crucial de la historia del país donde actuar con suma cautela y responsabilidad se vuelve una tarea fundamental.
«Chile despertó» era el lema del fenómeno de la revuelta, pero, ¿despertó de qué? ¿Toda la gente que salió a las calles y se hizo parte del caos y de las jornadas enormes de protestas pacíficas actuó bajo la misma agenda política? ¿todos y todas querían una sociedad más fraterna? ¿una sociedad más tolerante, abierta y multicultural? ¿un sistema de seguridad social universal? Me parece que la rabia que motiva estos tipos de fenómenos de por sí no tienen una agenda o motivaciones políticas en común, en algunos casos inclusive incompatibles entre sí. La rabia comúnmente es un motor que trasciende ideologías y racionalidad.
Ejemplos de esta aparente «incongruencia» hemos presenciado en diversas ocasiones durante la historia. El «movimiento de los indignados» de 2011 en España fue un movimiento esencialmente de protesta contra los banqueros a raíz de la crisis subprime de 2008, gozaba de un enorme apoyo popular con un marcado acento «anti políticos» y «anti partidos». Sin embargo, al final de ese mismo año el Partido Popular español (derecha a secas) se alzó con la victoria en las elecciones generales con casi un 45% de los votos.
Más extremo es el ejemplo de la revolución iraní, donde la población se movilizó masivamente contra un régimen del Sah Reza Pahleví en 1979, donde socialistas y comunistas tuvieron un rol clave y amplias capas de la sociedad soñaron con un Irán moderno y democrático. Ese mismo año se celebró un referéndum donde finalmente se alzaron como ganadores los islamistas, con las consecuencias actuales que ya todos y todas conocemos. Inclusive, socialistas y comunistas fueron duramente perseguidos y asesinados en los primeros años del actual régimen islámico.
La revolución alemana de noviembre de 1918 y la posterior revuelta espartaquista un año más tarde permitió el fin de la monarquía y el paso a una república parlamentaria y democrática. Apenas 10 años después los nazis lograban 33% de los votos y poco tiempo más tarde, Hitler era canciller desatando el comienzo de la peor catástrofe causada por el hombre que la humanidad recuerde.
Creo que el proceso de rabia, esperanza, violencia, deliberación democrática que abrió paso la revuelta ha sido encausado de buena manera en un proceso constituyente, a pesar de que no haya sido la motivación misma del «estallido» para eso está la política, que seguramente será la vía para la construcción de una sociedad y país mejor. Pero, dentro del corazón de la revuelta de octubre, también existen sentimientos y posiciones más cercanas al candidato que representa el fenómeno del fascismo en nuestro país, que estamos menos dispuestos a percibir o admitir.
Por ello, estamos ante un momento crucial de la historia del país donde actuar con suma cautela y responsabilidad se vuelve una tarea fundamental. Estamos, así mismo, a un mes de la elección presidencial más importante desde el regreso a la democracia, donde un candidato que responde a una reacción a todos los «valores» aparentes de la revuelta y con una clara e indesmentible orientación fascista, probablemente estará presente en la segunda vuelta.
Es muy probable que la segunda vuelta presidencial se transforme en un plebiscito sobre la sociedad nueva y la sociedad vieja, sobre más libertades o más restricciones, sobre libertad o fascismo. Por ello, el proceso abierto con la revuelta no ha terminado, está en desarrollo y en un punto de inflexión para con el futuro. De nosotros y nosotras depende que el ciclo político concrete las esperanzas y no se vuelva, por el contrario, un horror.
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