“¿Por quién va a votar usted?”, le pregunta cordialmente un joven y desconocido candidato a una ocupada señora que desarrollaba sus labores de voluntaria en un centro de asistencia social, en el San Bernardo de fines de los 80.»Por Guzmán”, le responde ella de manera enfática, casi militante, sin tomarlo demasiado en cuenta continúa, absorta, con sus quehaceres. “¿Y para diputado?”, contraataca el joven, un poco descolocado por una respuesta que no era la que buscaba, ya que el indeterminado sentido de su pregunta (al ser elección de diputados y senadores) le jugó una mala pasada. La “falta de calle” y experiencia al abordar posibles electores se ponía de manifiesto, dicho sea de paso.
“No sé… por el que sea más pinochetista”, respondió la señora, convencida de que el legado de su general debía mantenerse a toda costa. “Entonces vote por mí”, le propuso de inmediato el joven candidato, con una sonrisa picarona que hasta el día de hoy derrite a mi abuela. La respuesta encontraría buena acogida en ella y daría pie a una pequeña conversación en el centro de atención a niños de la Fundación Nacional de Ayuda a la Comunidad, FUNACO (hoy Fundación Integra).
Desde entonces Pablo Longueira sumaría un voto imperecedero (mi abuela votó por él hasta que se cambió del distrito 30 hacia el 17, en las elecciones del 2001) y un cariño casi maternal. No estaría exagerando si dijera que, de no ser por lo problemas físicos normales de una señora de más de 80 años, estaría como voluntaria cuidándolo en la parcela donde se encuentra recluido dado su severo cuadro de depresión.
Hoy, 24 años después de ese anecdótico episodio, el escenario político ha cambiado sustancialmente. Tras la defenestración (con elástico) de Golborne, la bajada de Longueira y la asunción de Evelyn Matthei como candidata presidencial de la UDI, y posteriormente (¿consecuentemente?) de RN, la derecha chilensis se encuentra carente absolutamente de liderazgos políticos y carismáticos capaces de darle un puntal desde donde revertir el bajo apoyo que muestran todas las encuestas de opinión. Ni hablar siquiera de tratar de opacar o, al menos, hacerle sombra a la encumbrada candidata de la Nueva Mayoría.
Pero como todo mal nunca viene solo (siempre refiriéndome a la derecha, por favor), este 11 se cumplirán 40 años de ese 11, aquel que quebró definitivamente la democracia chilena (ya se venía resquebrajando desde hacía tiempo, si no pregúntenle la opinión a la Suprema y a la Cámara de Diputados de la época… bueno, y a don Hermógenes también). 17 años de dictadura cívico-militar, miles de asesinados, torturados y exiliados, cientos de empresas vendidas a precio de huevo, plebiscitos, Constitución, sistema político y económico y una nueva raza social advenediza de nuevos ricos de por medio, dejarían un clivaje digno de ser analizado por los mismísimos Lipset y Rokkan: el clivaje del Sí y el No.
Hasta el día de hoy se saca a colación la votación en el plebiscito para mostrar credenciales democráticas en una especie de saludo a la bandera de este nuevo Chile, democrático, moderno, miembro de la OCDE y que no debe tener atisbo alguno, ni la más fugaz de las reminiscencias, de su paso por una dictadura. Quizás ahora hasta mi abuela deba pedir perdón por haber integrado una institución creada por la esposa del tirano en la peor época de su dictadura, cuando el Mamo era amo y señor de estos parajes e inventaba maneras de “hacer cantar” a los detenidos para que le confesaran el Plan Z, la ubicación de los 12 mil guerrilleros cubanos, el tercer secreto de Fátima, la desaparición del vuelo 19 o dónde estaban los restos de Hitler. Lenidad para con los comunistas por ser el enemigo interno no era algo que caracterizara al coronel Contreras.
El discurso oficial y la verdad histórica han sido cooptados desde el retorno a la democracia por el bando que representa la hija del torturado general, por lo que decir que se votó por el Sí queriendo que ganara el No, no parece ser una buena estrategia electoral. Pero si se apunta al voto duro de la derecha, aquella minoría recalcitrante y fanática que hasta resucitaría a Pinochet de serles posible, la elección está perdida de antemano.
El Sí y el No, Pinochet o un civil, democracia o dictadura (figurativamente), Matthei o Bachelet. En vísperas de los 40 años del Golpe, toda la carga histórica de estas dos mujeres se vuelca en una vorágine de perdones, recriminaciones, culpas, y catarsis que sin lugar a dudas tendrán injerencia en la elección del 17 de noviembre. El discurso oficial y la verdad histórica han sido cooptados desde el retorno a la democracia por el bando que representa la hija del torturado general, por lo que decir que se votó por el Sí queriendo que ganara el No, no parece ser una buena estrategia electoral. Pero si se apunta al voto duro de la derecha, aquella minoría recalcitrante y fanática que hasta resucitaría a Pinochet de serles posible, la elección está perdida de antemano. El voto indeciso (mal llamado de centro) siempre carga la balanza para un lado, y en este sensible escenario potenciado por documentales, series, reportajes e investigaciones, no será tan indeciso al ver una postura intransigente o que se niega a asumir errores y culpas. Convengamos en que su sector es el más complicado en todo este panorama. ¿Deberá hacerse parte Evelyn del ludibrio castrense que se cierne sobre la institución? Viendo el video de su llamado a boicotear los productos españoles e ingleses durante el cautiverio de Pinochet en Londres me asaltan dudas razonables de que se haga parte, honestamente, de lo que para ella debe ser un refocilarse en perdones y lugares comunes que le son, y siempre le han sido, ajenos.
Pero fuera de toda duda, coyuntura y escenario político-social que se presente, a pesar de que bajen y suban a uno y otro candidato, pidan o no pidan perdón (por lo que sea), la UDI siempre tendrá un voto seguro: el de mi abuela.
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