Para muchos es la última chance, o la primera de un nuevo ciclo político, que necesitará de un parlamento que tenga una abrumadora mayoría para que el candidato o candidata presidencial que gane pueda llevar a cabo los cambios necesarios para el país. Porque, como varios de los que conformamos este menjunje llamado “oposición”, prefiero primero proponer y construir, antes de indignarme.
Ojo con la soberbia
El año 2009 fue un año nefasto para la actual “oposición” por varios motivos, entre los que se cuentan: el auto nombramiento de un candidato, que según algunos “era el único que estaba disponible para dar la pelea”; dentro de un partido en el cual existían varias corrientes internas, el apoyo irrestricto al candidato “único”, el resultado: dos candidatos a Presidente de la República yendo por fuera (se bajó un tercero) y al menos dos partidos actualmente reconocibles en el espectro político nacional (si no tres). Para qué mencionar el “intento” de primarias en dos regiones del país (O’higgins y Maule), donde la condición para que continuaran en el resto del país era que la diferencia entre ambos candidatos no fuese superior al 20%. En resumen, todo mal.
Quizás lo positivo fue que, a pesar de que el Juntos Podemos apoyó a un candidato que se salió de su partido para ir a la presidencial, se pudo llegar a acuerdos para ir en una lista parlamentaria común, lo cual permitiría poder “romper la exclusión en el parlamento”, para incluir a fuerzas políticas que, con el sistema electoral chileno, difícilmente hubiesen estado representadas en el parlamento.
El año 2013 se vive de forma distinta. El país es otro, las demandas de la ciudadanía ya no son sólo reformistas, sino estructurales y cuestionan a la institucionalidad completa. Por lo mismo, las respuestas deben estar a la altura de las circunstancias y para ello ¿qué necesitamos? Llegar a La Moneda, obvio, entendiendo que estamos en un país muy presidencialista. Pero ¿cómo podremos ejercer los cambios si no tenemos los votos para representar las mayorías necesarias en el parlamento? Si tan solo para poder conversar de una hipotética Asamblea Constituyente, tendríamos que doblar en al menos 12 distritos a la derecha.
Hay quienes señalan: “ la Concertación y la derecha son lo mismo”, cuando realmente no les daba lo mismo ver que una Maya Fernández representaba a los vecinos de Ñuñoa, en vez de un representante de los valores clásicos de la derecha chilena, como Pedro Sabat o que celebraban cuando una candidata apoyada por toda la “oposición” (partidos incluidos) trabajaron en conjunto para sacar de su asiento al representante del pinochetismo en el gobierno local, como fue el triunfo de la Pepa Errázuriz y otros más como el de Tohá en Santiago (sacando a Zalaquett), Durán en Independencia (derrotando al boxeador) o el de Jadue en Recoleta (doble triunfo a Letelier y Cornejo).
Me preocupa que la “hybris” nos lleve a cometer errores que a la hora de responder a los ciudadanos se paguen bastante caros, no me gusta cuando veo que la oposición no puede aglutinarse en función de la parlamentaria, permitiéndose lo mismo que se hizo con el Pacto Juntos Podemos hace cuatro años atrás; no me gusta cuando veo candidatos presidenciales que no demuestran voluntad real de aglutinar al sector y se escudan en que su proyecto apunta a las bases; no me gusta cuando algunos movimientos creen que lo “ciudadano” está disociado absolutamente de lo “partidario”.
No obstante, me gusta que a diferencia del 2009 sí haya voluntad de debate, que estemos discutiendo de temas realmente profundos para el país, que las nuevas generaciones lleguen desde el mundo social a corregir los baches de nuestra institucionalidad, que algunos viejos ya no puedan comprarse el cupo, sino tengan que ir a competirlo a la par.
Quizás – y eso es un buen augurio – si bien existe una clara candidata competitiva dentro de la oposición, igualmente va tener que pasar por el proceso de primarias, sin la rara aritmética del 2009, sino de cara a la ciudadanía, señalando qué quiere para el país.
Para muchos es la última chance, o la primera de un nuevo ciclo político, que necesitará de un parlamento que tenga una abrumadora mayoría para que el candidato o candidata presidencial que gane pueda llevar a cabo los cambios necesarios para el país. Porque, como varios de los que conformamos este menjunje llamado “oposición”, prefiero primero proponer y construir, antes de indignarme.
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