No basta con instalar las ciclovías si no tenemos claro el “para qué”. No debieran estar pensadas como simples espacios de esparcimiento o deportivos (aunque también cumplan esta finalidad), sino como un medio legitimo, sano y eficiente de trasporte. Por cierto, para ello deberán diseñarse con unos altos estándares de uso, seguras, continuas, integradas al espacio y al transporte público.
Cada vez con mayor fuerza los ciudadanos nos hemos ido dando cuenta que las soluciones a nuestros problemas no es, precisamente, hacer más de lo mismo.
Uno de estos “problemas” es el transporte vial, una temática que se repite en varias partes del mundo. Como ciudadanos que vivimos en una zona urbana de alta densidad uno de los temas (dolores de cabeza) recurrentes es el del transporte, sea público o privado (automóvil propio), su implementación, y las medidas de mitigación cuando el número de vehículos en las calles supera la capacidad vial. Varias iniciativas y debates se han originado a partir de este punto. Es así como la semana pasada se celebró el Día Internacional Sin Automóvil, que tuvo mediana convocatoria en nuestro país.
Estamos acostumbrados, la mayoría, a realizar nuestra vida dentro del automóvil: para ir al trabajo, al supermercado, al centro comercial, incluso a lugares cercanos como la plaza. Día a día nos convencemos de que no podemos vivir sin este medio de transporte, y nuestra costumbre refuerza ese pensar.
Queda claro que un uso excesivo del automóvil, incluso para distancias cortas, lo ha convertido en una experiencia un tanto desesperante (nos hemos dado cuenta con este feriado largo de Fiestas Patrias, cuando la ciudad y nuestras comunas nos han mostrado su lado más amistoso, que en este caso equivale a que se encuentre en ese estado cuasi etéreo: descongestionada).Para qué hablar del transporte público, muchas veces incómodo, repleto y víctima también de la congestión vehicular, que ha tomado tonos kafkianos. No hay GPS ni aplicación en ningún teléfono inteligente que pueda diluir una alta congestión (¡Cómo nos gustaría que así fuera!).
Porcierto, los problemas son complejos y las soluciones deben ser integrales y astutas, y pareciera que el denominado “ciclismo urbano” es una muy buena alternativa y ha tenido un auge relevante en el último tiempo. Si tomamos el ejemplo de países desarrollados (como el caso de Holanda), las ciclovías han pasado a ser parte integral de su sistema de transporte, factible, práctico, sano y, sobre todo, descontaminante. No solo como engranaje de un sistema, sino como ya parte de un estilo de vida incorporado en el ADN de los ciudadanos.
Las autoridades públicas, particularmente a nivel local, debieran adelantarse frente a esos fenómenos y no restarse a ellos.
Por lo mismo, en nuestro país tenemos ejemplos de ciclo vías que, implementadas de manera correcta, son fuertemente demandadas por los vecinos, quienes exigen que existan más y que estén interconectadas. Otro ejemplo son los denominados estacionamientos de bicicletas que encontramos en algunas estaciones del metro.
Lamentablemente, eso no ha ocurrido en Las Condes. Un mezquino ejemplo lo otorgan las ciclovías que, muy tímidamente, se han incorporado el último tiempo. Éstas cubren espacios reducidos, no están integradas (ni con otras ciclovías, ni menos con el transporte público), quitan espacio a los peatones y no a los vehículos, se han desaprovechado mejoramientos urbanos para incorporarlas. Pero aún más: no basta con instalarlas si no tenemos claro el “para qué”. No debieran estar pensadas como simples espacios de esparcimiento o deportivos (aunque también cumplan esta finalidad), sino como un medio legitimo, sano y eficiente de trasporte. Por cierto, para ello deberán diseñarse con unos altos estándares de uso, seguras, continuas, integradas al espacio y al transporte público, educando a sus usuarios, implementando guarderías de bicicletas, etcétera. La tarea no es fácil, pero los efectos serían de una alta “rentabilidad” social. El punto es si lo creemos o no lo creemos.
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Foto: ovejanegra / Licencia CC
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