El (fatídico) 39% de participación electoral. ¡Enhorabuena por ese 39% que acudió a votar! Son un ejemplo de compromiso político, que, seguro, sin proponérselo, sacuden la conciencia conformista y acomodaticia (¿de los abstencionistas?) que no pueden o no saben ver que la cosa pública es de la incumbencia de toda la ciudadanía
Tres son los rasgos principales que han definido esta elección.
Primero, la caída en vertical de, en general, la derecha y, en particular, de la Administración Piñera del apoyo ciudadano materializada ahora en una tan estrepitosa como severísima debacle electoral. Segundo, el retorno del centro izquierdo, la Concertación, pero ahora ampliada con una variedad de fuerzas políticas que van desde liberales-socialistas hasta comunistas, y que esta nueva constelación política no ha ahuyentado a la clase media, como se temía, que le ha votado masivamente. Y tercero, una nueva forma de hacer política por parte de la oposición: un acercamiento estructurado a la ciudadanía poniéndola en el centro, como articuladores, de las propuestas políticas.
Las causas de la debacle electoral de la derecha, entre otras muchas, es la miopía y sordera política con la que gestionan la movilización ciudadana que ha terminado marcando con fuego a esta Administración. Criminalizar y desprestigiar a este movimiento, apoyado por casi el 80% de la ciudadanía, ha sido determinante en el durísimo castigo electoral a la derecha.
La ciudadanía sabe que la derecha está ideológica y materialmente incapacitado para llevar a cabo las profundas reformas que la ciudadanía propone. En dos palabras: el problema de la derecha, es la derecha.
Sumida en un inmovilismo político (pinochetista) endémico, está inhabilitada para llevar a cabo la democratización plena de Chile, que es lo que el movimiento ciudadano en su génesis, propone. La derecha inhabilita la democracia plena y, con ello, tiene cancelado el porvenir, padeciendo una contradicción irresoluble: su apología al pinochetismo y su enlace con el poder de factocorporativo, sella su inhabilidad política para hacer los cambios que la ciudadanía propone (y exige), que no es otra cosa que el fin de la institucionalidad que se heredó de la dictadura, de la cual la derecha es devota.
La derecha alcanzó el poder ejecutivo, después de 55 años, con (bien) intencionados fuegos artificiales de un tan difuso como mágico “cambio”, pero pareciera que la pirotecnia política y mediática durará lo que la Administración Piñera dure.
El éxito del retorno de la centro izquierda, ahora ampliada a vastos territorios políticos en un esfuerzo estratégico de gran alcance consensual y de finísima ingeniería política de precisión, se debe a lo que podría ser el futuro de esta coalición ampliada: la construcción de enormes plataformas políticas de acercamiento a la ciudadanía, logrando una capacidad enorme de convocatoria e instalando a la ciudadanía en el centro de las decisiones y articulamiento de las propuestas políticas, diseñando el programa de gobierno de las alcaldías.
Esta forma de hacer política, desde la base hacia arriba, abre la participación directa de la ciudadanía y la pone en el centro de la acción política, y termina de raíz con la práctica de enclaustramiento de las decisiones políticas dentro de cuatro paredes. Esta práctica mejora sustancialmente la calidad de la democracia y de la política y pone un margen racional de esperanza para alcanzar el cambio verdadero: la democratización plena de Chile, y con ello el abandono definitivo de la institucionalidad heredada de la dictadura. Parece que soplan vientos de un (verdadero) cambio.
El (fatídico) 39% de participación electoral. ¡Enhorabuena por ese 39% que acudió a votar! Son un ejemplo de compromiso político, que, seguro, sin proponérselo, sacuden la conciencia conformista y acomodaticia (¿de los abstencionistas?) que no pueden o no saben ver que la cosa pública es de la incumbencia de toda la ciudadanía. La pasividad ciudadana, como también el voto abstencionista como forma de protesta política, muy respetada pero con muchos peros, es un voto al conformismo y al enajenamiento del compromiso cívico; es decir no a ser un ciudadano, es votar por la invisibilidad como ciudadano, y es mirar para otro lado mientras la democracia y lo público se degrada y esto no fuera de su incumbencia. Todos somos seres públicos de los cuales depende la calidad de la democracia y de todo lo público.
Por otra parte, y ya es obvio y por eso resulta ya un tópico plantearlo, la propuesta política debe ser mucho más atractiva, dicha, ojalá, por rostros nuevos.
Y, ya puestos en esto último, a los/las abstencionistas y/o conformistas -que sin duda no es lo mismo- propongo dos libros ad hoc, Odio a los indiferentes,de Antonio Gramsci, e ¡Indignaos!, del padre del retorno del compromiso cívico, Stéphane Hessel.
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Foto: Red MI VOZ / Licencia CC
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