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The Clinic is dead

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The Clinic surgió como medio satírico, casi lindante en la difamación. Durante todos estos años, el autoproclamado «pasquín» ajustició el legado de la dictadura militar y el conservadurismo entrelazado en nuestra identidad. Al país sin Núremberg, sólo le quedó refugiarse en la burla. Sólo eso quedaba frente a la permanente sensación de impunidad flanqueada por gobiernos inmovilizados, un Congreso empatado y un duopolio mediático celoso de sus intereses.

El quincenario devenido semanario contó los días para la muerte de Pinochet. Mientras tanto, aprovechó de reírse de sus parafernálicos ingresos al Hospital Militar cada vez que lo sometían a proceso. Si Pinochet no daba material, eran sus acólitos –tanto sus contemporáneos como sus herederos. Si no eran sus acólitos, eran sus costumbres. Y si no eran sus costumbres, eran sus siniestros lugares comunes –sin ir más lejos, Colonia Dignidad.

The Clinic creó pertenencia desde el disenso, toda vez que fue el portavoz de las voces periféricas. Su visión –invocando «misión y visión»– consistió en la adhesión a las causas invisibilizadas y tergiversadas por la cuadrilla informativa de los poderes fácticos.

Y todo lo estoy diciendo en tiempo pasado porque The Clinic se acabó.

Se acabó el miércoles en la noche, cuando Patricio Fernández, director del medio, escribe –so pretexto de editorial– desde la edición electrónica una carta de disculpa a Pablo Longueira, al mismo hombre cuyo apellido fue completado en la tinta como quien «la tiene corteira», popularizando dicha oración como sobrenombre perpetuo, a la vez que marca de identidad de la publicación.

«Nunca fue nuestra intención, ni jamás lo sería, burlarnos del adolorido. Menos si se trata de un contendor bien valorado», explicó Fernández para defenderse de la portada de la última edición de la revista, en la que un macho Jaime Guzmán abrazaba a una hembra Longueira. Además, Fernández ahonda que no habría festinado con Longueira de no haber cerrado la edición dos días antes de ocurrido el aviso de la deserción del líder UDI de la contienda presidencial.

La complicidad del lector con su medio fue perforada en una arbitrariedad de su director, quien se parapeta despersonalizado en la primera persona plural. El ajusticiamiento textual del país sin Núremberg hizo su excepción en Pablo Longueira, partícipe del aparato dictatorial. Con esto, se desfondó la razón de ser, la visión –insisto: «misión y visión»– de The Clinic.

La complicidad del lector con su medio fue perforada en una arbitrariedad de su director. El ajusticiamiento textual del país sin Núremberg hizo su excepción en Pablo Longueira. Con esto, se desfondó la razón de ser de The Clinic.

Aunque quizá esto venía sucediendo de antes.

Conforme pasaron los años, el «pasquín» evolucionó en la forma y en la medida de sus dueños. Dejó de ser la unión de disidencia y periodismo, pasando a fusionar entrevistas misceláneas con un Artes y Letras reinterpretado. El «firme junto al pueblo» pasó a ser la ostentación de la refinación progre. La convocatoria se redujo en la misma proporción como se ganaron centímetros de cintura.

Hasta que llegó un límite, ese momento cuando las provocaciones se convirtieron en un peso que sobraba, en grasa. En palabras del propio Fernández en la mentada disculpa, «lo que pudo ser una joda molesta, se volvió inaceptable».

Con esta media tinta, un medio se separa de su audiencia. Con esa media tinta, The Clinic optó por ser Topaze.

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Bruno Córdova Manzor

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31 Comentarios

Juan Enrique

Huuuuuuuuu, Yerko-Puchento lo haría mejor.
Honor y Gloria a la Consecuencia.

Peter Kaprá

The Clinic no necesita pedir disculpas, su ser mismo es indis-culpable y, a la vez, es «indis» y «culpable», aunque no por ello debe ser juz-gable, conde-nable ni orden-able. ¡Es mejor que hable! LONG-LIFE The Clinic, Death not Dead. Off-Shore.

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