No creo equivocarme al decir que el cierre de La Nación es una consecuencia de décadas en que los medios de comunicación “de izquierdas” (y exceptuando acá a El Siglo y la Punto Final) fueron vistos cómo instrumentos a merced de intereses electorales. La Nación fue usada largamente como órgano de propaganda. Era obvio entonces que sin haber hecho del diario una empresa sustentable en sí misma, un gobierno de derecha, neoliberal y con los medios a su favor, lo cerraría.
Para los periodistas el cierre de medios de comunicación siempre es mala noticia. Sobre todo cuando el sustento de la decisión de cerrar un diario es económico más que político. Seamos honestos: hace años que se sabía que en un gobierno de derecha se cerraría La Nación. No porque el diario se prestaba para convertirse en un órgano de propaganda en períodos electorales, sino que simplemente porque era un mal negocio. Tal cual. La Nación se sostenía financieramente en los ingresos del Diario Oficial (perteneciente a la misma empresa estatal), por tanto sólo generaba gasto y no dejaba ganancias. Además, teniendo a gran parte de los medios de comunicación de su lado, para este gobierno ni siquiera representaba una inversión en comunicaciones, sino lisa y llanamente una pérdida de plata. Y eso porque, lamentablemente, en los años anteriores La Nación se había instrumentalizado como órgano oficial de los gobiernos de la Concertación desde que se habían encontrado que no tenían prensa oficialista a fines de los años ‘90.
El porqué no había prensa concertacionista después del rol social que jugaron los medios de comunicación independientes y antipinochetistas en los años ’80 es el quid del asunto. Hagamos un ejercicio de memoria y recordemos la prensa “no oficial” que se leía en el régimen de Pinochet: las revistas Hoy, Análisis, Apsi, Cauce y la Bicicleta, y el diario Fortín Mapocho. Sólo por nombrar algunos. Ahora, hagamos el mismo ejercicio, pero al año ’95. ¿Cuáles de estos medios lograron sobrevivir, paradójicamente, a la democracia? Ninguno. Los abandonaron. Los dejaron morir en la lenta agonía de la carencia de avisaje. Claro, en los ’90 ya no servían. Y seguramente tampoco convenía que mantuvieran el perfil investigativo, el ejercicio del periodismo denuncia podía resultar riesgoso. Era como dispararse en el pie.
En el desarrollo de la tesis para optar al título de periodista me tocó entrevistar a Gustavo Boye, director de la segunda etapa de Cauce, a continuación de Edwin Harrington. Éste último había fallecido poco antes, enfermo de Alzheimer y en una muy mala situación económica. Cabe recordar que Harrington era director de la revista cuando se publicó la entrevista al agente Papudo, que reveló que la tortura se aplicaba sistemáticamente contra los opositores al régimen, y también los primigenios escándalos económicos de la familia Pinochet, como la casa en Lo Curro. Boye, en la entrevista para mi tesis, me contó cómo, luego del retorno a la democracia en el año ’90, los periodistas de las revistas de izquierda habían quedado a la deriva y, peor aún, después, cuando esas revistas se iban cerrando. Él estuvo hasta el fin de la segunda etapa de la Cauce, hasta que el ’87 la compraron personajes vinculados al Partido Socialista. Un año después, la revista cerró.
Una historia similar escuché de parte de otro periodista, una generación más joven, también redactor de Cauce. Con ironía relataba cómo en muchas ocasiones les pagaban los artículos con vales de supermercado y ellos los tomaban porque no quedaba otra y había que apoyar la causa.
No creo equivocarme al decir que el cierre de La Nación es una consecuencia de décadas en que los medios de comunicación “de izquierdas” (y exceptuando acá a El Siglo y la Punto Final) fueron vistos cómo instrumentos a merced de intereses electorales. La Nación fue usada largamente como órgano de propaganda. Era obvio entonces que sin haber hecho del diario una empresa sustentable en sí misma, un gobierno de derecha, neoliberal y con los medios a su favor, lo cerraría. Será cliché, pero es la crónica de una muerte anunciada. Y es una pena ver en un país que ansía su desarrollo que la clase política no tenga la menor idea de cuál es el rol de los medios de comunicación en la sociedad.
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Foto: Radio Cooperativa
Comentarios
25 de septiembre
Comparto 100% tu análisis, porque el cierre de LN no solo remite a las últimas décadas de nuestro país, sino que a una historia de más de 90 años. Frente a ese hecho, no nos podemos sentir orgullosos. Sin embargo, no soy pesimista ya que creo que internet es una potente oportunidad para rejuvenecer el papel de los medios de comunicación en la sociedad como tu afirmas.
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25 de septiembre
Por favor… Seamos sinceroas algun dia, la nacion la mato la Contertacion, lo demas es chiste… Alguien recuerda lo vergonzoso que llego a ser este seudo periodico? Fue otro de los enemas que nos dejo Lagos, Bachelet y demas… A todo esto que sera del yerno de Lagos, ese que perdio el Jarron de mas de 100 millones de dolares ? O del hijito de la senorita Michelle que apituto en el Minrel?… Se imaginan vuelvan otra vez a gobernar?? Si esto ocurre, Lo mas probable es que tambien tengamos que cerrar tambien TVN, CODELCO y el METRO!!!!
La nacion estaba putrefacta hace anos, era cosa de solo tirar la cadena de ese WC y aplicar Lysoform…
Saludos y tengan una buena semana.
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27 de septiembre
Colega Michelle: No tengo el placer de conocerte pero has hecho un claro y objetivo análisis de lo que pasó con «La Nación», pues la mayoría de las opiniones y comentarios que vemos en las redes sociales se hacen con la camiseta política puesta, o bien, con resentimiento.
Modestamente, te recuerdo dos hechos más: Desde los gobiernos de Allende y Pinochet, ya se utilizaba el diario como vehículo de propaganda y proxelitismo. No fue así, con Eduardo Frei Montalba ni Jorge Alessandri Rodríguez.
Uno de los «sepultureros» principales de los medios que tu citas, fue el entonces ministro Enrique Correa, que hoy sería asesor de Soquimich y uno de los lobistas por la licitación del litio.
Gracias por tu excelente trabajo, lo he guardado y difundiré donde más pueda. Es un verdadero documento que bien se podría utilizar en las cátedras de Periodismo para dar a conocer la realidad de lo que sucedió con este casi centenario diario.
Hoy muere, no sólo el diario sino que la empresa toda, debido al fundamentalismo de unos políticos y la incapacidad de sus ejecutivos y directores, al no haber encontrado viabilidad económica para prolongarse en el tiempo Alfredo Villarroel Estrada
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02 de octubre
No es serio si no aportas algún dato estadistico. A la gente, al gran público, al pueblo, al vulgo, se le dijo, con amplio parlante mediático, incluida una dramática cuña del ministro Longueira que acusó haber sido víctima de La Nación, que ésta se cerraba porque los gobiernos de la Concertación la usaban como un verdadero panfleto propagandístico. Y eso aún nadie lo han demostrado (con estudios serios). Lo si de dinero se trata, no nos hagamos los weones. El Estado trasvasijó miles de millones de pesos a El Mercurio y a La Tercera en el ocaso de la dictadura y que continuó en el humbral de la Concertación. Y nadie dijo nada.
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