Yo creo que La Nación se cerró por la incompetencia que tuvimos todos quienes formamos parte de la Concertación de convencer a nuestros dirigentes de que la comunicación social es vital para una democracia sana. Espero que la experiencia de oposición nos ayude a evangelizar en el futuro.
En Chile, se lee poco y 4 de cada 5 personas no podría preparar la mamadera de un niño siguiendo las instrucciones de la caja de leche, porque la mayoría de los chilenos no entienden lo que leen. La educación es mala y la marginalidad se vive con crudeza a sólo una legua de la Plaza de Armas, como le gusta decir a Sergio Micco.
Por tanto, sería abusar de la paciencia del lector aportar mayores argumentos sobre la ventaja que representaría para nuestra sociedad poseer un medio de prensa escrita público, con sentido social y vocación de éxito entre las audiencias.
En el debate a propósito del cierre de La Nación varios amigos columnistas han defendido la existencia del medio estatal con ejemplos concretos. Sin embargo, todos han evitado hacer una aclaración básica, defienden la existencia de La Nación hablando de lo que ese diario debía ser, no de lo que era.
Y cuando uno piensa en lo que La Nación era (no en lo que debía ser), entiende por qué para el gobierno de Sebastián Piñera el cierre de este medio no sólo era un paso lógico, sino que además políticamente rentable, con un bajísimo costo de imagen. Digámoslo con claridad, La Nación era un diario sin pueblo, sin seguidores, sin una vocación y un rol claro porque sus dueños así lo quisieron, especialmente durante gran parte de los gobiernos de la Concertación.
Por lo demás Piñera está cumpliendo una promesa de campaña, casi por única vez sin letra chica.
Al retorno de la democracia no pocos equipos periodísticos intentaron conducir al diario La Nación por un camino similar al de TVN. Recoger un medio estatal en ruinas, sacarlo del oscurantismo, reparar el daño a la marca y la falta de rol con que lo dejaba la noche oscura de la dictadura para desarrollar un periodismo con sentido de servicio público.
Por allí pasaron estupendos colegas periodistas, algunos de ellos maestros de varias generaciones que recuerdo con cariño, como Abraham Santibáñez, Pablo Vildósola, JorgeFernández, Ignacio González, Jorge Donoso, Guillermo Hormazábal… y por cierto el gran Gato Gamboa (a quien todavía le debemos el Premio Nacional). Obvio que uno recuerda mejor a los amigos, así que pido disculpas a aquellos que hicieronsu aporte y que yo injustamente olvido.
Sin embargo, llevar a buen puerto un proyecto de diario público tenía complejidades adicionales a los que tenía la TV. Qué duda cabe, faltaba el compromiso político con un proyecto de diario público. Por otro lado, el mercado de la prensa escrita es más pequeño y las rentabilidades son más estrechas, por tanto las inversiones más improbables. A ello se agrega que La Nación nunca fue completamente pública y que no se tuvo el interés en dotar al medio de un estatuto que asegurara su funcionamiento idóneo.
Con el pasar de los años de la Concertación, La Nación se fue en “lo peor de lo nuestro”: componendas políticas, consejos editoriales nombrados entre gallos y medianoche, acuerdos accionarios poco transparentes. A final parecía que la única aspiración del gobierno era que el diario no provocara problemas. Ni siquiera querían salir en sus páginas porque el medio había perdido influencia.
La Nación debe ser el único diario del mundo que funcionó unos 5 ó 6 años sin director. Sí, efectivamente hubo un personaje de sombrío desempeño que estuvo todo ese tiempo a cargo del diario como “subdirector responsable”. Mientras no provocara molestias, a nadiele interesaba tener un verdadero periodista a cargo del medio. El diario público no poseía una política editorial explícita ni un manual de orientaciones estratégicas que permitiera al lector y a sus propios trabajadores conocer la cancha en que se jugaba. En lo profesional fui víctima externa de un enredo por la falta de claridad del diario y uno de sus directores y como dirigente gremial, años después, se me negaba el derecho a réplica luego que en el mismo diario se me criticara por apoyar a sus trabajadores.
Era ya el último cuarto de hora de la Concertación y los esfuerzos serios que me consta hacían los periodistas de La Nación (el “estado llano” de los trabajadores) por hacer periodismo de calidad se veían imposibilitados por líneas editoriales erráticas, por portadas vestidas de luto y por piluchos y piluchas de fin de semana, (sí, con equidad de género) cuyo objetivo era aumentar en unos 2 mil ejemplares las escuálidas ventas de fin de semana.
La esencia de lo que estoy relatando lo graficó mejor que nadie Miguel Paz (porque lo vivió desde dentro) cuando ejemplifica a Marcelo Castillo, el último director del diario bajo la Concertación, como el “niño símbolo” del intervencionismo político sin sentido en que cayó el diario en la última campaña presidencial, diluyendo cualquier rastro de credibilidad e identidad de marca que quedara en pie para la empresa periodística.
Algunos quieren ver en el cierre de La Nación la expresión de oscuros poderes fácticos que buscan la consolidación de una prensa obsecuente al actual gobierno. A mi juicio, por más críticas que se pueda tener al trabajo de los medios de comunicación chilenos, basta mirar cualquier encuesta para que el argumento resulte irrisorio, pues es imposible que un gobierno tenga la aprobación que tiene el actual, si es que existiera una prensa obsecuente.
Tengámoslo claro, la prensa obsecuente se acabó en Chile cuando los milicos salieron del poder. Podremos discutir sobre grados de diversidad, privilegios infundados, relaciones poco sanas entre grupos empresariales y medios, farandulización o lo que se quiera. Pero hablar de obsecuencia no sólo es comulgar con ruedas de carreta, sino que ofender gratuitamente a los periodistas que trabajan día a día por informarnos desde diferentes plataformas.
Yo creo que La Nación se cerró por la incompetencia que tuvimos todos quienes formamos parte de la Concertación de convencer a nuestros dirigentes de que la comunicación social es vital para una democracia sana. Espero que la experiencia de oposición nos ayude a evangelizar en el futuro.
El año 2007, como Presidente del Colegio de Periodistas tuve el honor de recibir como nueva colegiada a Nancy Arancibia, la Presidenta del Sindicato de Periodistas de La Nación. Nancy y el grupo de colegas que siguió hasta ahora haciendo un trabajo profesional serio representan para mí el principal valor que le quedaba a ese medio. En esa oportunidad, planteé que si La Nación no existiese, tendríamos que crearla.
Al menos, para mirar el vaso medio lleno, creo que la miopía del actual gobierno respecto a la comunicación social nos ha regalado quizás una gran oportunidad: el desafío es cómo en un próximo período generamos un medio de comunicación escrito de servicio público, como el que merece un país del siglo XXI.
Un apunte final, para todos aquellos que se quejan amargamente de la parcialidad de la prensa: no se queden sólo en asistir a los funerales de los medios. La queja no sirve. En la sociedad de mercado en que vivimos lo que vale es comprometerse y meterse la mano al bolsillo. Vaya al kiosco más cercano y compre El Periodista, Punto Final, Cambio 21, El Ciudadano, The Clinic y vaya a internet y abra Cooperativa.cl, ElMostrador.cl, Radio Biobío, Radio U. de Chile, Radio USACH, ElPost.cl, ElDínamo.cl y tantas otras alternativas que entregan de empresas periodísticas de tamaño mediano pequeño, prensa independiente, progresista o como quiera llamarle. De paso, cuéntele y recomiende a sus amigos sobre El Quinto Poder. Si no la hace, no vale que sólo vaya al funeral cuando se cierra algún medio.
Foto de Juan Catepillán para elquintopoder
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