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Humor popular y entretenimiento televisivo: más sobre el Club de la Comedia

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La sanción que impuso el CNTV al Club de la Comedia la semana pasada llenó portadas e hizo correr tinta. Se habló de libertad de expresión, de religión, de cristianos ofendidos, etc. Esta sanción pone en evidencia el provincianismo de la clase dirigente chilena. Pero en un nivel más profundo esta sanción plantea algunas cuestiones sobre la relación entre el entretenimiento televisivo y el humor popular.

La cultura popular, o mejor dicho, las culturas populares, son resultado de la apropiación desigual de los bienes materiales y culturales por parte de los sectores subalternos de la sociedad, que se expresa a través de formas simbólicas y materiales propias. Se constituyen a partir de prácticas laborales, familiares, comunicativas, así como a través de formas propias de expresión y conocimiento (García – Canclini, 1989). Las culturas populares son resultado de una apropiación desigual del capital cultural, una elaboración propia de sus condiciones de vida y una interacción conflictiva con los sectores hegemónicos. En ellas reside un doble movimiento de contención y resistencia: remiten tanto a una memoria de resistencia como a su negación e integración al proyecto histórico que los grupos dominantes producen para los grupos subalternos (Martín – Barbero, 2003). 

Luego, ¿qué tiene que ver la cultura popular con la cultura de masas que se expresa en medios como la TV? La cultura popular, no se reproduce aislada de la cultura de masas, sino que hay una relación de continuidad entre ellas. Jesús Martín Barbero (1988) sostiene que lo masivo se ha gestado lentamente desde lo popular: O sea que lo masivo no es una banalización de la cultura docta, sino más bien una reformulación de muchos contenidos de la cultura popular en un formato diferente, que desactiva de ésta los contenidos que ponen en evidencia el conflicto (la resistencia) y potencia aquellos contenidos que enfatizan el consenso (la integración) social (Sunkel, 1984). Así, la entretención televisiva se conecta con ciertos elementos de la cultura popular que resultan atractivos y significativos para las audiencias masivas, principalmente en el ámbito del humor.

En su análisis de la cultura cómica popular de la edad media y del renacimiento, Bajtin (1965) señala que las múltiples manifestaciones de esta pueden subdividirse en tres grandes categorías:

1. Formas y rituales del espectáculo

2. Obras cómicas teatrales

3. Diversas formas y tipos de vocabulario familiar y grosero

La risa popular es una risa dirigida contra toda forma de superioridad, que se ríe de todo e incluso de sí. Por esta razón, es que los carnavales son el gran momento del humor popular, en el cual los subalternos se ríen de las jerarquías del poder político, económico, religioso e incluso de las categorías de la dominación sexo-género. Por contraste, el humor televisivo chileno (salva excepciones) se posiciona precisamente desde diversas formas de normalidad que son erigidas como superiores, para ya no reírse “con” sino que “de” las mujeres, de los homosexuales, de los negros, de los peruanos, de los indígenas. Se trata entonces de una risa respecto de lo diferente, de lo heterogéneo, de aquello que no es admisible dentro de ese discurso homogeneizador y falsamente consensuado que la televisión chilena nos transmite.

Finalmente, el humor popular es profundamente corporal: está lleno de referencias a imágenes de la vida corporal y material que remiten a una representación de la vida cotidiana. Un cuerpo situado en el tiempo y en el espacio, que come, defeca, copula, envejece. Por su parte, en el cuerpo al cual remite la TV el énfasis está puesto en la individualidad acabada y autónoma, en un cuerpo (femenino, de preferencia) estilizado y atemporal, que no escatima en cirugías para alcanzar este propósito. Los mismos canales que promueven estas imágenes corporales, son los que después rasgan vestiduras ante temas como la legalización del aborto, la distribución gratuita de la píldora del día después o las campañas de servicio público del SIDA.

Con estos antecedentes, se entienden con mayor profundidad y perspectiva los motivos que han llevado a que una mayoría pechoña de los consejeros del CNTV haya ido corriendo a sancionar al Club de la Comedia por ofensas contra la iglesia católica mientras hay programas o secciones de otros programas de televisión donde el humor contra distintos sectores o colectivos sociales que se encuentran en una condición social subordinada campea a sus anchas, a pesar de haber recibido comparativamente hablando muchas más denuncias ciudadanas que el programa de CHV. Pero eso no es todo. Esta sanción también ha tenido un efecto “volador de luces”, mientras durante la misma semana Sebastián Piñera promulgaba un decreto supremo para otorgar a dedo concesiones digitales a los actuales canales de televisión.

Sin lugar a dudas, la regulación de la industria televisiva es un deber de los Estados, pues ella implica el uso del espectro radioeléctrico, que es un bien público. Como el agua. Por esta razón, no se puede dejar su regulación a la discreción de agentes privados. Pero además de un bien físico -las ondas electromagnéticos- es un bien cultural por medio del cual se producen, reproducen y difunden interpretaciones de la realidad, de allí que sea en último sentido un bien estratégico. Y un bien que es necesario democratizar y abrir a todas las expresiones culturales populares que por ahora permanecen fuera de ella. La pregunta que sigue es QUÉ es lo que se debe regular de la televisión en Chile y QUIÉNES deben hacerlo, todo ello en el contexto de la transición a la televisión digital. Para ese tema, no se pierda un próximo capítulo.

…Y no vea televisión: hágala.

Como epílogo, dos datos para la causa:

• Los Monty Python, creadores de La Vida de Brian (una de las películas más deliciosamente delirantes sobre Jesús de Nazareth) trabajaban para la BBC.

• TV3, el canal público catalán, tiene un muy buen programa de humor político donde uno de los personales estables es Benedicto XVI.

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Foto: Memoria Chilena

En ninguno de los dos casos se conocen sanciones de los organismos reguladores respectivos.
 

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3 Comentarios

leonardo-chesky

Chiara:
Me parece sumanete necesario discutir dese/sobre el concepto popular y aquello que lo rodea y lo envuelve como son las nociones de cultura popular, masa y clase. En el artículo “Notas sobre la deconstrucción de lo popular”, Stuart Hall, realiza un análisis que busca desnaturalizar la noción de “lo popular” planteando, por una lado, los problemas que acarrea la periodización de la cultura popular y, por el otro, debatiendo la adjetivación del concepto de “popular”. El autor parte de la idea de que existen una serie de dificultades para precisar qué es lo popular, esto porque el término “popular” posee múltiples definiciones, es empleado de diversas maneras y es indefectiblemente impreciso. Es un término fugitivo, inestable y cargado de normatividad.
Desde mi punto de vista la cultura popular es el terreno, el espacio en donde se articulan las transformaciones socioculturales en un sistema capitalista. Este terreno no puede ser considerado como un espacio sosegado, sino por el contrario, es posible pensarlo como un campo de batalla, donde el término “popular” tiene relaciones muy complejas con el término “clase”. Ahora bien, es conveniente tener presente que los términos de “clase” y “popular”, si bien se encuentran profundamente relacionados, no son intercambiables. Esto se debe a la inexistencia de “culturas totalmente separadas que, en una relación de fijeza histórica, estén paradigmáticamente unidas a clases ‘enteras’ específicas, aunque hay formaciones clasistas-culturales claramente definidas y variables. Las culturas de clase tienden a cruzarse y coincidir en el mismo campo de lucha. El término ‘popular’ indica esta relación un tanto desplazada entre la cultura y las clases. (Hall, 1984) Al mismo tiempo,el término popular nos remite al campo de los oprimidos, los excluidos, los subordinados; por otra parte, lo opuesto a lo popular no es una clase entera, sino una alianza: la cultura del bloque de poder, que dispone del poder cultural para decidir aquello que corresponde y lo que no corresponde a las masas o a la elite.
En suma, el término popular es un concepto polisémico que hace referencia a un tema colectivo – “el pueblo” -, lo cual lo hace sumamente problemático porque al igual que no encontramos ningún sentido fijo a la categoría de “cultura popular”, tampoco hay un sujeto fijo al cual adjudicársela. De ahí que sea necesario poner atención a la red o al entramado de relaciones de poder cultural donde entran en juego no sólo los saberes y conocimientos “populares”, sino también saberes y conocimientos no-populares. Es decir, no es posible concebir un análisis de la cultura popular que excluya a la cultura no-popular, porque tanto lo popular como lo no-popular se construyen a partir de una dialéctica que los enfrenta, los une y los separa; donde lo primordial es concentrarse en los procesos, en los mecanismo por los cuales determinados discursos adquieren sentido, preocupándonos ya no por los significados sino por los significantes.

    chiara

    Hola Leonardo. Completamente de acuerdo. Lo que dices es lo que planteo -aunque de manera mas breve y quizas por eso mas criptica- en el segundo párrafo del artículo. Me faltó citar a Hall, pero la reflexión de los distintos autores que cito estan emparentados con el, como referente de los primeros estudios culturales ingleses. Todos ellos dan cuenta de la ambiguedad de lo popular como un sentir que puede ser al mismo tiempo trangresor como conservador. Y eso se aprecia muy bien en fenómenos de la cultura popular cuando se vuelven masivos.

leoyanez

De acuerdo. Nuestra transición no sólo relegó lo popular al estigma «del mal nacido», «radicalizado y poco moderno», como parte de la operación política de la concertación para la desmovilización (simbólica y de movimiento) sino, desligetimó desde lo académico su lugar, importancia, como espacio de cultura y sociabilidad. Reducidos a la invisible, fueron gestándose espacios de expresión popular (radios comunitarias – video popular), donde aquello que designamos como «cultura popular» ha tenido un lugar de manifestación hibridizándose con toda la cultura cotidiana propia de un país que se revolucionó desde lo conservador.

Toda vez que en los medios masivos formales, insertos en las comunicaciones de mercado, aparecen ciertas manifestaciones tributarias de una cultura así posible de reconocer como del pueblo, le comen los dedos y otras partes, a quienes deben filtrar aquello «por el bien común» del país.

El caso más grosero, tiene por lejos más de una década: la tv rock and pop, iniciativa de mercado, que quiere sintonizar con un segmento arraigado a las culturas populares y masivas como los jóvenes, de un día para otro, es autocensurado y clausurado en tanto empresa y negocio. Y sabemos que, en esos días, su audiencia era tan importante como la de cualquier otro canal, por aquella época.

Y de acuerdo: habría que conversar acerca de dónde y con quienes debemos de conversar estas cuestiones: mejor ahora que los liderazgos tradicionales están fritos sean de derecha, de centro o de izquierda. Ojalá que la discusión en torno a la TDT permita un encuentro pluriclasista, transdisciplinario y creativo.