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De periodismo liberal y periodismo con agenda

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Ha pasado un año desde la batahola que se armara a fines de 2010 producto de las piezas promocionales de la, en ese entonces, nueva campaña de HidroAysén.  Ésa de las complicaciones en el pabellón por culpa del repartidor de pizzas que toca el timbre, de la fábrica que paraliza porque una mujer prende la juguera y del frustrado penal en el partido de la Roja porque una muchacha osa secarse el pelo.

El maníqueo contenido de tales creaciones recibió un duro cuestionamiento ciudadano.  La consigna “Yo o el caos” fue rechazada de plano, incentivando la creatividad popular al dar nacimiento a la contra campaña twitera que ironizó con los peores males “si no se aprueba HidroAysén”: nos quedaríamos sin Navidad, el manjar se tornaría salado o Arjona volvería al Festival de Viña.

Pero no todo fue escrutar el contenido.  El tsunami publicitario (la ofensiva incluyó a gran parte de los medios escritos, radiales, de TV y web) asoló también las costas de las certezas sobre el pluralismo y las líneas editoriales, motivando la discusión respecto del vínculo entre publicidad y pauta periodística.

Los primeros caídos en combate fueron The Clinic y El Mostrador, a los que se acusó de venderse al enemigo y al capital.  El origen fue la preconcebida idea popular de que el rol de determinados medios sería apoyar causas “justas y necesarias”, como por ejemplo librar la Patagonia chilena de represas.  Algo que no sería exigible a La Tercera, El Mercurio o Canal 13, al presumirse responderían a intereses corporativos distintos del bien general.

Fue en este debate que Mirko Macari, director de El Mostrador, publicó “Nuevas trincheras”, su personal aporte a la discusión.   Tomó vuelo, apuntó y lanzó su tesis: su adhesión a un “periodismo que se hace sin razón de Estado… que renunció a cambiar el mundo, pero quiere comprender los procesos”.  Obvió asertiva e intencionadamente la discusión sobre el financiamiento de los medios o la posible cooptación de éstos mediante la publicidad, con el fin de concentrar el debate en un tema también de fondo: la agenda de “bien común” como uno de los objetivos de los medios de comunicación.

Ha pasado exactamente un año desde que Macari expresara su ideal periodístico en el medio que dirige, por tanto, con un pretexto meramente conmemorativo, es oportuno reabrir esta siempre necesaria disquisición.

En una situación ideal, donde el sistema periodístico es reflejo de la variopinta realidad social, es entendible la postura del ejercicio liberal.  Un medio con afanes de independencia puede optar por ser pluralista en su entrega informativa toda vez que el sistema en su generalidad también lo es, con lo cual aporta a mantener un estado de por sí positivo.  El problema es que en una sociedad como la chilena, marcada por la hegemonía medial (publicitaria e informativa), propender a tal es sólo cómplice inocencia.

Porque algunos entienden pluralismo como dar, en cada medio, a todas las visiones un espacio periodístico equilibrado. Algo así como el cronometraje al segundo de las campañas en las contiendas políticas exigido a TVN.  Está bien… pero ¿qué ocurre cuando el sistema medial en general está desbalanceado? ¿Cuando gran parte de los medios de comunicación, por visión de sociedad, intereses de sus auspiciadores o lo que sea, repiten y repiten sólo una parte de la historia? ¿No corresponde a los medios que velan por ese esquivo pluralismo develar las otras verdades? ¿Las que los otros no quieren contar? He aquí un axioma: un sino de los medios que tienen en alta estima su aporte a la sociedad es ser el necesario contrapeso al discurso dominante. 

Compartiendo con Macari su idea de no comulgar con consignas (pero sí con ideales), creo que la primera a desterrar es ésa de que se puede ser independiente. Hace bastante que está claro que el periodismo no puede ni debe serlo. La definición de la pauta y el enfoque es muestra concreta de su permeabilidad ante la subjetividad.

Por eso es injusta la velada crítica del periodismo liberal supuestamente neutro al que tiene agenda, que no es sinónimo de falta rigurosidad o estética escritural. La Alemania nazi estuvo colmada de científicos que dieron lo mejor de sí, con supuesta plena objetividad, sirviendo al poder imperante. El médico Josef Mengele manejaba bastante bien la técnica, y ya sabemos qué ocurrió al ponerla al servicio de objetivos supuestamente racionales y bastante poco humanistas.

El periodismo es una acción del hombre. Y como tal, no está ausente del debate sobre el tipo de sociedad que construye. En muchos casos no debe bastarle con contar la realidad.  Cuando no está de acuerdo con ella (según su ética intrínseca), debe intentar transformarla.  Ejemplo de ello es convertirla en una mucho más plural. Incluso aunque este objetivo en sí mismo pueda, en su búsqueda, encerrar la paradoja de dar cabida a quienes plantean todo lo contrario.

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Imagen: Faces made of paper and rockArtist (Warren Gebert – Stock Illustration Source)

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