En los intersticios de la historia, del devenir común, hay situaciones que nunca pasan de moda. Que se repiten más allá de nuestra voluntad, como el día que precede a la noche, y la noche al día. Hagamos lo que hagamos, ahí estarán, para siempre. Bueno, no necesariamente para siempre, pero sí eternamente para nuestros tiempos personales, humanos, biológicos.
Una de ellas es cómo, a través del lenguaje, se instalan realidades, sobre las cuales aún existe debate pendiente. Que no son verdades reveladas, sino acuerdos en los que hemos desembarcado en alguna ocasión. Y de los cuales podemos, también, levar anclas.
Así me ocurrió hace algunas semanas. En una conversación sobre alternativas de conservación de los espacios naturales de Aysén. De restauración de ecosistemas tan vapuleados por décadas de intervención a gran escala: roce, tala para madera y leña, ocupación sin regulación del suelo rural, turismo descontrolado, animales asilvestrados, introducción de especies exóticas de todo tipo y pelaje.
En el diálogo saltó como botón rojo, la pregunta sobre cómo financiar iniciativas que permitan aportar nuevas acciones que se sumen lo que ya se está realizando desde Conaf, fundaciones y ciudadanía consciente. La respuesta fue la de acceder a la billetera de las grandes fortunas nacionales: Mininco de los Matte y Arauco de Angelin, en parte responsables de la tragedia del bosque nativo chileno. Y Copec, también del grupo Angelini, socio de von Appen en el nefasto proyecto de explotación de carbón en Isla Riesco, en Magallanes.
Tras dar a entender que obtener financiamiento de estas corporaciones que impactan profundamente el resto del país para “salvar” la Patagonia era, a lo menos, contradictorio, la respuesta fue: “Es que yo soy práctica”. Tal planteamiento esconde un pensamiento de fondo: quienes intentan generar discusiones éticas sobre los modelos de desarrollo son soñadores. Error, se puede discutir sobre principios y quehaceres, como caminar y mascar chicle, que es la esencia de la acción con sentido.
Y siguió la conversación. Derivó ésta en la necesidad de que esta gestión incorpore las miradas de política pública, ordenamiento territorial regional, que durante años en Aysén múltiples actores han impulsado con divergente resultado. “Es que a mí me interesa trabajar”, fue la respuesta en este caso. Otro pensamiento instalado desde cierta ideología productivista. Como si converger en espacios de diálogo, reflexionar con otros fuera ocio puro y duro. En días en el que pensar tiene mala prensa, no extraña en todo caso. Bajo tal prisma podríamos hablar de la floja de Gabriela Mistral, al vagoneta de Aristóteles, al holgazán de Neruda. Lo más paradójico es que aunque Adam Smith nunca dio un solo empleo, por cierto que cambió el mundo. Lo mismo que Karl Marx, que dar trabajo no fue particularmente su fuerte.
Dejemos algo en claro: las buenas ideas e intenciones siempre son bienvenidas. Pero indefectiblemente deben estar abiertas al escrutinio, el debate, a la mejora
El tercer acto de aseveraciones con clara carga política vino del debate sobre la mirada de mercantilización que involucra la figura de los bonos de carbono. Donde quienes contaminan pagan para que otros, en otro lado del mundo, protejan la naturaleza para ellos seguir contaminando. En este caso, la respuesta fue “es que a mí me interesa avanzar”. Como si a quienes pusieran la alerta sobre los impactos del frenesí por el hidrógeno verde o la nueva utopía full electric, estuvieran obnubilados con el estancamiento. O peor aún, con el interés de volver a las cavernas para vivir a la luz de las velas (lo he escuchado), sin hacerse cargo de que caminar sin evaluar en todo momento nuestros pasos es una práctica que muchos problemas (y vidas) ha costado a la humanidad.
La adición en la década de los 20 del tetraetilo de plomo a la bencina, para evitar las detonaciones originales de los motores a combustión se vio por décadas como un avance. Sin embargo, sus impactos sobre la salud eran claros, “afectando el cerebro humano, particularmente de los niños, en ocasiones reduciendo sus niveles de inteligencia y enlenteciendo los reflejos. También se vinculó este tipo de combustible con enfermedades cardíacas, accidentes cerebrovasculares y ciertos tipos de cáncer” señalaba en 2021 un artículo de CNN.
Recién en la década de los 70 el plomo en la bencina se comenzó a prohibir en gran parte de los países del mundo. En Chile sólo en 2003 fue eliminado del mercado.
Dejemos algo en claro: las buenas ideas e intenciones siempre son bienvenidas. Pero indefectiblemente deben estar abiertas al escrutinio, el debate, a la mejora. A los aportes accesorios y de fondo. Porque sólo así sabremos si estamos de acuerdo en lo principal: ¿es esta la sociedad que queremos construir? Una sociedad que requiere, necesariamente, revelarse ante la instalación de sentidos comunes en los cuales no necesariamente estamos de acuerdo.
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