En pleno proceso de discusión se encuentra la posibilidad de renovar la Reserva de la Biósfera Parque Nacional Laguna San Rafael, que actualmente encaja íntegramente en los límites del parque nacional homónimo emplazado en la región de Aysén. Esta calificación internacional es otorgada por la Unesco, el organismo dependiente de las Naciones Unidas que se encarga de las políticas públicas en educación, ciencia y cultura.
Fue en 1979 que esta reconocida área silvestre protegida, ubicada principalmente en el Campo de Hielo Norte, obtuvo esta denominación que reconoce y busca proteger territorios de excepcionalidad ecosistémica a nivel global, apuntando a “conciliar dicha preservación con las actividades humanas y el desarrollo cultural de los habitantes”. Es decir, una reserva de la biósfera no es un área de protección extra sino fundamentalmente una apuesta política para avanzar hacia una mejor relación entre el hombre (y la mujer) y la naturaleza.
El riesgo es que en un par de meses se reunirá un comité ad hoc de la Unesco para definir qué reservas de la biósfera mantendrán dicha calificación y cuáles la perderán. Es decir, resolverán la salida. El Parque Nacional Laguna San Rafael se encuentra en esta situación.
Hoy existe el riesgo de que la Unesco revoque esta categoría. Pasados casi 40 años, hay que dar cuenta ante dicho organismo que se ha avanzado en cumplir los objetivos para los cuales se constituyen las reservas de la biósfera. Y esto incluye constituir zonas núcleo, de amortiguación y de transición (rezonificación), además de conformar un Comité de Gestión público-privado que dé seguimiento al proceso.
Las áreas núcleo permiten “conservar la diversidad biológica, vigilar los ecosistemas menos alterados, realizar investigaciones y otras actividades de bajo impacto”. Hoy el Parque Nacional Laguna San Rafael íntegro es zona núcleo, faltando constituir las otras dos.
Las de áreas de amortiguación “se utilizan para actividades cooperativas compatibles con prácticas ecológicas racionales, tales como la educación ambiental, la recreación, el turismo ecológico, investigación aplicada y básica”. Y las de transición “pueden comprender variadas actividades, de asentamientos humanos y otros usos, donde comunidades locales, organismos de gestión, científicos, ONGs, sectores productivos y otros interesados, trabajan conjuntamente en la administración y desarrollo sostenible de los recursos de la zona”.
El riesgo es que en un par de meses se reunirá un comité ad hoc de la Unesco para definir qué reservas de la biósfera mantendrán dicha calificación y cuáles la perderán. Es decir, resolverán la salida. El Parque Nacional Laguna San Rafael se encuentra en esta situación.
El Instituto de Geografía de la Universidad Católica está preparando el expediente respectivo que permita responder a las exigencias de las Naciones Unidas. Para ello, ha convocado a actores del mundo privado y de las comunidades vinculadas, a expresar sus opiniones.
Una serie de talleres y encuentros se han realizado. Y en ellos, desde la ciudadanía que habita los territorios del sur de Aysén se ha expresado. Ha planteado en estos claramente que zonas núcleos, entre otras, debieran ser todas las áreas silvestres protegidas. Además de San Rafael, el Parque Nacional Cerro Castillo y el futuro Parque Nacional Patagonia, junto al Santuario de la Naturaleza Capillas de Mármol.
Tal tiene un sentido lógico, más allá de seguir la línea de que las zonas protegidas por el Estado sean núcleo. Si hay algo que define a la región de Aysén -y en particular a la zona austral de esta- es su vinculación con los campos de hielos, sus ríos y lagos. En el fondo, el agua. La cuenca del Baker, lago General Carrera incluido, es una gran unidad ecosistémica condicionada por la presencia del agua en estado sólido y líquido. Y es en esta que las áreas circundantes, particularmente las que ya el Estado ha decidido proteger, debieran formar parte de los nuevos límites y conformación de la actualizada reserva de la biósfera. Asimismo, los sitios prioritarios para conservación de la biodiversidad como zonas de amortiguación y la ZOIT Chelenko, al menos, además del lago homónimo, como de transición.
Eso, al menos, fue lo que planteó la comunidad que habita estos territorios y que ha participado en el proceso. Es el sentir de quienes asumen que la conservación está íntimamente ligada a una responsabilidad ética de corte ecosistémico pero también de una economía local que se fortalece valorizando y cuidando lo que se tiene, no bajo el prisma de la depredación, tan presente en el modelo de desarrollo chileno.
Hoy se abre una oportunidad. No la dejemos pasar, que estas iniciativas se enmarcan en el proceso de construcción de Aysén reserva de vida. Ese que se lleva adelante en el día a día y también desde la participación en los espacios que entrega la institucionalidad, y donde las señales que se dan son fundamentales para ir dando vida a la realidad.
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