Resulta inconcebible que los índices de desarrollo humano en las comunas donde existe mayor proporción de esta industria (v/s territorio total) sean los más bajos del país y, a su vez, los de mayor concentración de población indígena.
¿Qué es un árbol?
Piénselo un momento…
Un lugar para hacer pipí, ladraría un perro.
Una casa, cantaría un pájaro.
Un planeta, llamaría una larva.
Una escalera al cielo, expresaría (subiendo) una hormiga
donde me encuentro con el aire, suspiraría la tierra…
¿Qué es para nosotros los humanos?
Según nuestra constitución (en realidad no aparece mencionado, pero intentando una “interpretación”) un recurso natural renovable. Pero, ¿no es así con todo cuanto existe? De una u otra forma sí, inclusive nosotr@s, dependiendo de la escala temporal (y dimensional) en la que estemos situados.
¿Qué es el 701? Tres números, siete centenas y una unidad, diría un chino medieval (según la historia que nos contaron). En estos momentos en Chile es la mínima expresión de una realidad multifacética que tiene relación con lo anterior, con los árboles y como los concebimos a partir de nuestro marco jurídico. Es el número del decreto sobre el cual se construyó la industria forestal y cuya extensión se discute ahora en el parlamento, un punto de encuentro (y desencuentro) entre distintos interlocutores que está por determinar los futuros veinte años en muchos aspectos.
La industria forestal, atendiendo a las necesidades de crecimiento del país, requiere de veinte años más de subsidios, para seguir colaborando con el crecimiento y fortalecimiento de la economía nacional. Hasta hoy se estiman en más de 500 millones de dólares de subsidio en una industria cuyos ventas superan los 5.000 millones de dólares al año. En la actualidad existen más de 2.600.000 de hectáreas plantadas con especies exóticas, principalmente concentradas entre las regiones del Maule y Los Lagos, y si bien no existen datos específicos se estima que más de 200.000 de estas fueron previamente de bosque nativo. Además, otro de los argumentos continuamente presentados por la industria forestal es la cantidad de empleo que generan en las zonas donde se desarrollan, siendo eso nada más que una falacia ya que sólo son 120.000 y no 430.000 (directos + indirectos) como destaca CORMA. Lo anterior sin profundizar en las condiciones laborales de dichos trabajadores, que no se encuentran en las mejores condiciones, aspecto relacionado directamente a su vez con un código laboral deficiente (OIT, 2012).
Mientras tanto, en la Araucanía hace años se vienen experimentando procesos de migración forzada relacionados con los efectos directos e indirectos de una industria desregulada, construida desde la toma de decisiones centralizada y sin criterios de sustentabilidad. Resulta inconcebible que los índices de desarrollo humano en las comunas donde existe mayor proporción de esta industria (v/s territorio total) sean los más bajos del país y, a su vez, los de mayor concentración de población indígena (INDH, 2013; CONADI). Todo esto además configura una vulneración flagrante a los derechos humanos y particularmente de los pueblos originarios. Según la ONU un ser humano requiere de al menos 100 litros de agua al día para sobrevivir y cubrir sus necesidades básicas, sin embargo cada temporada vemos como se hace necesario el abastecimiento constante de personas y comunidades en las comunas más pobres de la Araucanía, en las que la cifra es bastante inferior (según estimaciones propias), algo que ha sido inclusive destacado por investigaciones periodísticas recientes (programa “En la mira”, Chilevisión, Julio 2013).
Pero, ¿qué significa prolongar los beneficios a esta industria que ya es la que predomina en este territorio? La respuesta está determinada por dónde nos encontremos en este momento, dónde residamos. Para las compañías y propietarios mayoritarios de la industria, que no residen en las zonas de cultivo, todo esto no se trata más que de números considerando los posibles perjuicios como simples efectos colaterales. Sin embargo, para quienes vivimos en estas zonas la apreciación es muy distinta. Problemas de abastecimiento hídrico como los mencionados suelen estar invisibilizados y si no es en el terreno mismo, cuesta encontrar evidencias de este tipo de problemas. Actualmente, en la Araucanía existe un 32,1% de ruralidad y la pretensión es precisamente disminuir dicho índice, lo que a su vez reduciría potencialmente los problemas o conflictos socioambientales en la región, consolidando el despojo de tierras al pueblo mapuche y la destrucción inescrupulosa de la naturaleza.
Por otro lado, y algo que resulta más que preocupante, es el apoyo de CONAF a la extensión del Decreto 701 argumentando continuamente que se trata de una industria comprometida con el medio ambiente, aportando –a través de la reforestación- a la disminución de CO2 en la atmósfera, asumiendo que las plantaciones de monocultivos son lo mismo que un bosque. Pero hay diferencias evidentes, ya que un bosque –a diferencia de una plantación de monocultivo- existe biodiversidad en un ambiente altamente interrelacionado y de alta complejidad biodinámica, lo cual claramente no ocurre en una plantación de monocultivo donde no sólo no existe biodiversidad sino que además se utilizan grandes cantidades de elementos tóxicos para erradicar otros organismos vegetales considerados como plagas. Estos plaguicidas representan un riesgo para la salud humana y para las actividades de agricultura de comunidades aledañas a estos cultivos. Entonces, ¿sobre qué se basa la posición gubernamental expresada a través de CONAF? Nuestra lectura es que CONAF sólo se constituye en este caso como una plataforma de apoyo a iniciativas de inversión a mediano y largo plazo, eso y nada más.
¿Cómo se resuelve esta situación? Nuestra perspectiva como organización esta inclinada hacia el regionalismo, hacia la toma de decisiones a nivel local en cuestiones que nos atañen de forma directa, la planificación territorial pasa por levantar miradas, propuestas y opiniones desde los territorios mismos donde se vive. En este sentido, nos preocupa que no existan canales de participación ciudadana y que nuestras autoridades no hayan sido capaces de localizar este tipo de temas y tomas de decisiones, siendo serviles a los intereses centralistas del/la capital. Nuestro marco jurídico no permite el desarrollo de las regiones y solo las convierte en fuentes de ingreso para una élite central servil a su vez a cúpulas internacionales que poco y nada conocen de la realidad cotidiana de nuestras localidades. En ese sentido, urge un nuevo diseño constitucional, construido a partir de las bases y con una clara orientación territorial y descentralizada. Así se podrá hablar de verdadero desarrollo pero más que pretender reorganizar nuestra institucionalidad para atraer recursos y distribuirlos mejor se requiere un cambio de enfoque profundo. El rescate de las miradas locales, de la cosmovisión mapuche, de la construcción de una nueva forma de vivir, más armónica, más respetuosa con la madre tierra y con todos los seres, solo eso será lo que nos permita continuar viviendo en estas tierras. Nada sacaremos con solicitar y requerir espacios de participación si no cambiamos nuestras actitudes y conductas cotidianas, si no nos volvemos más conscientes de nuestra verdadera misión en esta tierra, cuidarla y aprender a vivir.
Entonces, volviendo a la pregunta original: ¿qué es un árbol? Salga, abrace uno, después conversamos.
* Entrada escrita por Oscar Allaire Cuevas, miembro de RADA, (@oscarallaire en Twitter)
Nota: Si estás de acuerdo con lo planteado, te invitamos a firmar y difundir esta carta de la Misión Mapuche Jesuita pidiendo el rechazo del proyecto de ley de fomento forestal que hoy se discute en el Senado.
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