Hay una paradoja de antropocentrismo y separación (alienación, extrañamiento) de lo humano en la Naturaleza. Por antropocentrismo se dice, particularmente, aquellas doctrinas e ideologías de la época occidental y moderna cuya lógica o regla del pensar opera de modo que el conjunto de los fenómenos naturales se hace comprensible como dependiente de proyectos y finalidades humanas –la Naturaleza al servicio de la Cultura–. Antropocentrista es juzgar los entes y criaturas de la Naturaleza no humana en su relación directa con propósitos humanos –donde la idea de utilidad, recurso o servicio son determinantes, de manera que estos propósitos suponen una íntima relación de sujeción.
Pero, al mismo tiempo, parece dársenos una separación y extrañamiento. Lo que une con fuerza la Naturaleza a la polis como utilidad, contiene en sí misma un gesto de separación. Si la Naturaleza no humana está al servicio de la finalidad humana, eso es posible cuando la relación se objetiva de modo que lo humano queda “fuera” de la Naturaleza.La visión ecologista sale de la pura ciencia y se está volviendo, poco a poco, un sentido común en las sociedades, la reflexión de la experiencia colectiva y cotidiana.
La Cultura como vida y mundo diferente de la Naturaleza: se afirma un elemento que excluye de la consideración meramente natural la existencia humana. Este elemento es excluyente: lo humano, se dice, es de pensamiento, razón y voluntad (libre), cosas que no comparte ningún otro elemento de la Naturaleza. Lo humano significa una nota distintiva. Entonces esto humano se conoce primeramente en las acciones racionales y libres –con las cuales puede objetivar los procesos y causalidades naturales hasta el punto de ponerlas al servicio de la lógica de su acción–.
Se nos da la libertad para concebir y realizar proyectos y finalidades, y hay la facultad o el poder de aplicar estos proyectos para hacer dependientes de ellos al conjunto de la Naturaleza –al menos del conjunto de fenómenos sometidos a esa razón, conjunto cuya dinámica moderna es y ha sido la de un “progreso” o acumulación histórica-.
De manera que el antropocentrismo moderno liga y somete tendencialmente toda la Naturaleza a las condiciones de la existencia humana, mientras que la posesión de razón realiza un movimiento de exclusión de modo que la Naturaleza consiste, precisamente, de lo no (negatividad) humano. Lo humano entonces como lo que liga al mismo tiempo que excluye. Los resultados de esta paradoja se pueden percibir en las condiciones actuales críticas de habitación de lo humano en el planeta.
“Ecología” no dice solamente una ciencia moderna, un producto de la historia social del pensamiento de los últimos tiempos. Dice un tipo de experiencia nuestra de la Naturaleza. Lo que la ecología parece estar diciendo permanentemente es que aquella paradoja se convierte en un efecto de perturbación, de donde resulta una disrupción de los procesos de Naturaleza. Los ecosistemas son “destruidos” por la intervención de los proyectos humanos; la Cultura aplasta la Naturaleza. El lazo antropocéntrico que une y somete, y el extrañamiento que permite al pensamiento elaborar en proyectos y fines, concluyen en la unión sobre la base de un sometimiento a una razón cuyas leyes son ajenas al resto de la totalidad que existe como Naturaleza. Esta unión en el extrañamiento conforma la paradoja –y las crisis-.
Por algunos siglos, el “progreso” justificó afirmar una veracidad para este modo de la comunión. La locomotora, la energía sometida a la ecuación del vapor, ofreció una relación optimista de antropocentrismo y ciencia racional. Pero pasaron los años y ocurrió el develamiento ecológico: aquí, que ese motor de hierro expulsa contaminantes cuya acumulación constante y amplificada cada año, perturba los flujos naturales a su alrededor. Ello, siguiendo la lógica antropocéntrica, se hace patente solamente cuando esos contaminantes del uso energético llegan a afectar la vida humana. La polis se ve, de pronto, literalmente cubierta de residuos de la combustión del carbón en esas locomotoras (y otros motores y productos por millones).
La ecología, en especial, resulta una ciencia que habla de estos procesos. Parece una punta de lanza dentro del emplazamiento íntimamente contradictorio de antropocentrismo y extrañamiento. Es entonces el mismo desarrollo del pensar científico el que delata la contradicción que supone la destrucción de los ecosistemas. Un pensar se opone a otro pensar; una libertad a otra. Nosotros, en este siglo XXI, estamos en medio de este conflicto.
Y la visión ecologista sale de la pura ciencia y se está volviendo, poco a poco, un sentido común en las sociedades, la reflexión de la experiencia colectiva y cotidiana. Una que choca contra otro sentido común, históricamente anterior –precisamente el devenir dominante del antropocentrismo–. Estamos en algún lugar en medio de este fenómeno. El antropocentrismo –con su complemento de extrañamiento–, parece estar demasiado ligado al eje de la civilización moderna como para ceder lugar al pensamiento de las armonías ecológicas.
De pronto este conflicto se abre a tres posibilidades: una donde la ciencia antropocéntrica desarrolla las correcciones a esas perturbaciones –y se producen las técnicas verdes y limpias–; otra en la cual solamente la catástrofe social detiene los procesos de esta dominación contradictoria (el camino del calentamiento global); y una, finalmente, en que la libertad, que también nos permite convertirnos en ecologistas, nos puede hacer tomar las decisiones para detener y transformar esta contradicción. Biocentrismo puede llamarse el meollo de esta decisión –que quizá mejor podemos llamar y practicar como ecocentrismo: que pongamos la experiencia específicamente humana en la totalidad natural. Ello diría, por ejemplo, no somos los únicos que poseemos consciencia; que nuestra voluntad/libertad es una fuerza de la Naturaleza, no primariamente algo humano.
Comentarios