En los últimos días el trabajo de Carabineros ha rendido frutos y se ha evitado el robo de madera en distintas zonas de la Araucanía. Ese podría ser el titular de unos hechos que han causado muerte tanto de personas como de árboles. A riesgo de parecer este el inicio de un cuento con moraleja para niños, hago hincapié en la muerte de los árboles que antes de ser talados para satisfacer la necesidad de hiperconsumo, de intereses económicos, formaban parte de un equilibrio natural. Aunque actualmente se rehúye de esa expresión, no se puede desconocer que la intervención humana ha sido necesaria para romperlo y llegar al estado actual del planeta.
Aunque esta es una sección de opinión, vale la pena hacer una excepción para analizar lo que ocurre en la Araucanía desde otro punto de vista, uno que no aparece en las noticias. Intento que el lector haga una comparativa entre una historia que nos cuenta Eduardo Galeano sobre la Amazonía y la situación de la Araucanía. Hablo de la intervención humana en el desastre ecológico, de la causa-efecto que olvidamos a diario:La intervención humana ha sido necesaria para romper el equilibrio natural y llegar al estado actual del planeta.
«1896, Manaos
El árbol que llora leche*
Los indios lo llaman caucho. Lo tajean y brota la leche. En hojas de plátano plegadas a modo de cuenco, la leche se recoge y se endurece al calor del sol o del humo, mientras la mano humana le va dando forma. Desde muy antiguos tiempos los indios hacen, con esa leche silvestre, antorchas de largo fuego, vasijas que no se rompen, techos que se burlan de la lluvia y pelotas que rebotan y vuelan.
Hace más de un siglo, el rey de Portugal recibió jeringas sin émbolo y ropas impermeables desde el Brasil; y antes el sabio francés La Condamine había estudiado las virtudes de la escandalosa goma que no hacía caso de la ley de gravedad.
Miles y miles de zapatos viajaron desde la selva amazónica hacia el puerto de Boston, hasta que hace medio siglo Charles Goodyear y Tomas Hancock descubrieron un método para que la goma no se quebrara ni se ablandara. Entonces los Estados Unidos pasaron a producir cinco millones de zapatos por año, zapatos invulnerables al frío, a la humedad y a la nieve, y grandes fábricas surgieron en Inglaterra, Alemania y Francia.
Y no sólo los zapatos. La goma multiplica productos y crea necesidades. La vida moderna gira vertiginosamente en torno del árbol inmenso que llora leche cuando lo hieren. Hace ocho años, en Belfast, el hijo de John Dunlop ganó una carrera de triciclos con neumáticos que su padre había inventado en lugar de las ruedas macizas; y el año pasado Michelin creó neumáticos desmontables para los automóviles que corrieron entre París y Burdeos.
La Amazonia, selva descomunal que parecía reservada a los monos, los indios y los locos, es ahora coto de caza de la United States Rubber Company, la Amazon Rubber Company y otras lejanas empresas que de su leche maman.»
Que cada quien saque sus conclusiones.
*Eduardo Galeano, Las Caras y las máscaras (Memorias del Fuego 2), 1984, pág. 363
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