Cuando pensamos la naturaleza en las condiciones de la época moderna, puede suceder algo sorpresivo. La sociedad moderna se caracteriza por su primaria atención a sus propios procesos. Lo humano ha devenido, aparentemente, lo definitivamente central. “Sociedad” significa disputa de lo humano entre los humanos, entre grupos humanos. “Sociedad” también significa, incluso implica, su autosuficiencia para resolver esos procesos. De ahí, por ejemplo, que los dioses, espíritus o cosas parecidas no sean necesarios.
Pues, en principio, la naturaleza, y toda la naturaleza –hoy la Tierra y hasta donde los humanos alcancemos en el cosmos-, debe llegar a resultar una parte de nuestros procesos sociales: los humanos estamos, por fin, en esta existencia, para el señorío del cosmos y de nosotros mismos.De pronto puede hacer sentido interpretar estos fantasmas de las crisis ecológicas o ambientales que nos rondan al modo de una enigmática rebelión.
La sociedad moderna como escenario de una lucha entre proyectos humanos para resolver la vida humana. Para fundar y establecer su felicidad, su justicia, la satisfacción de todas las necesidades (incluso las inventadas por el mismo proceso social).
Si prestamos atención a cómo la modernidad lleva adelante esos proyectos humanos para lo humano, habrá que notar, en todos los aspectos de los procesos sociales –y ya completamente en sus procesos políticos-, del papel principal en ellos de la técnica moderna. Hans Jonas, en “El Principio de Responsabilidad”, publicado en 1995, ha intentado reflexionar acerca del carácter absolutamente novedoso del proceso (la lógica) y del poder (la capacidad de transformaciones de lo dado) de la técnica moderna –incomparables respecto de todo proceso técnico humano anterior.
Para Jonas, esta lógica de la técnica contemporánea es el medio actual universal para el cumplimiento de las promesas del mundo mejor. Y su primer resultado es el éxito. Basta que usted mire, en este mismo instante a su alrededor: ¿qué no es tecnología? Piense en el planeta, ¿cómo se están haciendo allá las cosas que se hacen? Eso significa también que la técnica es transversal a las ideologías. ¿O tal vez haya que decir que lo que hoy todavía llamamos “ideologías” no son ya sino puro producto técnico? Desde aquella frase “el medio es el mensaje”, de Mc Luhan, ¿no son acaso los mensajes un derivado de las tecnologías de la comunicación?
Puede que sí. No lo sé. Saberlo equivaldría a confesar que poseo un poder sobre la verdad de lo que afirmo. ¿Lo poseo? ¿Soy un hombre en posesión de la técnica de su discurso?
Suspendiendo esa cuestión, me regreso brevemente a la naturaleza. De pronto puede hacer sentido interpretar estos fantasmas de las crisis ecológicas o ambientales que nos rondan al modo de una enigmática rebelión. Jonas mira la roca donde ríe un Prometeo “definitivamente desencadenado”, y se pregunta si ese semidios no será, además, una amenaza. Si no hay poder sin necesidad de límite. Un límite que no puede poner la modernidad en la carrera de su aparente perfección. Pues habría de haber un poder de limitación mayor que el poder de la producción.
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