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El reciclaje como estrategia política

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En la época en que la política, sus actores e instituciones han perdido poder frente al avance del mercado, de la empresa, del capital y del marketing, los ciudadanos han comenzado a distanciarse de las formas tradicionales de hacer política y ejercitar el poder; es decir, le han dado la espalda al parlamento, a los partidos y a los liderazgos que dichas instituciones encarnan. En rigor, fue la política la que dio la espalda a los ciudadanos, a sus sueños y demandas.

El Estado se ha debilitado frente al mercado y a la tiranía de los precios. Del mismo modo, los partidos al convertirse en agencias de empleo se han debilitado frente al poder que las empresas manifiestan y tienen en la configuración del orden actual. En efecto, el proyecto colectivo y las transformaciones sociales necesarias –según la fase política en cuestión- ya no son posibles –ni realizable- desde el Estado ni desde la política institucional de la democracia. Al contrario, es la empresa y su aparato publicitario el lugar desde donde se diseña el futuro y las sociedades. Es el mercado, -que nunca es neutro- en definitiva, la instancia desde donde se construye el proyecto colectivo.

En definitiva, los ciudadanos no creen y desconfían de sus representantes y sus clásicas instituciones. Han comenzado a indignarse y a movilizarse. Entonces, si la política institucional está debilitada, son los ciudadanos y sus iniciativas los que se ven obligados a recuperar su cuota de poder que en algún momento transfirieron para conformarla voluntad general.

En este escenario, son diversas las formas que los ciudadanos tienen para hacer sentir sus demandas. Las calles y la no participación electoral son las que han dominado en el último tiempo. Y me pregunto, ¿hay otras?

La respuesta es positiva. Quiero poner atención en una, que tiene un potencial que pocos imaginan y que muchos no estarán dispuestos a usar como forma de lucha. Me refiero al reciclaje y al trueque.

Reciclar, implica, en rigor que los objetos en uso no sólo vuelvan al “ciclo del uso-consumo”, sino también se consuman más tiempo de lo que habitualmente se hace. Hay que transformar el reciclaje en un arma política, una para trasformar y empoderar a los ciudadanos.

Veamos. Hacia finales del siglo XIX el capitalismo de producción se transforma -como una manera de sobrevivir- en capitalismo de consumo. La producción se comenzó no sólo a orientar a las élites -consumo elitista-, sino también a las nuevas clases emergentes -consumo masivo. Desde entonces, el mundo capitalista se inundó de mercancías de todo tipo y para todos los bolsillos.

No es casualidad, por tanto, que estemos llenos de productos y servicios. Es más, somos de manera permanente seducidos por la imagen y la promesa mercantil de que por medio de los objetos y su consumo mejorará nuestra calidad de vida. Incluso, son dicen que son la vía para la felicidad.

En esta lógica el mercado y sus empresas trasladan la plaza pública al mall y transforman la participación social y política en participación consumista. Si no consumo, no existo. De este modo, el consumidor emerge como el actor fundamental de la historia –neoliberal. El ciudadano ha sido doblegado y relegado a lugares secundarios.

Sin embargo, hoy ha vuelto a levantarse y a luchar por recuperar su sitial en la historia. El ciudadano está indignado. La asimetría capital-consumo y capital-trabajo ha colmado la paciencia.

No hay que olvidar el contexto de este re-nacer ciudadano. En la mayoría de los casos es un sujeto anclado y preso del consumo y sus deudas asociadas. Es un ciudadano rodeado y abrumado por millones de objetos de consumo. Es más, es interpelado a consumir y a seguir comprando objetos. Y al mismo tiempo a trabajar para pagar sus consumos.

La producción -es decir, las empresas-, por tanto, para no caer en “crisis de stock” no pueden dejar de producir. Aquí está la clave. El capitalismo no puede dejar de producir autos, televisores, electrodomésticos, ropa –para eso inventó la moda-, tecnología y todas las mercancías que circulan en el bazar mundial. Las mercancías deben circular de modo recurrente; por tanto, deben ser vendidas y consumidas. Si este ciclo se quiebra, el orden económico vigente colapsa. ¿Acaso, no genera temor mundial una baja en el crecimiento-producción de China?

Para seguir produciendo hay que ampliar la demanda de modo incesante. Hay que abrir mercados y nichos. Hay que masificar el consumo. ¿Es posible entender la tensión Occidente-Oriente desde la perspectiva del consumo y de la penetración de los mercados? ¿Acaso este hecho no explica la globalización? ¿Acaso este hecho no explica la necesidad de tener energía –y ojalá, barata?

Este es, por tanto, el contexto del re-nacer ciudadano. Este nuevo ciudadano, debe, en primer lugar, dominar su lado consumista y despertar su lado político. Está en sus manos decidir si quieren más modelo o menos modelo; si quieren una sociedad consumista y materialista o una sociedad solidaria y justa; si quieren vivir para trabajar o trabajar para vivir; si quieren, destruir el medio ambiente o disfrutar el medio ambiente; o, si quieren ser felices desde el consumo y sus objetos o ser felices desde la emoción.

Si el ciudadano está enajenado del poder político y doblegado por el capital y su aparato publicitario, debe –si le interesa- romper esta lógica y pasar a la ofensiva; y ello, implica atacar dónde más le duele al sistema económico vigente: en el consumo; en la demanda

Entonces, ¿qué pasaría si decidieran no comprar ni consumir más de lo necesario? ¿Qué pasaría si los consumidores de los países desarrollados no cambiaran sus autos cada dos años, si los ideólogos de la moda y el glamour no inventaran ropa y diseños a cada rato, si no cambiáramos el celular cada año o en vez de usar el auto –y consumir combustible fósil- usamos al bicicleta, si compramos menos televisores, si no nos dejáramos seducir por la ideología tecnológica que deja todo obsoleto en un par de meses, si no compramos más objetos producidos en condiciones de esclavitud como lo hacen las grandes marcas de la globalización? En fin, los ejemplos se pueden multiplicar.

Parar el modelo, por tanto, depende de reducir la demanda y comprar menos. Esto sí le duele a la dominación económica vigente. En ese escenario, obviamente, emergería una crisis. La crisis política no se haría esperar y los vientos de cambio estarían más cerca que hoy.

No necesitamos cambiar autos, televisores ni computadores cada dos o tres años; tampoco, los pantalones ni los muebles. Necesitamos, menos mercancías y más solidaridad. Reciclar es la tarea. No más cultura del desecho.

En definitiva, hay que transitar de la “libertad de elegir” hacia la “libertad de decidir”. Lamentablemente, estoy seguro de que muchos indignados no están dispuestos. Y muchos otros, tampoco se bajarán de sus 4 x 4 ni para ir al supermercado.

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Foto: Tren Sardina / Licencia CC

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