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Democratizar la política energética

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Detrás de la aprobación ambiental a la central termoeléctrica en Punta Alcalde, por parte del Comité de Ministros, hay una gran negación. No sólo se niega el impacto que esta central tendría sobre su entorno; no sólo se niega el impacto que tiene sobre el planeta una economía carbonizada. Se niega, sobre todo, el hecho de que las decisiones gubernamentales en materia energéticas son cada vez más carentes de legitimidad.

El Gobierno insiste en desentenderse de la crisis de legitimidad. Sin embargo, hasta empresarios como Matte y políticos de derecha como Allamand son capaces de verla. La institucionalidad está desbordada: Punta Choros tropieza en la calle y cae en un telefonazo. Castilla cae en tribunales. HidroAysén es congelada en su directorio. Incluso un importante proyecto de energía eólica en Chiloé es detenido por el poder judicial.

Es urgente construir un gran debate político para la definición de una matriz energética. Y me interesa destacar el carácter político de este proceso, como contraposición a los supuestos criterios “técnicos” en que se basarían las decisiones actuales, pero que en realidad son implementadas por funcionarios de confianza.

A menudo se pide entregar más atribuciones a la ciencia. Sin embargo, hay razones para suponer quela mala política no se reemplaza con la ciencia sino con mejor política. Primero: la ciencia no está todavía en condiciones de identificar todos los aspectos relevantes en una evaluación ambiental, por lo que la voz de los afectados es un insumo vital. Segundo: la ciencia está expuesta a ser coaccionada por los intereses empresariales, y se requiere promover un mayor accountability. Tercero: la ciencia puede medir y comparar cosas comparables, reduciendo la complejidad de los problemas, pero no puede resolver autónomamente cuánto más vale un bien que otro, cuando la comparabilidad es débil.

Hay decisiones que son políticas y no científicas. Por ejemplo, cuánto crecimiento económico estamos dispuestos a sacrificar, a cambio de disminuir nuestro impacto sobre comunidades locales o sobre el planeta.

Hay también metodologías que favorecen el éxito de estos debates. No se trata de caer en unas ambleísmo sordo, ni de seguir limitándonos a una democracia representativa que no siempre nos representa (recordemos lo ocurrido con la Ley de Pesca). Se trata de encontrar las condiciones ideales para un diálogo bien intencionado. ¿Será tan difícil sentarse a conversar? ¿Por qué produce tanto miedo?

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4 Comentarios

Rafael

Y en la práctica se puede reemplazar una mala política por una supuesta mejor? Cuando es «mejor» una política? Sólo cuando es más representativa? Completamente de acuerdo en que la ciencia no puede tomar decisiones políticas, sobretodo cuando se actúa sesgados por un reduccionismo simple y conveniente, pero a la vez difícil de contra argumentar desde ese mismo ámbito. Democratizar la política energética significa en definitiva dejar al arbitrio de los interesados el poder de decisión en base a sus propios intereses, los cuales podrían llegar a ser tan mezquinos como de quienes intentan desarrollar éstos proyectos, que tampoco asegura la mejor elección, sobre todo en términos globales.

Es decir, en mi opinión, democratizar la política energética es dar un paso en su legitimidad, pero no asegura el bien global ni de largo plazo. Es un paso, pero no lo veo suficiente.

Y si, no tengo otra propuesta, solo reflexionaba respecto de ésta.

    alejandro.sotomayor-gmail.com

    alejandro.sotomayor-gmail.com

    Gracias Rafael por tu comentario. Con la democracia siempre nos entra esa duda: ¿son las decisiones producidas democráticamente más «efectivas», «buenas» o «justas»? Hemos tecnificado tnto la política que hemos perdido de vista las preguntas de fondo, como la que tú haces. Lo único que podría decir ahora es que la democracia como fuente de virtud tiene más sentido cuando crees que la bondad y la justicia son conceptos construidos socialmente (como creen el comunitarismo y el pragmatismo), o descubiertos socialmente a través del diálogo (a la Habermas). Y no creerás eso si piensas que lo «bueno» y lo «justo» son deducidos racionalmente (onda Kant, Hegel, Marx, Rawls y la mayoría) o revelados por una divinidad (misticismo, onservadurismo religioso, etc). Yo en lo personal voy en el primer lote, y por eso para mí la democracia tiene un valor irreemplazable. Si fuera por el otro camino, me conformaría con el aporte de la democracia en términos de legitimidad, insumos de información y control social sobre los sistemas que sí tendrían acceso a la verdad (científicos, economistas, políticos, etc). Es casi imposible argumentar en estas líneas por qué me inclino por una propuesta más construccionista que racionalista o religiosa. Sólo me limito a decir que nada está demostrado, y que en la incertidumbre en que vive la especie humana sobre su naturaleza y destino, lo mejor que podemos hacer es proponernos los unos a los otros un trato digno y fraterno. Y de esa reflexión nace mi fe en la democracia (como propuesta,no como verdad absoluta), y mi convicción de que debemos practicarla para resolver los problemas energéticos y ambientales. Para mejorar la efectividad de los procesos democráticos, apostaría por metodologías como (por ejemplo) los foros híbridos de Callon (Tironi tiene un buen libro sobre eso, Abierta), las metodologías sociales multicriterio de toma de decisiones y la experiencia internacional – a estas alturas respetable – en participación ciudadana en temáticas ambientales.

iedusal

iedusal

Gran aporte. Este tipo de reflexiones son muy necesarias para la búsqueda de un modelo de desarrollo nuevo, para la política energética, de innovación, de explotación de recursos, de regionalización.
Salud!

    alejandro.sotomayor-gmail.com

    alejandro.sotomayor-gmail.com

    Muchas gracias!!