Muchas columnas y artículos se han publicado en los últimos días respecto del tema energético en Chile. Cómo no, si estamos cerca de la aprobación de varios proyectos que amenazan con convertirse en la causa de algunas de las peores atrocidades ecológicas que el país recordará por años (intervención y daño de ecosistemas poco estudiados, ricos en diversidad biológica, con gran potencial para el turismo). Muchas cosas llaman la atención en el desarrollo de esta historia: la aparente disposición de diversos órganos del Estado para dar la mayor facilidad posible para la aprobación de dichos proyectos, la repentina instauración del temor a un racionamiento eléctrico en un país donde el concepto de ahorro energético es cuestionable (cómo olvidar los shows de luces en La Moneda y en el río Mapocho, por ejemplo), o cómo un proyecto eléctrico se califica sólo como "molesto" mientras que al mismo tiempo algunas autoridades manifiestan que "cualquier proyecto contamina" y que lo importante es que las empresas cumplan y “mitiguen” los daños asociados (cosa que es imposible, desde el punto de vista científico; la construcción de la represa hidroeléctrica de las Tres Gargantas en China condujo a la extinción del Delfín de Agua Dulce del Río Yangtsé, algo que es imposible de mitigar).
Sin embargo, el aspecto más preocupante lo constituye la verdadera campaña, desarrollada por algunos medios de prensa escrita de circulación nacional, para desacreditar, menospreciar y caricaturizar a los grupos opositores a estos proyectos. Se ha calificado la preocupación ambiental como "dificultad", "obstáculo" y a los ambientalistas como gente que se preocupa de "árboles e insectos", mientras que se les acusa de oponerse al crecimiento y la superación de la pobreza. Incluso, la más reciente de estas editoriales emite una declaración en tono de amenaza: a los detractores de las fuentes de generación citadas (energía nuclear, hidroeléctrica y termoeléctrica), la crisis presente debe hacerles cobrar conciencia de las “graves consecuencias de persistir en su oposición”.
Este matonaje editorial no posee sustento lógico alguno, por lo demás: en estos momentos, la "oposición" ambiental es lo único que permite tener una apreciación objetiva de los proyectos energéticos, y se convierte en la única manifestación ciudadana, a falta de una institucionalidad que sea objetiva e inclusiva. Es la oposición ciudadana la que ha obligado a estos proyectos a transparentar los daños que ocasionarán. Más aún, la discusión ambiental, propiamente dicha, no es llevada al ámbito científico, presumiblemente por la inconveniencia que ello implicaría.
En este sentido, hay que ser claros: la evidencia científica demuestra contundentemente que nuestro planeta se encuentra en una situación delicada. Dos recientes artículos científicos en la prestigiosa revista Nature demuestran que la contribución humana de gases de efecto invernadero (producidos, entre otras fuentes, por centrales termo e hidroeléctricas) ha potenciado los episodios de precipitaciones extremas en el hemisferio norte (lo que, de paso, aumenta las sequías en otros lugares del planeta) y ha casi duplicado el riesgo de inundaciones, como las que hemos presenciado este año en varios países y que han causado numerosas víctimas fatales. Pese a éstas y otras graves advertencias científicas, nuestro país está debatiendo, aceptando y aprobando diversas iniciativas que contribuyen, en mayor o menor medida, al calentamiento global.
No sólo despreciamos la evidencia científica al ignorar las advertencias y la preocupación medioambiental. Al no considerar a las energías renovables no convencionales (ERNC) como una opción legítima (ignorada también en las editoriales a las que me refiero), estamos ignorando años de investigación científica en materia energética. El desarrollo de nuevas tecnologías eólicas avanza a un ritmo sorprendente: en pocos años, los investigadores han desarrollado turbinas capaces de dar energía a dos mil casas (por turbina), capaces de girar para aprovechar el viento en cualquier dirección, maximizando el rendimiento. Ni hablar del mito de la “intermitencia” de la energía eólica, la cual queda en el suelo cuando se evalúan los datos como los entregados por la European Wind Energy Association o su símil norteamericano. El campo de la energía solar también avanza, y se formulan nuevos materiales o se mejoran los ya existentes para incrementar la eficiencia de los paneles solares (como se destaca recientemente en Science, otra prestigiosa revista científica). También hemos ignorado el uso de los biocombustibles, que en algunos países son utilizados hasta en un tercio del transporte público.
Habrá quienes dirán que el tema energético no es científico, sino económico y social. Y tendrán algo de razón. Sin embargo, de lo que trata esta columna es de la aparente vocación, de distintas personas, de referirse de manera peyorativa a la preocupación ambiental, de un verdadero bullying editorial. El ser humano se encuentra íntimamente ligado a su entorno: agricultura, pesca, ganadería, turismo, e incluso la industria y la producción energética (como lo demuestra la actual situación de sequía, influenciada indudablemente por el calentamiento global) dependen de una sintonía fina con el medio ambiente, por lo que la preocupación ambiental no es sólo respetable, sino fundamental. Y si dicha preocupación no proviene de las autoridades o de las empresas, que provenga de la ciudadanía es más que rescatable.
¿Quién fiscaliza las publicaciones editoriales de los periódicos? ¿Es una atribución discrecional de algunas personas? ¿Es aceptable la publicación de contenidos que caen en imprecisiones técnicas y científicas enormes, que lanzan amenazas sutiles, y que acusan a grupos de personas, quienes expresan su pensar en un país democrático, de ser culpables de una crisis cuya única explicación se encuentra en la falta de visión de autoridades y empresarios para invertir a tiempo en formas de generación eléctrica más limpias, más consecuentes con la evidencia científica, y aceptadas por la población?
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Foto: Juanpabl_o / Licencia CC
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