Sí, la contaminación atmosférica en Coyhaique se nota. La notan los niños y los ancianos durante esos nublados días invernales. La nota el ciudadano de a pie cuando dirige la mirada hacia el sector alto de la ciudad. Lo nota el que viene llegando de lejos o ha optado por vivir en la cercana ruralidad circundante. Lo nota el santiaguino, producto de titulares de alto impacto y mediciones que nos han dejado expuestos a frases que se repiten sin cesar como un mantra que nos diera una extraña satisfacción de excepcionalidad.
No hace poco una muchacha en un restorán respondió lo siguiente a sus foráneos comensales maravillados con la hermosura de la ciudad: “No crea, Coyhaique es la ciudad más contaminada del mundo”. Y le agregó este dato tecnomédico: “El agua de la lluvia no se puede tomar porque se puede intoxicar”.La contaminación atmosférica es un problema y eso no está en discusión. Veamos las alternativas urgentes, pero que sean parte de un nuevo paradigma, de una nueva forma de relacionarnos con la naturaleza. No hacerlo, postergará los problemas mas no los erradicará. ¿Y no es eso lo que queremos?
Y esta semana, comentando ciertos planes personales de corto plazo, una mujer me preguntó si quería mudarme de Coyhaique al campo por el material particulado circundante.
Sí, la contaminación atmosférica es una realidad contingente. Una con la que han vivido durante décadas los patagones, pero que hoy producto de la mayor información en términos de salud pública, redes de información y uno que otro sector interesado se ha tornado crucial.
A muchos que nunca han tenido preocupación ecosistémica visible, siendo actores públicos, les ha nacido una veta ambientalista que se agradece. De los convertidos es el reino de los cielos. El debate sobre nuestra relación con la naturaleza y la salud pública no debiera darse solo en momentos de crisis, eso lo sabemos, pero no es malo que hoy ocurra. Eso es lo que muchos han venido señalando desde hace tiempo.
El problema, quizás, es de enfoque. Por cierto que el método fácil (pedirlo, mas no necesariamente aplicarlo) es exigir un cambio drástico de la matriz energética regional, eliminando el consumo de leña de raíz. El ideal, un subsidio que permita a la población de Coyhaique (y probablemente de otras localidades) cambiarse a la electricidad para suplir todas necesidades térmicas. Es la histórica demanda de rebajar el precio de la electricidad (aunque algunos hablen genéricamente de la energía).
Esta figura, promocionada desde tiempos inmemoriales por quienes quieren no solo que los grandes proyectos de represas se materialicen sino que la región se industrialice a gran escala, tiene en sí mismo un paradigma. Y ese es que sigamos haciendo las cosas tal cual como hasta ahora, sin reflexionar sobre el motivo por el cual llegamos a este estadio. Y no me refiero a usar o no la leña, sino a no evaluar todos los efectos de las decisiones a gran escala que se pueden adoptar sobre un territorio. Más aún sobre uno social y ambientalmente frágil como Aysén.
La naturaleza, ese espacio vital donde, como en un atril, el ser humano compone la sinfonía de su existencia, tiene límites biofísicos. Está constreñida a una realidad de facto que por mucho que le incorporemos ecuaciones y cálculos económicos en algún momento dará un resultado. Uno de ellos es la capacidad de carga, que es la facultad de un determinado ecosistema de seguir cumpliendo sus funciones luego de que se le somete a determinadas intervenciones.
Tal ocurre también con las cuencas. Y Coyhaique es parte de una. La que debemos escuchar.
Porque una parte del problema tiene relación con la planificación urbana. Cómo estamos proyectando nuestras ciudades sobre un territorio que se comporta, desde cientos, millones de años, de manera proyectable. El viento, la nieve, la lluvia, la presión atmosférica, la elevación de los distintos sectores inciden en esta realidad, y ellas son variables a considerar también en el mediano y largo plazo. ¿Hemos pensado si Coyhaique resiste la cantidad de personas que estamos habitando en estos sectores? ¿Hemos pensado ello, también, para las pequeñas localidades, que aún están a tiempo de hacerlo?
Más allá de las soluciones tecnológicas, está claro que es algo que debemos discutir. No solo por la leña sino por la presión acumulativa sobre los ecosistemas en términos de extracción (agua, minerales, alimento, materialidad) y en términos de disposición de desechos. Porque la liberación del CO2 luego de la combustión es solo un ejemplo de ello, una mala gestión de lo que enviamos al ambiente.
Eficiencia energética y ahorro. Tales son también esenciales para ver la luz al final de este oscuro túnel. No basta con soplar, hay que ser más inteligente que el mítico lobo de aquel cuento de niños. Y por cierto que ver acciones de corto plazo urgentes pero de transición para lograr una matriz híbrida donde la dendroenergía tenga un espacio. El que se merece.
Facilitar a todo evento la vida en las ciudades (el subsidio es un ejemplo de ello) y precarizar la de quienes habitan lo rural (afectar la economía familiar campesina no comprando sus productos, como la leña) es parte de un problema que es mayor y que se relaciona con la responsabilidad con los ayseninos de hoy pero también con los de mañana. Y eso se llama equidad intergeneracional.
La contaminación atmosférica es un problema y eso no está en discusión. Veamos las alternativas urgentes, pero que sean parte de un nuevo paradigma, de una nueva forma de relacionarnos con la naturaleza. No hacerlo, postergará los problemas mas no los erradicará. ¿Y no es eso lo que queremos?
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