La visionaria Gabriela Mistral publicó, en 1924, «La Fiesta del Árbol». Un texto escrito en prosa que versa sobre las bondades de vivir, especialmente para los niños, rodeados de abundante naturaleza, como la vida en el campo. En este trabajo también critica cómo la vida citadina e industrializada afecta negativamente en el desarrollo del ser humano si no sabemos complementar, en sus palabras, la «conservación matizada con aprovechamiento», es decir, lo que hoy se conoce como economía sustentable o sustentabilidad.
Esta es una asociación perfecta que hizo en su trabajo recopilatorio el poeta Floridor Pérez al presentar el análisis de la poetiza en su libro de antología sobre los «recados» de la Premio Nobel en su rol de columnista en «El Mercurio». Cito esta obra porque considero tan vigente la visión plasmada en sus páginas que se hace ineludible repasarla y conectarla con la aciaga situación que atravesamos. Y no será suficiente con abrazarnos cuando esto haya acabado si no fuimos capaces de reflexionar de verdad sobre nuestro comportamiento antes de la pandemia para mejorarlo cuando esta finalice.¿Cómo nos relacionamos con el medio ambiente que nos rodea? ¿Tenemos real conciencia de que nuestros actos impactan en el aire, tierra y mar? Si pareciera una obviedad ¿qué hacemos diariamente para mitigar los efectos nocivos que generamos?
¿Cómo nos relacionamos con el medio ambiente que nos rodea? ¿Tenemos real conciencia de que nuestros actos impactan en el aire, tierra y mar? Si pareciera una obviedad ¿qué hacemos diariamente para mitigar los efectos nocivos que generamos? Lo concreto es que tendrán que cambiar o mejorar drásticamente nuestra conducta si tomamos en serio que somos parte de la naturaleza y no dueños de ella. Otras preguntas más complejas, y de mayor trascendencia ambiental, tendrán que plantearse, y resolver, las empresas cuando reconozcan que su responsabilidad social empresarial no ha sido la solución. Pienso en Codelco División Ventanas, solo como ejemplo palmario, y todos los problemas de salud que ha generado su producción en la población de Puchuncaví.
Otras áreas que exigen cambios profundos son la escala de remuneraciones que existe entre los trabajadores de la salud. Su labor es fundamental, siempre. Es urgente que sus ingresos aumenten. Misma cosa para los profesores en escuelas, colegios y universidades. Su tarea también es vital, y, por si quedaban dudas, la crisis sanitaria se encargó de despejarlas. Agregaría, además, a las cajeras de supermercado, reponedores y todos aquellos que nos mantienen abastecidos y con suministros básicos en funciones. Su tarea es vital.
El replanteamiento social deberá ser completo. Que esta enfermedad infame sirva para sentar un precedente en nuestra relación con el medio ambiente y la valoración social de faenas que antes considerábamos menos vistosas -por decirlo así- pero que a la sazón nos demuestran lo falaz de esa percepción. Por eso, las palabras de Gabriela Mistral son tan relevantes: «En cada lugar donde, para que se extienda amplia la casa, se tala el bosque, se destruye el equilibrio misterioso de la naturaleza y se traiciona la voluntad divina, que puso a la primera pareja humana en un jardín. Y cuando ese equilibrio sagrado se rompe, cuando del reino vegetal absoluto que era el bosque se pasa al reino absoluto del hombre, que es la ciudad, la «voluntad escondida» nos castiga haciendo que degeneremos lentamente. Entonces acomete a los hombres la fiebre. No recibe la exhalación de los surcos, y sus fuerzas menguan; su visión de la existencia se pervierte. Comienza una segunda barbarie, más tremenda cuanto más se disimula bajo la máscara de una civilización».
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