Se secan las napas subterráneas, esporádicamente hay sectores de la población en la zona central que tienen serias dificultades para acceder al agua para su consumo. Se eutrofican cursos y cuerpos de agua en el sur producto de la producción intensiva de animales y cultivos. Se intensifican procesos que potencian fenómenos de desertificación o derretimiento de glaciares y hielos eternos. Se reducen ecosistemas naturales en beneficio de la agricultura, la silvicultura o urbanizaciones desbocadas, con la consecuente disminución de biodiversidad. Se promueve en la práctica institucional el centralismo a ultranza. La globalización de la cultura occidental conquista y extingue paulatina e inexorablemente las singularidades de pueblos enteros, regiones o costumbres locales. Así estamos viviendo el primer cuarto de siglo. Sólo apto para winners, codiciosos o prepotentes.
¿Qué entendemos cuando escuchamos o hablamos sobre Desarrollo Sustentable? ¿En países subdesarrollados como el nuestro a qué se refieren los dirigentes políticos, empresarios, funcionarios del Estado, profesionales de ONG’s, académicos, indígenas, activistas gremiales o ciudadanos de a pie cuando incorporan en sus discursos los conceptos de “sustentabilidad” o “desarrollo sustentable”?
A
unque las preguntas parecen sencillas, a la hora de responderlas resultan sorprendentes las diferentes aproximaciones al concepto que desarrollan los distintos actores sociales, las que van desde diferentes matices o énfasis entre unos y otros, hasta diferentes visiones entre conglomerados sociales antagónicos.Lo que pocos saben es que el concepto está indisolublemente ligado, desde su origen, a temas que trascienden la dimensión puramente ecológica, económica o institucional.
A la luz del sinfín de acercamientos de distintos plumajes y colores sobre el concepto, queda claro que no hay nada claro sobre lo que unos quieren decir y lo que otros quieren entender cuando se habla de desarrollo sustentable.
Desde que este concepto es formalizado en el contexto del informe final de la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo de Naciones Unidas, hace más de 30 años, las fronteras de su definición se han hecho cada vez más sutiles, borrosas y permeables a las más variadas cosmovisiones; transformándose el término en una idea que va mucho más allá de la definición estándar conocida por la mayoría de la gente, donde el concepto reflejaría “la capacidad de la Humanidad para satisfacer las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las futuras generaciones para satisfacer sus propias necesidades”.
Lo que pocos saben es que el concepto está indisolublemente ligado, desde su origen, a temas que trascienden la dimensión puramente ecológica, económica o institucional. El foro de Naciones Unidas lo propuso, en ese entonces, como una potencial alternativa de solución a temas duros como la pobreza, donde a través del desarrollo sustentable se satisfarían las necesidades básicas de todos y se extenderían a todos oportunidades que permitirían satisfacer sus aspiraciones de bienestar y de una vida mejor. Aun así, surgen interrogantes derivadas de la vaguedad y generalización en el loable intento de la Dra. Brundtland y asociados por definir una idea que por más de seis lustros se ha ido transformando en una de las utopías emblemáticas del siglo XXI.
Considerando las dificultades para definir este oxímoron, resulta conveniente señalar un par de ideas acerca de lo que NO ES este concepto. Desarrollo Sustentable en ningún caso es el fin de un camino o una meta a alcanzar. Por el contrario, se asemeja más a un proceso altamente dinámico donde la interdisciplinaridad e interculturalidad son condiciones sine qua non. Asimismo, resulta imperioso aclarar que el concepto no es sinónimo de crecimiento, ni menos de crecimiento económico. Incluso algunos autores perciben tal condición como un serio obstáculo para avanzar por sendas de sustentabilidad, independientemente que seamos incapaces de definir el concepto de desarrollo sustentable.
Así las cosas, consensuar una aproximación global e inclusiva sobre este término es una tarea largamente pendiente en nuestro país. Y mientras eso no ocurra, el asomo del concepto en discursos de inauguración, en mítines de protesta, en informes de sustentabilidad de empresas privadas o en políticas de desarrollo del Estado, representa más un recurso retórico vacío (pero atractivo y políticamente correcto), que engrosa la larga lista de eufemismos sin sentido a los que estamos acostumbrados y ante los cuales ya no nos sorprendemos.
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