El terremoto del 27 de febrero ha dejado en evidencia una gran fragilidad de los bienes y servicios que garantizan nuestro actual estilo de vida y la calidad de nuestro medio ambiente. Junto con ser esta una tragedia de enormes proporciones, es también una oportunidad para aprender de nuestros errores y construir un país sobre bases más sólidas.
Fueron destruidas algunas obras físicas construidas, con los consiguientes problemas habitacionales y de abastecimiento de servicios, desde agua potable, alcantarillado y tratamiento de aguas servidas, rellenos sanitarios, hasta la provisión de energía. La destrucción en las construcciones generó una gran cantidad de residuos de la construcción (RST), desde los voluminosos pero inofensivos -como los adobes o los escombros en general- hasta los peligrosos -como pinturas, aceites, baterías, solventes- y, en cantidades muy importantes, de aguas servidas.
Mirado desde el punto de vista de la contaminación, en todos los lugares siniestrados se observan grandes rumas de basuras con escombros no clasificadas y altos niveles de contaminación hídrica, incluidas las napas freáticas. La poca información disponible señala que en todas las bahías afectadas por el maremoto se mantuvieron o mantienen elevados índices de coliformes fecales con riesgo de generar enfermedades entéricas en la población afectada.
Poco se ha dicho de los residuos industriales sólidos y líquidos pero se puede suponer con propiedad que no han podido ser controlados como corresponde y tienen destino desconocido. La flora y fauna en muchos lugares fueron destruidas no sólo por los efectos directos del sismo y sus réplicas, sino también por la contaminación ambiental.
Se sabe que los avances para limpiar las áreas afectadas de RST han consistido en disponerla en el cauce del río, quebradas inapropiadas, o al propio mar; tarde o temprano estas soluciones improvisadas terminan transformándose en un nuevo impacto ambiental. Los costos de descontaminar no han sido publicados, a lo mejor: tampoco han sido considerados. Mucho de lo avanzado en materia de control de RILES y RS se ha perdido de una sola vez.
En resumen, el cataclismo no sólo ha producido importantes impactos en el ecosistema construido sino también en los ecosistemas naturales y, lo que es peor, los residuos de la infraestructura construida se han transformados en bombas de tiempo en términos de los impactos ambientales que están generando sobre el ecosistema natural.
La necesidad de recuperar los ecosistemas dañados en las zonas afectadas forma parte de una tarea ineludible de recuperación del patrimonio natural del país. No basta con reconstruir lo destruido, hay que recuperar la flora y fauna de los ecosistemas dañados. Esto es esencial para proteger la salud de la población, para preservar nuestra biodiversidad y para asegurar la buena calidad de nuestras exportaciones de productos del agro y del mar.
Pero hoy en día no da lo mismo cómo se haga y, en ese sentido, el cataclismo puede ser una buena oportunidad. Chile es hoy en día uno de los países más mal evaluados en términos de su aporte para frenar el cambio climático: la producción CO2 en términos absolutos y per cápita sigue aumentando, porque se ha privilegiado un desarrollo de la matriz energética con una creciente participación de las centrales termoeléctricas a carbón. Las metas de abatimiento del CO2 generado en Chile, planteadas en la reunión de cambio climático en Copenhague a fines del año pasado, fueron extremadamente modestas. La Ley de Energías Renovables plantea metas de generación de ERNC demasiado bajas con relación a las tendencias mundiales. En síntesis, el país está mal parado frente a una comunidad internacional de la cual se esperaba algo más de compromiso dadas nuestras buenas evaluaciones políticas y económicas. Para un país pequeño, con una economía tan abierta, esta es una situación insostenible. Esta es una oportunidad para dar el salto que permita revertir la tendencia y que seamos un país ejemplo en la materia. En cuatro años más será más difícil para intentar enmendar rumbos.
Hay dos tareas que resolver. La primera, la reconstrucción o mejor dicho, la recuperación de las necesidades básicas de la población.
La segunda, un tipo de reconstrucción que sea capaz de contener los nuevos desafíos mundiales en materia de prevención del deterioro ambiental, en el sentido del desarrollo sustentable, y que sea capaz de contribuir a evitar el cambio climático.
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Comentarios
06 de julio
Excelente artículo. En general creo que en estas situaciones de emergencia se nos olvidan muchos detalles que a la larga nos traen consecuencias muy costosas en algunos casos, e irremediables en otros.
La retroexcavadora desecha automáticamente todo material sin siquiera pensar en la reutilización. Ojalá para el futuro se incorpore una visión más holística en la gestión municipal, potenciando las relaciones entre los departamentos.
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