Se ha mencionado en más una oportunidad no sólo que el agua es el oro del siglo XXI, sino también que las guerras del futuro tendrán como origen el control de este vital elemento. Se trata, por tanto, de un recurso estratégico fundamental para el planeta y sus habitantes. Es tal su relevancia para la vida, que datos de la OMS muestran que más de dos millones de seres humanos mueren al año por causas asociadas a la “falta de agua” y a su contaminación. Se estima que hoy el 20% de la humanidad padece “escasez hídrica” y que aumentará al 30% hacia el 2025.
Estas últimas semanas hemos visto cómo distintas comunas de la Región Metropolitana se han visto afectadas por problemas en el suministro. Este hecho, no sólo genera alarma, preocupación y debate, sino también nos enfrenta a uno de los problemas más relevantes de los próximos años en materia de seguridad pública: la escasez de agua.
Si ampliamos la visión y salimos de esta coyuntura “de cortes temporales de agua” –derivados dela falta de inversión en infraestructura y de la mercantilización del recurso- nos encontramos frente a un hecho más complejo a nivel país. En Chile hay muchos más escenarios críticos en los que la falta de agua se convierte en un problema político de resolución pública. De hecho, en los últimos meses hemos visto cómo la “crisis hídrica” del norte del país ha golpeado con mucha fuerzas el desempeño normal de las actividades humanas y productivas de la zona. Es más, la falta de agua genera condiciones para tener crisis energética y escasez de electricidad.
El problema humano que genera un escenario de “escasez hídrica” no sólo tiene que ver con el abastecimiento para el consumo diario de los habitantes, sino también con las actividades productivas –agrícolas, industriales, mineras y energéticas- del país. Mientras el primer caso se relaciona con la sobrevivencia y la salud de los seres vivos, el segundo, con el desarrollo, el crecimiento y el progreso.
Las cifras muestran que sólo el 8% del consumo de agua disponible se destina para uso humano y doméstico–hay cifras que hablan de menos del 5%-. En Chile, el consumo promedio de agua es de 190 litros diarios por persona; superior a las recomendaciones de la Unesco, de que no deben superar los 100 litros por día; y muy superiores a las recomendaciones de la OMS, que es de 50 litros.
Si, el consumo diario lo consideramos estrictamente en “beber agua” la cifra oscila en torno a los dos litros por día. Esta última cifra, se ve aumentada cuando observamos que en promedio una ducha consume 20 litros de agua por minuto, tirar la cadena del WC10 litros, lavar un auto 400 litros y usar una lavadora, 300 litros por carga. De este modo, llegamos a la cifra anteriormente indicada.
Las diferencias son abrumadoras entre las distintas zonas y comunas del país. En efecto, una persona de una comuna del sector alto de Santiago consume en torno a los 1.100 litros por día y, al contrario, hay sectores en que ese consumo baja a los once litros.
Son cifras, no obstante, muy inferiores a las que necesitan los procesos productivos para generar los millones de objetos y bienes que usamos a diario para configurar el orden moderno del cual formamos parte. El “bazar del mundo” y el prometido bienestar así lo exigen. De este modo, vemos que una manzana ha sido posible luego de 70 litros de agua consumida; un litro de cerveza consume 300 litros de agua, un litro de leche mil litros, un kilo de vacuno, consume 15.000 litros, una hamburguesa 2.400 litros, un litro de Coca Cola 200 litros de agua y un kilo de oro requiere de 700 mil litros de agua. Datos del 2004 muestran que Coca Cola usó 283 mil millones de litros de agua para producir la felicidad que promete. La presión productiva, por tanto, es muy fuerte. El agua, por tanto, no sólo hace posible la vida como actividad bioquímica, sino también como construcción histórica.
¿Cómo equilibrar ambas demandas; la necesaria para vivir y la necesaria para producir?
Es una pregunta política que el país no ha logrado resolver desde la perspectiva de la “seguridad hídrica”. En rigor, el Chile neoliberal ha privilegiado la segunda alternativa; es decir, ha optado por entender el uso y consumo del agua desde un horizonte productivista y desde la ganancia rápida. Las cifras, muestran que las grandes presiones para el uso del agua provienen de la actividad agrícola y la minera. En nuestro país el agua es un “bien de uso público” de explotación económica que se ha privatizado en forma encubierta. Este modelo también ha entrado en crisis y las actividades productivas se ven amenazadas por la escasez de un recurso vital que no se puede inventar, crear ni producir. Del mismo modo, el modo privado de las sanitarias también manifiesta grietas que exigen un retorno a su control público.
Para entender la problemática del agua y sus efectos socio-políticos hay que partir del hecho de que el agua forma un ciclo que se repite no sólo desde hace millones de años, sino también que oferta o pone a disposición de la humanidad la misma cantidad de agua: no hay más agua que la que tenemos y seguiremos teniendo. La oferta, por tanto, es constante y la demanda se expande de modo permanente.
El agua como recurso natural renovable no puede administrarse desde la lógica privada de la ganancia mercantil. El agua no es ni debe ser una mercancía. El agua es un derecho humano.
Para entender la problemática del agua y sus efectos socio-políticos hay que partir del hecho de que el agua forma un ciclo que se repite no sólo desde hace millones de años, sino también que oferta o pone a disposición de la humanidad la misma cantidad de agua: no hay más agua que la que tenemos y seguiremos teniendo. La oferta, por tanto, es constante y la demanda se expande de modo permanente.
Chile, es un lugar en el que el agua es abundante. ¿Por qué hay escasez de agua, si nuestro país es una potencia mundial en este recurso fundamental para la vida?
En un primer nivel, la respuesta se encuentra en que no toda el agua existente está en condiciones de ser usada para el consumo. Se estima que menos del 1% del agua dulce está en condiciones de ser usada para fine domésticos y productivos. Aun así, es suficiente para todos. Agua para todos y barata debería ser la consigna y el objetivo.
La escasez, por tanto, no sólo surge de la presión productiva con objetivos mercantiles –ganar mucho a bajo costo-, sino también por los bajos niveles de conciencia colectiva que hay en torno a su uso. Revertir esta situación implica, en primer lugar, asegurar el derecho constitucional del recurso y transitar del agua como mercancía al agua como derecho.
La élite local está al debe en estas materias. De hecho, ¿qué dijeron cuando la Foreign Office le regaló a la Reina Isabel 271.000 kilómetros cuadrados del territorio Antártico que hoy es de soberanía chileno-argentina? ¿Creyeron que era una broma?
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Foto: Felipe Katsumata / Licencia CC
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